¿Qué sentido tiene
reseñar un libro que ha dejado de ser novedad literaria? El trabajo de los
reseñistas tiene mucho que ver con la oportunidad periodística de dar a conocer
algo nuevo, la primicia editorial para sus lectores. Sin embargo, aquellos que
semana con semana nos sentamos frente a la titilante blancura de la computadora
para esbozar, la mayoría de las veces sin mucho tino, ideas alrededor de un
libro que nos ha impresionado o sobre el que nos han encargado escribir algo, somos
afortunados por la posibilidad simple y llana de hablar, mejor sería decir “escribir”,
sobre lo que nos apasiona: los libros.
A mi me sucede ahora aquello
de estar impresionado y es que acabo de terminar la lectura de La isla del
padre la más reciente novela (aparecida en 2015, cabe decir), del escritor
bilbaíno Fernando Marías. El libro, escrito con fineza, es profundamente
conmovedor. En sus páginas el autor va narrando los últimos días de vida de su
padre, con quien ha tenido a lo largo de la vida una relación íntima, aunque
difícil; entre ellos dos se ha establecido desde el primer momento una tensión
amorosa especial a la que le ha dado por llamar “el miedo mutuo”. Ese vínculo
padre e hijo, indisoluble pero intrincado lo lleva a narrar la vida de su padre
como último homenaje a quien no solamente le dio la vida, sino que le dio, a
través de su trabajo como hombre de mar, el sostén económico, moral y
sentimental para formarse como un hombre, en este caso, de cine y de letras.
Salta a la vista la
admiración, el cariño acumulado en las largas ausencias marítimas de las
cuales, su padre volvía cargado de regalos ─para Fernando y sus hermanos─ así
como de historias que compartía con sus tres hijos pero que se arraigaban en el
mayor de ellos, el niño que intentaría llevar a la pantalla de plata esas
historias y que terminaría plasmando parte de ellas en paginas memorables de la
novelística española reciente.
Me atrevo a decir que los
primogénitos tenemos una relación especial con el padre. Somos de pronto su
viva imagen y pasamos gran parte de la vida tratando de no serlo. Los hermanos
menores no llevan esa carga, otras quizás. Al cabo el tiempo aplaca esa
intentona golpista contra los genes y los rasgos de carácter que vamos
heredando en el convivir cotidiano. Yo mismo, me anudo las corbatas igual que
mi padre tras años de combatir contra el inexorable destino de ser idéntico a
él. Alguna vez he confundido mi propio reflejo en un escaparate lejano con la
efigie de mi padre, e incluso, sorprendido, he apurado el paso para saludarlo.
Sobra decir que La isla
del padre es un libro de amor. Un libro de memorias que hace latente el amor
sostenido entre sus protagonistas y el amor que llevó a su hechura. Fernando
Marías va narrando la historia y al mismo tiempo nos va diciendo “cómo” es que
va narrando la historia, logrando una suerte de ilusión literaria donde podemos
ver el interior de un edificio asomados desde los andamios que cubren y
sostienen su fachada. Las batallas libradas en la soledad de la habitación del
hospital donde su padre dio su último aliento, su última promesa; en la soledad
de la casa familiar ya vacía; en la soledad de los trenes que lo llevan de
nuevo a su natal Bilbao desde Madrid para ir escribiendo página por página una
historia que, mientras esta siendo escrita, mantiene a su padre vivo
escribiendo el libro junto a él. Una esgrima emocional va trazando por el aire
los pasajes de la memoria que se mezclan con el presente, azarosos pero
causales de una historia que merecía ser contada.
Y por si fuera poco la
intensidad del sentimiento que motiva la novela, en ella podemos apreciar la
otra pasión de Marías: el cine. No solamente a través de las anécdotas de la
infancia en las que su padre compartió el disfrute de una película, en
ocasiones prohibida para los menores por la exagerada censura franquista, en
una habitual sala de cine, sino también en el planteamiento estético, incluso
narrativo de algunos pasajes del libro. En especial el que cierra la novela: un
plano cerrado del rostro sudoroso de su padre, boxeando a solas contra el saco
de entrenamiento en el interior de un barco, la toma se abre y se aleja hasta el
punto de la nave cruzando el océano impulsado por el “humilde viento implacable
de los puños de mi padre”.
La isla del padre es
una novela única que avanza por el amoroso y feroz viento de los puños de
Fernando Marías.
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