Gladys Castelvecchi
Señora la mi madre,
doña Braulia González:
qué lindo nombre para milonga criolla
vivió usté, doña Braulia.
Qué bien vivió su nombre de paridora fuerte,
de vientre siempre en fruto,
cómo estaba su nombre en sus manos tan fieles,
en los pies afanándose por un lado de la cuna,
por el otro en la máquina de hacer nuevo lo viejo,
déle fuerza y fuerzaza
sin parar, doña Braulia.
Usted ahora sabe,
señora la mi madre,
cómo yo me moría por algo tierno suyo.
Eso que tienen todos; un beso, una caricia.
Aprendí muy de a poco
que su vida de pobre, sus tareas de pobre,
su cocina de pobre, su dignidad de pobre
(me inclino, doña Braulia),
eran todo lo tierno que tenía a su alcance.
Uno aprende despacio.
Aquí la estoy pensando como la vi por años,
su aguja, su dedal,
boca seria, ojos mansos
y el libro que leía
para llorar de tristezas no suyas,
hoy pienso.
Aunque heredé su nombre,
nadie me llamará como a usté, doña Braulia,
y es justo:
hay que ser mucha cosa para llamarse Braulia.
Y en usted había algo
como de agua en cántaro,
como tierra impregnada,
como de hoja silvestre con un secreto adentro,
como de india, vamos.
Siempre me he preguntado
cuántos indios habría sostenido su sangre.
A canoa por sus venas, jadeando y por las mías,
anda un indio, me juego.
Un indio muy formal, tatarabuelo,
muerto de hambre en su río,
codicioso de peces que se escapan, se escurren
(uno de ellos, justamente,
es el que viene a rebullir mi sangre aún,
de vez en cuando).
Yo le escribo esta carta
nada más de nostalgia.
Bien pocas lunas hace se me asomó en un sueño
y estaba trabajando
sin sacarle ni un poco de reposo
a ésa, su eternidad.
Y quiero aconsejarle que descanse,
señora Doña Braulia.
Deje de acicalarle las alas a los ángeles
o esponjarle blancuras al Espíritu Santo.
(Yo la pienso en un cielo
como usted lo pensaba.
Infierno y purgatorio
los vivió en estos pagos).
Y mire que no me olvido que usté era manilarga.
Modérese mi madre.
Pobre angelito que andando por su lado
se las pase de diablo.
Porque esto tengo cierto:
donde está usted, hay ángeles.
Como hubo en su jardín,
en su quinta de verduras
y pasteles caseros en las festividades.
Ternura, doña Braulia,
Ternuras. Se agradecen,
aunque se entiendan tarde.
Y hasta más ver, señora.
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