En uno de los cuentos de El libro de los amores ridículos, Milan Kundera ensaya la personalidad del protagonista una de sus novelas más importantes La insoportable levedad del ser. No
significa que el autor retome el personaje tal cual (lo que por supuesto es posible), en este caso ambos médicos comparten profesión y debilidad por las mujeres, pero se llaman distinto; comparten socarronería pero utilizan distintos métodos de seducción y forjan destinos disímiles dentro de sus respectivas historias. Lo que el autor hace es tomar la Vida como materia prima para la literatura y al terminarla recrea una nueva literatura a partir de lo ya escrito. Esto nos confirma dos sentencias: uno, el autor es un dios dentro de su obra; dos, la literatura es un laboratorio donde bullen los matraces conteniendo historias que no siempre se quedan quietas, que se transforman y en las entrañas de su química no todo está dicho aunque el punto final ya haya sido puesto.
Algo similar ocurre con el nuevo libro de Agustín Cadena
(Ixmiquilpan, Hidalgo, 1963), El jardín
de las tumbas vacías. Se trata de una micro-novela gótica que el autor a burilado
con un oficio pulcro y que ha transformado en una de las narraciones más
interesantes de su obra, la cual surge a partir de uno de los cuentos (El castillo, para ser precisos)
compilados en Las tentaciones de la dicha,
volumen del autor aparecido en 2010.
En este nuevo libro Agustín conserva el detonante dramático
de la historia original pero hace crecer la anécdota y llena la trama de matices
narrativos que atrapan al lector más despistado. En ella narra el devenir de
una pareja sumida en el tedio que decide separase, pero antes, toman unas
vacaciones juntos como ceremonia del adiós. El viaje, a un recóndito castillo
convertido en hotel, cuyos alrededores resguardan misterios insondables,
permitirá que la pareja explore parajes desconocidos de su relación y de ellos
mismos, augurando un desenlace impredecible.
En estas páginas Cadena desarrolla en su mayor esplendor esa
capacidad que tiene para describir las atmósferas de una manera francamente poética
(en la mejor acepción de esta palabra tan maltratada en la posmodernidad), amén
de ser meticuloso en el retrato que hace de sus personajes, los cuales, dicho
sea de paso, se presentan como una síntesis del simbolismo y las obsesiones que
el autor ha explorado en otros libros. De ahí que la historia corra sin
tropiezos y nos lleve de la mano por los entretelones del cinismo y la
perversidad, del amor y el compañerismo, todas piezas de un rompecabezas
llamado humanidad.
El jardín de las tumbas vacías es sin duda uno de los mejores
libros de Agustín Cadena, afianzándolo en el lugar que ocupa como uno de los
escritores mexicanos contemporáneos más importantes. El libro es de una
profundidad gozosa y apabullante. Puede usted leerlo en una tarde, de una
sentada; pero se levantará de ahí muy distinto, se lo puedo asegurar.
Paso cebra
El atino de la publicación se complementa con el génesis
editorial; un sello independiente impulsando en un tiraje muy corto y artesanal
una de las novelas más propositivas y bien logradas de uno de los autores más
prolíficos e interesantes de las letras hidalguenses. La editorial Cipselas,
concebida y urdida por la poeta y promotora cultural América Femat, ha
convertido la novela de Cadena en un hermoso libro ilustrado bellamente por las
tintas digitales, en portada e interiores, de María Fragoso; rescatando esa
maravillosa posibilidad de que el libro sea también un arte-objeto. Pero lo que
más me gusta de la edición es que, evitando el lugar común de un prólogo que
apertura la obra y “venda” la historia con el análisis de un experto,
decidieron acertadamente incluir un posfacio donde el lector, ya embebido en lo
que acaba de suceder en las páginas anteriores, conoce el punto de vista de
quien analiza la obra, permitiéndole entrar con lucidez en ese diálogo.