miércoles, 29 de agosto de 2018

El andamiaje íntimo del miedo mutuo



¿Qué sentido tiene reseñar un libro que ha dejado de ser novedad literaria? El trabajo de los reseñistas tiene mucho que ver con la oportunidad periodística de dar a conocer algo nuevo, la primicia editorial para sus lectores. Sin embargo, aquellos que semana con semana nos sentamos frente a la titilante blancura de la computadora para esbozar, la mayoría de las veces sin mucho tino, ideas alrededor de un libro que nos ha impresionado o sobre el que nos han encargado escribir algo, somos afortunados por la posibilidad simple y llana de hablar, mejor sería decir “escribir”, sobre lo que nos apasiona: los libros.

A mi me sucede ahora aquello de estar impresionado y es que acabo de terminar la lectura de La isla del padre la más reciente novela (aparecida en 2015, cabe decir), del escritor bilbaíno Fernando Marías. El libro, escrito con fineza, es profundamente conmovedor. En sus páginas el autor va narrando los últimos días de vida de su padre, con quien ha tenido a lo largo de la vida una relación íntima, aunque difícil; entre ellos dos se ha establecido desde el primer momento una tensión amorosa especial a la que le ha dado por llamar “el miedo mutuo”. Ese vínculo padre e hijo, indisoluble pero intrincado lo lleva a narrar la vida de su padre como último homenaje a quien no solamente le dio la vida, sino que le dio, a través de su trabajo como hombre de mar, el sostén económico, moral y sentimental para formarse como un hombre, en este caso, de cine y de letras.

Salta a la vista la admiración, el cariño acumulado en las largas ausencias marítimas de las cuales, su padre volvía cargado de regalos ─para Fernando y sus hermanos─ así como de historias que compartía con sus tres hijos pero que se arraigaban en el mayor de ellos, el niño que intentaría llevar a la pantalla de plata esas historias y que terminaría plasmando parte de ellas en paginas memorables de la novelística española reciente.

Me atrevo a decir que los primogénitos tenemos una relación especial con el padre. Somos de pronto su viva imagen y pasamos gran parte de la vida tratando de no serlo. Los hermanos menores no llevan esa carga, otras quizás. Al cabo el tiempo aplaca esa intentona golpista contra los genes y los rasgos de carácter que vamos heredando en el convivir cotidiano. Yo mismo, me anudo las corbatas igual que mi padre tras años de combatir contra el inexorable destino de ser idéntico a él. Alguna vez he confundido mi propio reflejo en un escaparate lejano con la efigie de mi padre, e incluso, sorprendido, he apurado el paso para saludarlo.

Sobra decir que La isla del padre es un libro de amor. Un libro de memorias que hace latente el amor sostenido entre sus protagonistas y el amor que llevó a su hechura. Fernando Marías va narrando la historia y al mismo tiempo nos va diciendo “cómo” es que va narrando la historia, logrando una suerte de ilusión literaria donde podemos ver el interior de un edificio asomados desde los andamios que cubren y sostienen su fachada. Las batallas libradas en la soledad de la habitación del hospital donde su padre dio su último aliento, su última promesa; en la soledad de la casa familiar ya vacía; en la soledad de los trenes que lo llevan de nuevo a su natal Bilbao desde Madrid para ir escribiendo página por página una historia que, mientras esta siendo escrita, mantiene a su padre vivo escribiendo el libro junto a él. Una esgrima emocional va trazando por el aire los pasajes de la memoria que se mezclan con el presente, azarosos pero causales de una historia que merecía ser contada.

Y por si fuera poco la intensidad del sentimiento que motiva la novela, en ella podemos apreciar la otra pasión de Marías: el cine. No solamente a través de las anécdotas de la infancia en las que su padre compartió el disfrute de una película, en ocasiones prohibida para los menores por la exagerada censura franquista, en una habitual sala de cine, sino también en el planteamiento estético, incluso narrativo de algunos pasajes del libro. En especial el que cierra la novela: un plano cerrado del rostro sudoroso de su padre, boxeando a solas contra el saco de entrenamiento en el interior de un barco, la toma se abre y se aleja hasta el punto de la nave cruzando el océano impulsado por el “humilde viento implacable de los puños de mi padre”.

La isla del padre es una novela única que avanza por el amoroso y feroz viento de los puños de Fernando Marías.

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