Para mí, hoy es el Día del libro, para usted lo fue ayer.
Escribo esto en la mañana del día que se ha determinado para celebrar uno de
los objetos más importantes y maravillosos de la historia de la humanidad: ese
conjunto de láminas hechas de fibras vegetales que han sido sujetas con
pegamento por uno de sus extremos y flanqueadas por dos laminas más gruesas que
abrazan la cohorte por el extremo pegajoso. El libro es, por tradición, el
vehículo del conocimiento, la cultura y el entretenimiento. En otras ocasiones
lo he escrito aquí, para mi es el gran sobreviviente de los inventos del
hombre. Piénselo por un momento, ¿cuántos inventos han dejado o están en vías
de dejar de usarse en el mundo? De
botepronto pienso en la máquina de escribir (mecánica e incluso eléctrica) o el
telégrafo. Sin embargo, lo más loable es que a pesar de los nuevos inventos y
su uso generalizado, el libro ha logrado mantener su utilidad y eficacia,
incluso destilando un avatar en el libro electrónico.
Seguramente durante el día de hoy, durante el día de ayer
para usted estimado lector, las frases de enaltecimiento del libro serán, han
sido, abrumadoras, incluso excesivas, sin embargo, debo decirle que para
aquellos que creemos que un libro puede cambiar nuestra existencia, nunca serán
suficientes.
Más allá de la pose y si exagerar, un libro, en el momento
adecuado y para la persona adecuada, puede significar un hito de vida que puede
influir en el establecimiento de hábitos de lectura e incluso en la elección de
una profesión o tal vez, por qué no, de un apareja. ¿Así de poderosos son los
libros? Sin duda. El poder que una buena lectura tienen sobre quien la disfruta
es inconmensurable. Para aquellos que no han logrado ese disfrute esto puede
parecer locura y, no me apena decirlo, lo es.
La lectura es un hábito monstruoso. Puede llevar a la ruina
a cualquiera y no me refiero solamente a la monetaria. Puede provocar
alucinaciones, desdoblamientos de personalidad e insomnio crónico. Permite a los
mortales acciones reservadas exclusivamente para los ángeles: la tele
trasportación, la ubicuidad, la manipulación del tiempo y la clarividencia.
Provee a quien lo ejerce la pertinencia de vivir otras vidas sin renunciar a la
propia, de conocer lugares sin moverse, de tener amigos de papel, no se diga
amores, de aprender de otras culturas y formas de pensar. Quien ha sido
contagiado con la lectura, goza, ríe, llora, hace rabieta frente a las páginas
de un libro. Sueña con los personajes, con la historia y sin reparo, en mayor o
menor medida, se deja abrazar por la nostalgia una vez que la última página se
ha agotado.
Pero hay que decirlo, no hay nada como la lectura de un buen
libro. No existe mayor placer que la lectura. Usted pensará que he enloquecido,
sí, hace ya tiempo, pero lo digo en
serio. Nada provoca goce más exquisito que un libro. Ni el amor, ni el sexo, ni
la cerveza. Ni andar en bicicleta, ni comer tacos. La lectura provoca en el
cuerpo y en la mente una sensación de plenitud, de eternidad; quien se topa con
una lectura que lo apasiona puede marcharse a la muerte tranquilo cuando le
toque, sabiendo que ha vivido suficiente y un poco más.
Tal vez por eso, cuando terminamos un libro, emprendemos la
búsqueda de otro que nos iguale la experiencia, la sensación; exactamente igual
que un adicto. También es por eso que además de leerlos, los conservamos. Los
libreros son guaridas donde urdimos hatos de libros por autor, color, tema,
tamaño, o simple y sencillo azar, como reservas alimenticias para nuestra alma.
Son el combustible de la imaginación y un zafacón para la memoria.
En fin que yo pretendía celebrar el Día del libro
compartiendo con usted, estimado lector, una selección de los libros que a
través de mi vida me han marcado. Porque invitar a la lectura es como presentarle
a alguien a tus amigos, aquellos con quienes has pasado los mejores momentos de
tu vida. Ya será en tora ocasión que traiga a mis compas para que se apersonen
con usted. Mientras tanto, vivan los libros.