viernes, 26 de julio de 2024

Informe de regocijos


¿Para qué sirven los encuentros de escritores o literarios? No estoy hablando de los festivales literarios, ni de las ferias del libro, mucho menos de las presentaciones editoriales. Hablo de los eventos que son pensados, concebidos como puntos de encuentro para que los escritores podamos descubrirnos. Claro que en festivales, ferias y presentaciones tenemos la oportunidad de charlar con los colegas, escucharlos, nutrirnos de las experiencias que comparten y, en el mejor de los casos, adentrarnos un poco más en la literatura, dicha esta como el arte y oficio de escribir. 

Las experiencias que se obtienen en los eventos arriba descritos son distintos si uno es un lector o si además de lector (lo ideal es que los escritores lean, aunque no siempre pasa, por increible que parezca) uno se ocupa en el oficio de escribir; incluso, es posible que uno, siendo escritor, asista a una feria del libro como simple lector; entonces, según la identidad secreta con que nos aparezcamos en los aquelarres literarios, experimentaremos aristas distintas. 

Sin embargo, el caso de los “encuentros de escritores” tienen una intención qué va más allá de la promoción del libro o del fomento a la lectura. Claro que son una buena oportunidad para encargarse de promociones y fomentos, pero existe en ellos el oscuro conocimiento de que tal vez no asista publico lector, o al menos no mucho, dejando el camino libre para que los escritores participantes puedan compartir experiencias más profundas según las andanzas particulares frente a la hoja en blanco, la hechura escritural de un libro en particular, las rutas y los atajos para contar una historia, cómo construir a los personajes, cuáles han sido, o no, las experiencias en las que el autor se ha basado para su novela y cómo es que escribir un libro ha transformado al escritor. Esta urdimbre de milagros es el tesoro que uno espera descubrir al asistir a uno de estos encuentros.

Precisamente estos asombros ocurrieron durante el Segundo Encuentro Literario Agustín Ramos”, evento organizado por el poeta y editor tulancinguense Omar Roldán y que contó con el apoyo tanto de la sociedad civil (FUNHDAR y Studio Bar Karaoke) como de la autoridad municipal a través de la Dirección de Cultura de Tulancingo (lo cual significó una grata sorpresa) y que se desarrolló, durante dos días en el Foro de la Escuela José María Lezama convertido ya en parte de la infraestructura cultura y artística de la ciudad.

El detonante del encuentro es la figura de uno de los escritores hidalguenses más importantes y referenciales de la literatura mexicana: Agustín Ramos. Nacido en Tulancingo, ha sido un autor que ha dejado una huella importante con su obra, la cual sigue dando frutos. Poseedor de un estilo particular, punzante e incisivo para retratar la realidad y la historia de un país que se ha transformado lentamente, dando cada vez más, cabida a los reclamos sociales más urgentes y, en algunos casos, construyéndoles soluciones.

A lo largo de todo el encuentro, pudimos escuchar a Agustín leer fragmentos de tres de sus libros: “Al cielo por asalto”, “Ahora que me acuerdo” y “Sonar de letras”, con el complemento de explorar sus mecanismos literarios, anécdotas y el análisis personal que un autor puede hacer de sus propios libros a través del crisol del tiempo. Ramos, compartió con los asistentes (la mayoría éramos escritores) en un diálogo lejano a la cátedra, en su lugar charló con la confianza que da departir entre colegas, escuchando las preguntas, las opiniones y dando reveses que cada uno de nosotros pudo tomar, de manera individual, como consejos para observar en el trabajo literario que desarrollamos en este momento.

Pudimos además compartir las presentaciones y ponencias de una sustancial y relevante lista  de autores locales como fueron: Soledad Soto, Ana María Rueda Castro, Irma Morgado, Anuar Jonguitud, Martha Miranda, Juan Galván Paulin, Ricardo Luqueño y quien esto escribe. Además hubo tiempo de recitales musicales e incluso un rápido taller que algunos de los autores presentes tuvieron casi a escondidas con Galván Paulin, además de la visita inesperada de amigos como la editora Noemí Luna y el joven narrador Moisés Lozada.

Al final de cada día, el jolgorio pertinente, la celebración de lo dicho y lo escuchado, la camaradería y la oportunidad de conocer a los oficiantes más allá de la atribulada intimidad del escritorio de trabajo. Ahora que lo pienso bien, los encuentros de escritores son la otra cara de la moneda; más allá de la soledad del trabajo, la coincidencia con quienes compartimos camino y a quienes admiramos. 

lunes, 22 de julio de 2024

Recorrido cantinero, con "Letras de Pachuca" como guía



El libro "Letras de Pachuca" editado por Los Libros del Sargento tiene varios textos inspirados en las Cantinas del centro de nuestra ciudad, así que junto con los autores recorreremos estos puntos donde nacen las historias. 


No tiene costo pero el cupo es limitado, regístrate al 55 3999 1724 y nos vemos el sábado a las 11:45 en el Reloj.


El cartel fue creado por Hector Brauer. 


Gracias al impulso del Instituto Municipal para la Cultura de Pachuca


Ese día estarán disponibles tanto los libros como el grabado. 

#letrasdepachuca

viernes, 19 de julio de 2024

Más de la mitad de lo que uno es


La tarde del día que murió mi padre, un amigo entrañable al que admiro, Juan Manuel Menes Llaguno, me escribió un profundo mensaje de pésame. En él, me decía, palabras más, palabras menos, que la figura del Padre es más de la mitad de lo que uno es. Lo parafraseo porque hoy no me atrevo a buscar el mensaje original en los impolutos archivos digitales de los mensajes “inbox”. Sin embargo, esa definición de la presencia paterna en la vida de un ser humano me ha acompañado día tras día desde aquel ominoso trece de agosto.

El escritor mexicano Juan Villoro ahonda en la esencia de esta frase. En su más reciente libro “La figura del mundo” hace una radiografía de la relación con su padre, el filósofo mexicano de origen español, Luis Villoro, fallecido en dos mil catorce y figura clave del pensamiento, el análisis y el compromiso político para más de una generación.

Juan, narrador incomparable, ameno y preciso, nos lleva en un viaje cronológico para conocer a su padre; el descubrimiento no es sólo para el lector, lo es para el mismo autor que va explorando en sus recuerdos para ir armando un rompecabezas emotivo que va dando forma al retrato, privado y también público, de un hombre para el que la filosofía no era solamente un oficio, sino una forma de vida.

En esos primeros años, el literato descubre en la mirada del filósofo la figura que tiene el mundo, ese, el inmediato, el que le rodea en la infancia, sino también el otro, el que en la lejanía ira descubriendo a partir de la forma en que su padre le enseñó a desenmarañarlo.

A partir de anécdotas, algunas de ellas contrastadas con el punto de vista de sus hermanos o de su madre, Villoro hijo nos describe las huellas que la presencia de su padre dejó en su formación, pero también nos da cuenta de las ausencias paternas, fueran físicas pero sobre todo emotivas, con que su personalidad y vocación se fue consolidando; porque donde no podía vislumbrar con claridad lo que su padre sentía o pensaba, comenzaba su literatura.

A pesar de que en otros de sus textos Juan Villoro ya había tocado la figura del padre, dejando entrever el entramado íntimo de sus reflexiones, es en este libro donde la disección de los detalles, los comentarios, las actitudes, las filias y las fobias de un padre van dando forma, en imitación o en contraposición, de las aristas del hijo.

Luis Villoro era un hombre callado, solitario, maestro apasionado y un activista social que pudo ver, desde el crepúsculo del siglo XX, lo que la izquierda ha provocado, para bien o para mal, en la política mexicana del primer cuarto del siglo XXI; fue miembro fundador lo mismo de partidos de izquierda que de univeridades y cercano asesor y simpatizante del movimiento zapatista en Chiapas. Supo analizar como pocos el pasado mexicano con la privilegiada posición emotiva de un extranjero pero con la entrega apasionada de un propio. 

La descripción del personaje público casa a la perfección con el familiar; su participación social era extensión de su ética personal y resultado de su propia, muy de filósofo, manera de ver el mundo. Esto influencio de muchas maneras al hombre que se convertiría en escritor y que, sin dejar de lado su interés por lo que en México ocurre, examinar también, en sus libros y sus discursos, la manera en que México se ha (des)construido en los años recientes.

Ambos “Villoros” compartieron la pasión por el fútbol, por los libros, por la política, pero sobre todo por el antiguo, y en ocasiones actuales simplificada a un grado epidérmico, arte de analizar la realidad.

La lectura de “La figura del mundo” de Juan Villoro es una deliciosa incursión en la íntima relación que dos hombres, el padre y el hijo, sostuvieron y aún sostienen en el tiempo, más allá de su lazo sanguíneo, unidos por su lazo intelectual.