Emiliano Páramo
El viernes pasado, un par de médicos, especialistas en “malas nuevas”, me enteraron que una añeja protuberancia en mi cadera, había desarrollado un proceso al que los oncólogos llaman metástasis. Noticias como esa suelen caer como baldazo de agua fría; sin embargo, mientras me colocaban unas agujas en el cuerpo, con el fin de aminorar un par de síntomas incómodos, me la pasé bromeando con la médica, mi madre y mi amigo Gil (qué bueno que siempre estás, hermano). La aguja que me pusieron entre las cejas me hizo recordar a Silvio y el unicornio perdido; el recuerdo me permitió jugar aún más para aminorar -también- la angustia del dato imputado a mi salud. Pienso ahora en la importancia que las canciones han tenido en los momentos más definitivos y definitorios de mi vida. Sin música, esta o cualquier otra vida, no habrían sido vivibles.
Entre muchas, las rolas de Gil Fuentes, aún más allá de lo que sus letras pudieran proponer, han sido bálsamos de paz, en tiempos de guerra: “Vagón”, en su voz o en la de Pya, ha aparecido soltando las amarras y desplegando las velas, en pos de tierras nuevas, camino de los mares del sur, donde una vez mi corazón buscó refugio.
Con mi amigo Nolo fui una vez a escuchar a Sabina, a los Fabulosos, y gozamos juntos un Vive Latino. En un concierto de Fito, al que no pude ir, él se llevó mis oídos y mis ojos en pos de refundarme en esa música, la ocasión bendita de esperar auroras dulces; cuando regresó, trajo para mí una taza con la foto de Páez, donde he bebido el mejor café de mis largos días recientes, pensando en los “recuerdos que no voy a borrar, las personas que no voy a olvidar y los aromas que me quiero llevar”. Quedan pendientes muchos conciertos más, donde todavía habremos de corear a aquellos que desde un iPod viejito, han salvado las horas de soledad que nos ocurren, a mi amigo en la huasteca hidalguense, y a mí en esta ciudad que no acaba de tragarme entero.
Aunque todavía no he resuelto si voy a creerles a los doctores puntualmente, he decidido, por lo pronto y para mi entero bien, recetarme dosis muy altas de la música que me gusta, y abrir mi vida a las buenas noticias, por si ocurren, cuando ocurran. Algunas ya están llegando. Este sábado, después de unas horas en el consultorio médico, tuve en mi plato la mejor sopa de mí vida, en la mesa de ella, una mujer que “se parece tanto a la felicidad”. Sus ojos están llenos de luz: faros la habitan y le alcanzan para aluzarla mata seca que de a ratos soy. En sus labios fulguran las estrellas que ha ido recogiendo, beso a beso, de la piel del cielo. La miro y mi asombro no acaba, al confirmar que la vida se sustenta de momentos buenos a lado de la gente buena que, como ella, le encienden, por dentro, las farolas a mi casa, cuando el príncipe del cáncer que contaba Sabines, llama a la puerta. Hoy más que nunca, le sobran razones a mi corazón arrodillado, para tener las ganas de vivir, para vivirla (a ella), y para seguir viviendo a mis amigos, que tanto bien le hacen a todas las parcelas de mi vida.
Nadie pretenda que me ando despidiendo. Yo no sirvo para decir adiós, así que cuando suceda lo inevitable, que planeo no ocurra antes de que México gane el mundial, me iré contra mi voluntad y les diré nomás un “hasta luego”, porque sólo me iré a prepararles un pachangón para recibirlos, mucho después, en el sitio al que nos toque llegar para continuar este eterno carnaval que es el amor.
Mi amigo El eNe, un día, en medio de una terrible tormenta por la que nuestras vidas atravesaban como barca sin timón ni timonel, me mandó un mensaje que textualmente decía: “Vamos a pensar en algo, vamos a planear algo, y verás que esta pinche vida culera nos la va a pelar; verás que sí, porque nuestro amor es más grande que toda esta mierda”. Mi corazón ha decidido hacerle caso.
Dijo Benedetti que las canciones son ventanas abiertas, algunas veces hacia el pasado aleccionante y otras hacia un futuro que queremos ganar. Hoy no pienso sólo en el futuro, me afana más el presente, por eso las canciones que escucho me llevan a ella, y a mis queridos amigos, a los que les adeudo la ternura. Por el momento voy terminando esta nota, y sólo esta nota, porque me quedan muchas más. Y traigo en los brazos, muchos abrazos que ya tienen destino; mis besos, que aún son muchos, ya tienen horizonte. Aquí me seguirán teniendo a sus canijas órdenes, y ella, me va a tener siempre a sus pies. Algún día lejano vendrá la muerte, y ruego que para entonces, sus ojos sean olivas frescas bañadas por el viento de mi amado Valle del Mezquital.
Jamädi...
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