viernes, 28 de mayo de 2021

La vital perversidad del amor


En uno de los cuentos de El libro de los amores ridículos, Milan Kundera ensaya la personalidad del protagonista una de sus novelas más importantes La insoportable levedad del ser. No
significa que el autor retome el personaje tal cual (lo que por supuesto es posible), en este caso ambos médicos comparten profesión y debilidad por las mujeres, pero se llaman distinto; comparten socarronería pero utilizan distintos métodos de seducción y forjan destinos disímiles dentro de sus respectivas historias. Lo que el autor hace es tomar la Vida como materia prima para la literatura y al terminarla recrea una nueva literatura a partir de lo ya escrito. Esto nos confirma dos sentencias: uno, el autor es un dios dentro de su obra; dos, la literatura es un laboratorio donde bullen los matraces conteniendo historias que no siempre se quedan quietas, que se transforman y en las entrañas de su química no todo está dicho aunque el punto final ya haya sido puesto.

Algo similar ocurre con el nuevo libro de Agustín Cadena (Ixmiquilpan, Hidalgo, 1963), El jardín de las tumbas vacías. Se trata de una micro-novela gótica que el autor a burilado con un oficio pulcro y que ha transformado en una de las narraciones más interesantes de su obra, la cual surge a partir de uno de los cuentos (El castillo, para ser precisos) compilados en Las tentaciones de la dicha, volumen del autor aparecido en 2010.

En este nuevo libro Agustín conserva el detonante dramático de la historia original pero hace crecer la anécdota y llena la trama de matices narrativos que atrapan al lector más despistado. En ella narra el devenir de una pareja sumida en el tedio que decide separase, pero antes, toman unas vacaciones juntos como ceremonia del adiós. El viaje, a un recóndito castillo convertido en hotel, cuyos alrededores resguardan misterios insondables, permitirá que la pareja explore parajes desconocidos de su relación y de ellos mismos, augurando un desenlace impredecible.

En estas páginas Cadena desarrolla en su mayor esplendor esa capacidad que tiene para describir las atmósferas de una manera francamente poética (en la mejor acepción de esta palabra tan maltratada en la posmodernidad), amén de ser meticuloso en el retrato que hace de sus personajes, los cuales, dicho sea de paso, se presentan como una síntesis del simbolismo y las obsesiones que el autor ha explorado en otros libros. De ahí que la historia corra sin tropiezos y nos lleve de la mano por los entretelones del cinismo y la perversidad, del amor y el compañerismo, todas piezas de un rompecabezas llamado humanidad.

El jardín de las tumbas vacías es sin duda uno de los mejores libros de Agustín Cadena, afianzándolo en el lugar que ocupa como uno de los escritores mexicanos contemporáneos más importantes. El libro es de una profundidad gozosa y apabullante. Puede usted leerlo en una tarde, de una sentada; pero se levantará de ahí muy distinto, se lo puedo asegurar.

Paso cebra

El atino de la publicación se complementa con el génesis editorial; un sello independiente impulsando en un tiraje muy corto y artesanal una de las novelas más propositivas y bien logradas de uno de los autores más prolíficos e interesantes de las letras hidalguenses. La editorial Cipselas, concebida y urdida por la poeta y promotora cultural América Femat, ha convertido la novela de Cadena en un hermoso libro ilustrado bellamente por las tintas digitales, en portada e interiores, de María Fragoso; rescatando esa maravillosa posibilidad de que el libro sea también un arte-objeto. Pero lo que más me gusta de la edición es que, evitando el lugar común de un prólogo que apertura la obra y “venda” la historia con el análisis de un experto, decidieron acertadamente incluir un posfacio donde el lector, ya embebido en lo que acaba de suceder en las páginas anteriores, conoce el punto de vista de quien analiza la obra, permitiéndole entrar con lucidez en ese diálogo.

viernes, 21 de mayo de 2021

¿Quién escribe la poesía? 3/3

Un poco por olvido circunstancial, había interrumpido por varias (por no decir muchas, demasiadas) semanas este caótico recuento de lo vivido en el Primer Encuentro Internacional de Poesía y Filosofía, que recien iniciado el 2021, fue la luz al inico del tunel en el que ya nos hemos internado. Sigo, para que el menozcabo de nuestras esperanzas en el año ya no tan nuevo, sea sobrellevable, de la voz, en palabras, del gran Oscar de la Borbolla, quien siguen hablando a continuación:
Hay siempre una oposición entre el discurso poético y el filosófico; uno se expresa con conceptos y el otro con imágenes. Actualmente hay otros enfoques sobre el asunto, por ejemplo, el de Martín Heidegger, quien asegura que en la clasificación de las palabras, lo que está en el fondo es una filosofía, la aristotélica, por supesto. El Ser se decía en primerísimo lugar “de la sustancia” y en segundo lugar “de los accidentes”; eso coresponde puntualmente con el sustantivo y los adjetivos.
Heidegger dice que en los idiomas originarios las palabrasera, al mismo tiempo, son sustantivos y verbos. La gramática que usamos es aristotélica. El respeto de todas las reglas de la gramática nos obliga a reproducir la manera de concebir aristotélica; por culpa del lenguaje, vemos el mundo aristotélicamente, o sea, como sstantivos y como adjetivos, separados están los verbos.
Tenemos una visión del ser como si fuera atemporal; no obstante que las cosas que están ante nosotros están siendo. Sin embargo, cuando nos referimos a ellas con cualquiera de las lenguas modernas, lo hacemos como si los sustantivos estuvieran paralizados y para que cobraran vida tuvieramos que ponerles un verbo. Cuando hablamos de acuerdo con las reglas de la gramática, sin darnos cuenta ya nos hemos matrimoneado con una forma metafísica, particular, que es la aristotélica.
Esto forma parte de lo que Heidegger denomina el proyecto de la destrucción de la metafísica. En otras filosofías, como la de Jaques Derrida, se habla de la desconscrucción. Un intento por saltar, salirnos del corset que representa el que nosotros hablemos como hablamos.
Cuando a principios del siglo pasado los dadistas propusieron sustituir los signos de puntuación por signos matemáticos nos estaban invitando a escapar de ese corset que tiene el lenguaje. Justamente, lo que logran los poetas al violentar las reglas es, a veces, producir unos destellos que nos permiten acercarnos, mucho más claramente, a las cosas como son en sí mismas.
Quevedo, el poeta más alto de todos en el español, en los poemas metafísicos quita el auxiliar ‘haber’ en el poema “Ya no es ayer, mañana aún no ha llegado (…)”; nuestro pasado nos constituye, somos lo que fuimos, lo correcto sería decír “soy sido”. Cuando el poeta permite, con la capacidad de sugerencia que tiene la imagen, desbordar el significado del lenguaje, es cuando nos pone en un mejor contacto con la realidad.
La poesía permite lanzar más significados y escaparnos de un lenguaje en el que en lugar de hablar nosotros, es el lenguaje el que habla. A través de la palabra poética es cuando por vez primera podemos ser nosotros los que estamos habando y no el lenguaje de una metafísica trasnochada.
En esta época, la oportunidad de que nos acerquemos a la realidad misma, al ser,  a entender las cosas, depende mucho de la fuerza que tienen los poetas. No en balde, Heidegger, al final de su vida deja la filosofía y se dedica a hacer poemas, particularmente haikus.
La disertación de Oscar de la Borbolla es un verdadero banquete de conocimiento. Queda algo en el tintero y, aunque supuse que en tres entregas podría compartir todas mis impresiones sobre lo vertido en el Primer Encuentro Internacional de Poesía y Filosofía, me veré obligado a transgredir la frontera autoimpuesta y en un futuro seguiré con esta serie de comentarios poéticos y filosóficos.
Paso cebra
Tersa y emotiva fue mi experiencia de vacunación contra la Covid-19. El proceso en el Instituto Tecnológico de Pachuca fue eficiente y veloz. Los voluntarios se comportaron con excelencia y en cuarenta minutos terminó todo. Las secuelas me trataron con benevolencia: dolor en el brazo, fatiga leve y una jaqueca moderada que desapareció el domingo. Queda la tranquilidad de saberse parte de los ya vacunados. Me siento privilegiado de serlo.

viernes, 14 de mayo de 2021

Un año sin Arturo

 

El trece de mayo de dos mil veinte falleció uno de los escritores hidalguenses más reconocidos en el ámbito literario nacional, Arturo Trejo Villafuerte. Exploró ávidamente la poesía, la crítica literaria y la narrativa. También se arrojó a la tempestuosa aventura de los talleres literarios, coordinando y compartiendo su visión de la literatura y sus confines.

Maestro de muchos, colega afable, tenía la virtud (ausenté en muchos de nosotros) de hacer amigos. Siempre bonachón, granjeaba querencias y anécdotas que compartía sin reparo en una buena sobre mesa; Quererle era inevitable y eso ha permitido que su memoria, esté llena de afectos sin dejar de lamentar su ida, celebran a la menor provocación su existencia.

El primer aniversario de la amarga noticia de su muerte, nos sorprende a un grupo de colegas y amigos del Gordo (cómo le llamaban los cercanos) preparando un libro homenaje. Aunque la idea original era que apareciera precisamente en esta fecha, el proyecto ha crecido de tal manera que ha requerido más tiempo; despacio que tengo prisa decía Napoleón.

Inicialmente éramos 5 o 6, quienes creíamos que sería bueno dejar en papel nuestras remembranzas del Arturo. Sin embargo, en las reuniones virtuales para prepararlo, apareció una lista de otros colegas, cercanos a Trejo Villafuerte que tal vez podrían participar. Contactamos a la mayoría de ellos y más tardamos en plantearles el proyecto editorial que ellos aceptar; decir que la propuesta les encantó es un eufemismo.

De esta manera, en el libro que aún no tiene título definido, participan: Ignacio Trejo Fuentes, Gonzalo Martré, Juan Galván Paulín, Agustín Ramos, Jorge Antonio García Pérez, Alejandro Sanciprián, Víctor Manuel Navarro, Rogelio Perusquia, Aideé Cervantes Chapa, Emiliano Pérez Cruz, Josefina Estrada, Roberto López Moreno, José Antonio Zambrano, Octavio Jiménez, Isolda Dosamantes, Eduardo Cerecedo, América Femat, Sabino Morten, Fernando Reyes Trinid, Marcela Román Núñez, Hipólito Bartolo y quien esto escribe. Hay otro puñado de autores que aún no han confirmado, por lo que la lista aumente en las siguientes semanas.

En estas páginas, imaginarias todavía pero en vías de concretarse, queremos verter, reseñas sobre sus libros, anécdotas, poemas que responden o hace eco a su obra, entrevistas, ensayos breves, en fin, devolverle a Arturo un poco de todo del amor del que nos proveyó con su amistad y compañía. Además, gracias al apoyo de su hija Tisbe, estamos buscando material inédito que, de encontrarlo, podamos también compartir en este proyecto.

Ahora entraremos en la tortuosa búsqueda de financiamiento para que el libro se vuelva realidad, con la esperanza de que aparezca a mediados del segundo semestre del año. Creo firmemente que las autoridades culturales, del estado y de su natal Ixmiquilpan, nos apoyen. Ojalá.

Paso cebra

Mientras usted lee estas líneas, un servidor estará envuelto en el proceso de vacunación contra covid-19 por laborar en el sector educativo. Mezquino sería ocultar mi emoción y la tranquilidad que da saberse protegido contra el virus infame que ha matado a tantos; después de todo, estoy en una de las franjas de edad más vulnerables (¡carajo, eso de envejecer!). Dicen aquellos que ya la han recibido, que por ser la vacuna de una sola dosis los síntomas posteriores son intensos. Ya les contaré la próxima semana cómo me fue y si no lo cuento es que el que fue, fui yo. ¡Viva la ciencia!

viernes, 7 de mayo de 2021

Entre derrumbes

Es temprano. Hace semanas que no había tenido ni las ganas ni la oportunidad de estar un jueves sentado frente al escritorio para escribir esta columna. Los embates del desino al fin han hecho naufragar mis ilusiones más nóveles y me han arrojado a un extraño lugar, la casa de mi primera soltería donde terminé de escribir mi primer libro y siete de los subsecuentes. Por si eso fuera poco, estoy de nuevo solo en el paraíso personal, considerando lo que Borges creía debía ser el paraíso: mi biblioteca. Así que, sin reparo y después de veintisiete días sin dormir bien, heme aquí, estoico y maltrecho para volver a la fascinante, lacerante y catártica tarea de escribir.

Pero el derrumbe de mi vida sentimental nada tiene que ver con el del cauce elevado de la Línea 12 del metro de la Ciudad de México. La noticia, por motivos de embriagues y desconsuelo, me llegó hasta el martes en el recorrido matutino de los diarios. Mi primera reacción fue la incredulidad, era imposible, impensable; aunque pensándolo bien, era altamente probable que ocurriera dado el historial infame de la obra. Al ver los videos, leer las notas y conocer los primeros testimonios de los testigos, los involucrados y sus familiares, un frio recalcitrante recorrió mi esqueleto ya columbrado por los kilos perdidos en el último mes.

Cómo todas las tragedias que han sacudido a este país, tiene mil rostros. Los de aquellos que la sufren en carne propia –los que caen, se golpean, son aplastados, mutilados, sangran, mueren– y los de aquellos que la sufren en carne ajena –los que llegan antes que nadie, ayudan, socorren, llaman a la ambulancia, sacan a los que aún están vivos, responde las llamadas de los móviles de aquellos ya no pueden escuchar–. Ahí estoy yo, absorto a la línea de acontecimientos que me muestra la red social; internamente mutilado y sangrante, olvidando mi tragedia personal e ínfima ante lo que mis ojos observan gracias a la tele-información digital.

“Los olivos” fue nombrada la estación más cercana a la conflagración, pero no hay aceitunas que degustar, sólo dolor y muerte. “Dar olivo” dicen los españoles para despedir, echar expulsar, tal como yo fui exiliado de la aceitunada piel de una mujer que ya se empeña en olvidarme.

Cinco de los siete vagones que conforman cada convoy ya habían pasado por el punto de quiebre dando el tiro de gracia a las través que retorcidas habían dejado de realizar la tarea para la que fueron fraguadas. Dos de ellos fueron al suelo con todo y su entraña de vida. En un instante, el pandemónium. Fierros retorcidos, carne sajada, vidas interrumpidas por una cadena de negligencia y corrupción que puede alcanzar a los dos (aparentes) delfines del presidente; Marcelo y Claudia, en ese orden. Claro que hay culpables, con nombre y apellido, funcionarios y contratistas que tomaron una decisión que beneficiaba sus bolsillos, pero también hay responsables que omitieron e hicieron de la vista gorda para amasar un capital político; y ahí no hay que dejar de ver a Mancera y Calderón.

En fin que los escombros, en esta casa y en Tláhuac, tardarán en levantarse y el dolor, mucho más en disiparse.

Paso cebra

En las últimas horas me entero del delicado estado de salud de un queridísimo amigo, César Espino de la Fuente. Xalapeño de nacimiento, hidalguense por adopción. Hombre de medios que formó parte del primer ejército de profesionales que levantaron y dieron forma al Sistema de Radio y Televisión de Hidalgo hace treinta y nueve años. Hombre de ideas y acción. Técnico, productor, guionista, locutor aficionado al rocanrol y defensor de la pulcritud de tradiciones y emblemas, en los últimos veinte años ha encabezado importantes cruzadas culturales que se han visto cristalizadas en eventos, festivales, lecturas, reconocimientos a pachuqueños destacados como Sergio Corona y, sobre todo, en el Centro Cultural Enrique Ruelas Espinosa en la comunidad de San juan Tilcuautla, a las afueras de Pachuca. Tú no te derrumbes César, que nos sostienes a muchos.