Hace algunos
años, en una charla con el escritor Mario Bellatín, le escuchaba reflexionar
sobre cómo, hoy que contamos con herramientas para escribir más rápido,
escribimos menos. Y es que por rápido debemos entender una agilidad en cuanto a
revisar, corregir e incluso imprimir un página que en las viejas máquinas de
escribir era sacrificada al más mínimo error; la jalábamos escuchando el
chirrido del rodillo y al estrujarla descargábamos la frustración de saber que
debíamos comenzar a escribirla desde el principio. Pero esto me provoca una
serie de reflexiones: ¿Habrá sido más sencillo para Cervantes escribir su
Quijote en una laptop?, seguramente; pero ¿La laptop habría cambiado el
resultado, la extensión? Nunca lo sabremos. Sin embargo, lo que sí ha cambiado
a través de las nuevas tecnologías es la manera en que leemos. Móviles,
tabletas, computadoras, titilantes páginas de cientos y cientos de libros que
caben en el bolsillo; pero son los mismos contendores de ellos, los principales
distractores del lector, que rara vez cierra el feisbuc para ejercer el íntimo
placer de la lectura.
Parecería
entonces que la literatura contemporánea ha buscado formas, no de encajar en
los “gadgets”, sino en el tiempo que la vorágine de la modernidad nos deja para
disfrutarla. De ahí que desde hace algunos años, los escritores hemos preferido
ejercitar la escritura breve, concisa, a veces abigarrada, pero de corta
extensión para permitirle al lector, consumirla (que horrenda palabra tan
ligada con el supermercado) en pocos minutos y después continuar con su
vocación de “humano moderno” de tiempo completo.
Ahí encaja a la
perfección “Re Veces”, el más reciente libro de Enrique Rivas Paniagua,
escritor “tamauliqueño” que además es diestro en las lindes de la
etnomusicología, la radio, la historia y la lingüística (entre otras mañas).
El libro se
compone con 52 relatos, los cuales originalmente aparecieron en las páginas de
este diario en la “viernesina” sección “Intervalo”. “Cuentecillos” le llama el
autor, “de úsese y tírese” remata; sin embargo su ejercicio debe ser
considerado como micro relato, micro cuento o cuento breve, y como pequeñas
dosis de un inhalador que reaviva el respiro de la literatura del ya
quinceañero siglo XXI.
En estos cuentos breves,
Rivas Paniagua, se regodea en el lenguaje (el cual por cierto sabe usar
exquisitamente bien), para traernos historias salidas de una imaginación
reflexiva de la que van destilando narraciones sobre lo que ha visto, escuchado
y leído. Aquí conviven personajes habitantes de otras páginas que Enrique
vuelve a la realidad como pretexto para reflejarla, con personajes de la vida
cotidiana que sumerge en las páginas de su libro para recrear algo más importante:
la vida misma.
Otra virtud de
este volumen es su humor, irónico a veces, satírico otras, elemento pocas veces
encontrado en la literatura, pero que siempre se agradece y se disfruta.
¿Imagina usted,
estimado lector, un monumento al “lugar común?, peor que eso, ¡un timbre
postal! ¿O, la sombra de Hamlet con cruda (eso sí, real)? ¿Al Quijote
escribiendo una obra caballeresca donde el protagonista es un manco? ¿Un
dinosaurio devorando el cuento más largo del mundo? ¿La Frase de Cajón y la
Muletilla haciendo público su idilio? Pero en este libro hay mucho más que eso,
también diputados que mueren en su curul sin darse cuenta (eso sí, con el dedo
estoico), bibliómanos que venden su alma al diablo, agencias de viajes que te
conducen a tu casa, un haijin con bloqueo creativo y hasta cangrejos que se la
pasan pensando en la inmortalidad del humano.
A veces en
primera persona, a veces desde el todo poderoso omnisciente, Rivas nos lleva
por historias bien construidas en escasas líneas, con sus ya acostumbrados
vericuetos verbales que convierten a cada una en un disfrute absoluto, pues las
dota de la picardía y el ingenio propio del español mexicano. Y esto las hace
únicas. Pero hay algo que vale un aviso; en ocasiones el autor apela al libre
albedrío del lector (si es que los lectores lo tenemos) convirtiéndolo en
cómplice de algún final o en autor intelectual de otro desenlace para alguna de
estas historias. Y es que uno se queda mascullando lo leído, un rato largo
después de cerrar la página.
Enrique logra
como en todos sus libros, contagiar al lector de la pasión con que los escribe,
siendo “Re Veces” donde se le nota más desenfadado, con una libertad sobrada
que el autor aprovecha para subirse al tren de la literatura hidalguense; yo
sospecho que lo había hecho ya, pero si para alguno quedaba duda, este libro
confirma que Rivas es un escritor en toda la extensión de la palabra.
Para rematar el
volumen (o debo decir, para abrirlo, no lo sé) encontramos una portada
magistral, se trata de una gráfica digital del maestro Enrique Garnica (tocayo
del sujeto que es objeto), titulada “En boca cerrada”; tarde me di cuenta de
ello, las moscas se introducen, como Juan por su casa, en la sorpresa y el gozo
que me han provocado estos “Re Veces”.
Publicado el miércoles 27 de mayo de 2015, en la sección Voces sobre papel del Sol de Hidalgo.
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