jueves, 28 de mayo de 2015

La hoja y la mirada: La brevedad y sus re veces


Hace algunos años, en una charla con el escritor Mario Bellatín, le escuchaba reflexionar sobre cómo, hoy que contamos con herramientas para escribir más rápido, escribimos menos. Y es que por rápido debemos entender una agilidad en cuanto a revisar, corregir e incluso imprimir un página que en las viejas máquinas de escribir era sacrificada al más mínimo error; la jalábamos escuchando el chirrido del rodillo y al estrujarla descargábamos la frustración de saber que debíamos comenzar a escribirla desde el principio. Pero esto me provoca una serie de reflexiones: ¿Habrá sido más sencillo para Cervantes escribir su Quijote en una laptop?, seguramente; pero ¿La laptop habría cambiado el resultado, la extensión? Nunca lo sabremos. Sin embargo, lo que sí ha cambiado a través de las nuevas tecnologías es la manera en que leemos. Móviles, tabletas, computadoras, titilantes páginas de cientos y cientos de libros que caben en el bolsillo; pero son los mismos contendores de ellos, los principales distractores del lector, que rara vez cierra el feisbuc para ejercer el íntimo placer de la lectura.

Parecería entonces que la literatura contemporánea ha buscado formas, no de encajar en los “gadgets”, sino en el tiempo que la vorágine de la modernidad nos deja para disfrutarla. De ahí que desde hace algunos años, los escritores hemos preferido ejercitar la escritura breve, concisa, a veces abigarrada, pero de corta extensión para permitirle al lector, consumirla (que horrenda palabra tan ligada con el supermercado) en pocos minutos y después continuar con su vocación de “humano moderno” de tiempo completo.

Ahí encaja a la perfección “Re Veces”, el más reciente libro de Enrique Rivas Paniagua, escritor “tamauliqueño” que además es diestro en las lindes de la etnomusicología, la radio, la historia y la lingüística (entre otras mañas).

El libro se compone con 52 relatos, los cuales originalmente aparecieron en las páginas de este diario en la “viernesina” sección “Intervalo”. “Cuentecillos” le llama el autor, “de úsese y tírese” remata; sin embargo su ejercicio debe ser considerado como micro relato, micro cuento o cuento breve, y como pequeñas dosis de un inhalador que reaviva el respiro de la literatura del ya quinceañero siglo XXI.

En estos cuentos breves, Rivas Paniagua, se regodea en el lenguaje (el cual por cierto sabe usar exquisitamente bien), para traernos historias salidas de una imaginación reflexiva de la que van destilando narraciones sobre lo que ha visto, escuchado y leído. Aquí conviven personajes habitantes de otras páginas que Enrique vuelve a la realidad como pretexto para reflejarla, con personajes de la vida cotidiana que sumerge en las páginas de su libro para recrear algo más importante: la vida misma.

Otra virtud de este volumen es su humor, irónico a veces, satírico otras, elemento pocas veces encontrado en la literatura, pero que siempre se agradece y se disfruta.

¿Imagina usted, estimado lector, un monumento al “lugar común?, peor que eso, ¡un timbre postal! ¿O, la sombra de Hamlet con cruda (eso sí, real)? ¿Al Quijote escribiendo una obra caballeresca donde el protagonista es un manco? ¿Un dinosaurio devorando el cuento más largo del mundo? ¿La Frase de Cajón y la Muletilla haciendo público su idilio? Pero en este libro hay mucho más que eso, también diputados que mueren en su curul sin darse cuenta (eso sí, con el dedo estoico), bibliómanos que venden su alma al diablo, agencias de viajes que te conducen a tu casa, un haijin con bloqueo creativo y hasta cangrejos que se la pasan pensando en la inmortalidad del humano.

A veces en primera persona, a veces desde el todo poderoso omnisciente, Rivas nos lleva por historias bien construidas en escasas líneas, con sus ya acostumbrados vericuetos verbales que convierten a cada una en un disfrute absoluto, pues las dota de la picardía y el ingenio propio del español mexicano. Y esto las hace únicas. Pero hay algo que vale un aviso; en ocasiones el autor apela al libre albedrío del lector (si es que los lectores lo tenemos) convirtiéndolo en cómplice de algún final o en autor intelectual de otro desenlace para alguna de estas historias. Y es que uno se queda mascullando lo leído, un rato largo después de cerrar la página.

Enrique logra como en todos sus libros, contagiar al lector de la pasión con que los escribe, siendo “Re Veces” donde se le nota más desenfadado, con una libertad sobrada que el autor aprovecha para subirse al tren de la literatura hidalguense; yo sospecho que lo había hecho ya, pero si para alguno quedaba duda, este libro confirma que Rivas es un escritor en toda la extensión de la palabra.


Para rematar el volumen (o debo decir, para abrirlo, no lo sé) encontramos una portada magistral, se trata de una gráfica digital del maestro Enrique Garnica (tocayo del sujeto que es objeto), titulada “En boca cerrada”; tarde me di cuenta de ello, las moscas se introducen, como Juan por su casa, en la sorpresa y el gozo que me han provocado estos “Re Veces”.

Publicado el miércoles 27 de mayo de 2015, en la sección Voces sobre papel del Sol de Hidalgo.

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