En apenas unos días
estaremos recordando uno de los sucesos determinantes en el rumbo histórico de
nuestro país. El próximo 2 de octubre se cumplirá medio siglo de la matanza de
la Plaza de las Tres Cultura en Tlatelolco. El hecho, aunque doloroso y, sobra
decirlo, sanguinario, es un hito en el devenir social de nuestra nación.
Todo lo ocurrido quedó,
indeleble, en la memoria colectiva y literaria del fin del siglo pasado;
permitiéndonos un rastro fácil de seguir cuando queremos ejercer nuestro
derecho al análisis de nuestras circunstancias.
He aquí un breve recuento
de aquellos libros que explican, nos explican, el 68 que nos marcó como nación
y como individuos, que determino un cambió social y democrático que apenas,
cincuenta años después, parece cuajar.
José Trigo
Esta novela de Fernando
del Paso, publicada en 1966, parecería ser un presagio, un augurio mal habido.
Ocurre en Santiago Tlatelolco y muchos de los acontecimientos que narra parecen
ser una suerte de macabra coincidencia con aquellos que se vivieron dos años
después en la Plaza de las Tres Culturas. El propio Del Paso supo reconocer su
vaticinio, tiempo después de los nefastos sucesos. Un deja vu inverso que
explicó desde antes lo que vendría. En sus páginas se lee “Ordenamos entonces
los días, y contamos lo sucedido. Los de Nonoaltepec, los de Xatelolco”.
Corriente alterna
En este volumen de
ensayos Octavio Paz se lee más insatisfecho e intrigante que nunca. En estas
páginas publicadas en 1967 se entrecruzaba la critica social con la experiencia
poética, la invención de la soledad con la rebelión. El futuro Nobel sienta la
base ideológica de un movimiento que se rebelaría contra el autoritarismo y la
desigualdad, señalaría los rasgos surrealistas en la rebeldía juvenil del
momento, y las características religiosas y lúdicas de la revolución cultural
del año siguiente. Paz inauguró en estas páginas el debate de entonces.
La Nausea del Extranjero
Camus y Sartre cimentaron
la ideología de lo posguerra en Europa, y en México, aquel ánimo de
individualismo floreció en la oposición a las normas establecidas. Las novelas
existencialistas hacían trisas la utopía del bien común, desalentaban la
participación en movimientos sociales, pero acrecentaban el deseo de romper con
las ataduras sociales y políticas para recuperar la propia existencia.
Emanciparon lo que buscaban apaciguar.
El hombre unidimensional
No podemos esperar que lo
hubiera leído cuando en pleno informe presidencial de 1968 Díaz Ordaz se
refirió a Herbert Marcuse como el “filosofo de la destrucción”. Traducido en
México por Juan García Ponce, Marcuse fue uno de los filósofos más
controvertidos de su tiempo. En “El hombre unidimensional” parte de criticar a
Freud y a Hegel, y plantea una sociedad no represiva, donde se pudiera pensar
libremente, donde no cupiera el antagonismo entre iguales. Una obra explosiva
que explicó nuestra explosión social.
Un Gazapo De perfil
La identidad juvenil del
68 la dibujó la Literatura de la Onda. José Agustín y Gustavo Sainz apostaron
al desenfado literario para retomar los valores de la contracultura y llenar de
Rock las páginas de sus libros. Educaron sentimentalmente a los jóvenes
inyectándoles una conciencia crítica y transformando el lenguaje literario y
popular. Representaron la sensibilidad colectiva y el deseo lúdico de
experimentar la vida, incentivando la crítica contra la seriedad y la lucha por
la individualidad frente a la tiranía paternalista, la de los padres y la del
gobierno en turno.
Un vistazo repentino al
número de caracteres de esta columna me obliga a hacer una pausa, pero también
me da un respiro en esta febril búsqueda de las huellas bibliográficas que
antecedieron, cimentaron, acompañaron y precedieron el 2 de octubre tlateltoca.
Poner medio siglo de por
medio, nos permite vislumbrar en su justa dimensión esta literatura fundacional
de nuestra minumisión.
Continuaré la próxima
semana. Mientras tanto, estimado lector, si se le viene a la memoria algún otro
título “sesentaiochero” compártalo conmigo por favor.