viernes, 27 de diciembre de 2019

Notas para un (¿errado?) final de década 2



Inicio con el recuento de algunos temas que por falta de tiempo, espacio o simple distracción de quien esto escribe, no había podido dilucidar en esta columna, esperando que usted, anhelado lector, me acompañe con su lectura, agradeciendo además su conformidad o disentimiento de lo aquí expuesto que no es otra cosa que los pensamientos en voz alta (o mejor dicho, en escritura) de quien aporrea las teclas en este momento.

Uno: Zapata, imbatible
Mis hijos son descendientes de Emiliano Zapata, es su tatara-tatarabuelo en la línea de sangre de su madre. He aprovechado esa liga familiar para despabilar su desinterés en la historia de México, sin contar que El Caudillo del Sur es mi personaje histórico favorito de la Revolución Mexicana. Es por ello que no pude dejar de sentir enfado por lo ocurrido alrededor de la pintura donde se exploraba su “lado femenino” basándose en una serie de rumores acerca de sus preferencias sexuales, las cuales, aunque hayan sido ciertas, no merecen mínimo interés antes los aportes del líder social. Sin embargo, al paso de los días y viendo el devenir de los acontecimientos las cayeron en su sitio; ni la “obra de arte” es más que una insulsa  ilustración de lotería, ni la representación que la mente de un “artista” determina el valor que la colectividad le da a la memoria un personaje histórico y además, tanto el artista en su derecho de mostrar su “representación” como la familia su desaprobación, en todo caso lo más reprobable es la violencia generada al rededor, contra esa todos deberíamos pronunciarnos.

Dos: El ladronzuelo de libros
Bochornoso que el señor Embajador de México en Argentina haya sido captado sustrayendo sin pagar un libro en una librería de Buenos Aires, pero lamentable la manera en que el gobierno de México trato el asunto; que si todos nos hemos robado libros, que si fue una distracción, etc. Todos nos hemos robado un libro alguna vez, yo, por ejemplo, el último que sustraje ilícitamente fue uno Juan Gelman hace como quince años, lo que me hace “humano”, tendiente siempre a hacer lo que me provoqué adrenalina. El robo de libros esta mal, y es aún peor en la persona de un individuo que representa a una Nación como es el caso de Embajador, envestidura que por cierto no lo exime de cometer errores. El problema real es el trato timorato y de simulación que le da la autoridad; el Embajador se equivocó, ¿exhibió sus concupiscencias públicamente? Se va, punto. Le dio la gana no pagar por el libro que le gustó, lo cacharon, que se atenga a las consecuencias. No porque pertenezca a la 4T y no se pueda equivocar, no, también los de izquierda luchan todos los días para hacer lo “correcto”, se va porque avergonzó a un país y ese “detalle” en el Servicio Exterior debe ser imperdonable. Al paso de las semanas terminó por irse, bajo un pretexto todavía más, alegando problemas de salud. Lo ofensivo del asunto es que sigan pretendiendo darnos atole con el dedo cuando a todas luces vemos el pocillo lleno de vinagre.

Tres: primer cae un hablador si es cojo
Que si habían prometido quietar impuestos, que si habían prometido vender el avión, no tolerar la corrupción (el de robo de libros y muchos otros), que si las Madres de este país iban a ser la primera fuerza de contención contra el índice de delitos, comunes o no, en fin, que tanto fue lo que se comprometió durante la campaña que la realidad de este país le ha dado en las narices a Gobierno en su primer año, y a nosotros de paso, nos ha agarrado los dedos.

Me quedan un par de temas en el tintero, por lo que, a pesar de que este recuento lo pensé para dos partes, me veré en la "disfrutable" circunstancia de continuar la semana próxima.

Antes de terminar quiero tomarme unas líneas para agradecerle su compañía lectora durante este 2019, deseándole que lo vivido en este lapso haya sido de satisfacción personal y que lo que depara el 2020 sea cercano a sus expectativas; por lo pronto en las mías se encuentra la esperanza de que siga acompañándome cada semana en este espacio. Feliz Año Nuevo.

viernes, 20 de diciembre de 2019

Notas para un (¿errado?) final de década 1


Resulta curioso la manera en que contamos el tiempo; el tiempo que hemos vivido y el tiempo en el que hemos vivido. Cuando cumplimos años festejamos la conclusión de un año –yo cumplí 45 en julio pasado, es decir, celebré la conclusión de mi año número 45 en este mundo y a partir de ese momento estoy viviendo mi año 46, sin embargo, cuando me pregunta mi edad no respondo “estoy viviendo mis 46”, respondo “cumplí 45”–; nos aferramos al tiempo cuya medida tenemos clara y no dudamos diciendo “hoy tengo tantos años, unos cuantos meses y estos pocos días”.

Pero cuando hablamos del tiempo como convención social, hablamos del año que transcurre como una realidad tangible que nos da certeza; “hoy es viernes 20 de diciembre del 2019”, año que esta transcurriendo y que no se cumplirá en su totalidad hasta su 31 de diciembre, no fechamos un documento escribiendo “2018 años, 12 meses y 20 días”. El tiempo entonces, aunque hay quienes digan que es un invento, nos cimienta.

Este invento, en la cuenta en la que vivimos la mayoría de los habitantes del planeta, inicio en el año uno, calculado y establecido a partir del nacimiento de Jesucristo (aunque en realidad la datación esta desfazada, dicen los expertos, por tres o cuatro años); la cuenta al tiempo transcurrido antes de ese acontecimiento se comenzó a realizar en números negativos para evitar confusiones. El inicio pues de este tiempo que vivimos inicio en el año uno, no en el año cero, el cual no existe; es decir, el año anterior al nacimiento de Jesús de Nazaret es el año menos uno. Por lo tanto, la primera década del tiempo después de Cristo, el tiempo moderno, terminó en el año 10 dando paso a la segunda década a partir del año 11 para cumplirse en el año 20. Sin embargo, otra convención que vale la pena mencionar es aquella en la que culturalmente contamos las décadas a partir del año cero, el cual les da nombre: la década de los 70’s, por ejemplo. En estos casos el año cero se vuelve el inicio y se concluye el análisis respectivo –casi siempre sobre los acontecimientos determinantes en la historia, o la música, el cine y la literatura producida en esos años buscando puntos de encuentro que generen o continúen con una corriente determinada, etc.– en el año 9, de tal manera que desde un punto de vista conceptual la segunda década de siglo XXI estaría terminando junto con el 2019.

Entonces, durante los últimos días han comenzado ya a proliferar comentarios, análisis y cronologías para conmemorar el final de la década y, aunque estemos de acuerdo o no por lo antes anotado, es sin duda un buen momento para la reflexión y el recuento. No logro librar la tentación de unirme a estos recuentos considerando que, equivocados o no, este tipo de celebración muestra la necesidad que tenemos los seres humanos de explicarnos a nosotros a partir de la memoria que tenemos de los sucesos que consideramos importantes. No me dedicaré a los sucesos más alejados ocurridos en enero, ni siquiera los ocurridos a principios de noviembre, solo de aquellos que en las últimas semanas han llamado mi atención y que por cuestiones de espacio, o mera distracción de quien esto escribe, no había tenido oportunidad de desmenuzar en este espacio.

Pero tendré que iniciar con este recorrido personal de fin de año la próxima semana pues la perorata sobre cuando termina “realmente” la década me ha tomado mucho tiempo. ¿O será otro de esos actos fallidos a los que nos socorremos los escritores cuando queremos llenar espacio, temerosos de encarar lo que en verdad deseamos decir? Vaya uste’a saber.


Paso cebra
Por ahora interrumpo este ¿análisis?, para desearle una placentera Noche Buena y una gozosa Natividad en compañía de sus seres más queridos, con el deseo de que nos encontramos el próximo viernes en la última entrega de esta columna correspondiente a 2019. Muchas felicidades.

viernes, 13 de diciembre de 2019

(anti) Poetizar con alevosía



Mi abuela paterna, una mujer de origen tarahumara, escondía un montón de secretos e historias detrás del silencio con el que observaba a sus nietos; una parvada de escuincles consentidos y ruidosos que de vez en cuando se detenían a charlar con ella, bueno, al menos yo. Me fascinaban esas charlas con María, pues en ellas me compartía divertidas historias que incluían a un mozalbete engreído y vivaracho que era mi padre ––era una manera diferente de acercarme a él. Pero también, era una oportunidad de conocer a esa mujer encorvada por el cáncer de estómago que padecía y con toda la ternura del mundo agazapada en sus arrugas, quien además de hacerme el cuidador generacional de la mitología familiar, me sorprendía constantemente con palabras domingueras. La que más recuerdo es Antiparras; se ha quedado arraigada en mi memoria tal vez porque de todo el muchacherío estridente que invadía su casa los fines de semana, yo era el único que usaba anteojos.

Con esta bizarra palabra (entiéndase “bizarra” en el sentido correcto de la palabra, “generosa, lucida, esplendida” y no con el equivocado significado de “extraño”) Daniel Olivares Viniegra ha urdido (otra palabra aprendida de mi abuela) un divertimento poético que invita a pasar un buen rato hasta al lector más ingenuo. “Antiparras, antipoemas para lectores si prejuicios” es, sí, un homenaje velado a Nicanor Parra, el antopoeta por excelencia, pero también hace un homenaje a la palabra y sus posibilidades, a sus significados y las historias que “nuestros” significados de ellas esconden. Es un homenaje a la inteligencia y el buen humor, rasgos tan poco habituales hoy en día, por ejemplo, en las redes sociales.

Soy antipoeta: 
lanzo la mano; 
escondo la piedra.

Daniel es uno de nuestros poetas más interesantes. Nacido en Hidalgo al inicio de la década de los sesenta, ha esgrimido una obra cargada de rebeldía y compromiso social, que se ve cimentada en ese disfrute que sólo da un profundo amor por el idioma. “Antoparras…” es probablemente la mejor oportunidad para encontrarnos con ese poeta apasionado por las formas de hablar, la suya y la de los otros, por los dichos, los dobles sentidos, por las grafías con que nos describimos y describimos el mundo en el que somos nostalgias y picardías, pero también, un atisbo de eternidad.

Algo así como el alma de las cosas. 
Suspiro sonoro que 
en ocasiones 
punza y canta 
casi tanto como los adioses.

Los cuarenta y ocho poemas que componen el volumen, diseminados en tres apartados, son una suerte de pócima hilarante contra lo cotidiano, contra el aburrimiento de una época dominada por el puntapié melódico de los móviles, el tica-tac silente de los relojes digitales y obsceno tañido de las cajas registradoras.

La realidad no es real; es plebeya.

Olivares Viniegra es heredero de una estirpe casi extinta en la literatura mexicana, esa que tiene en su árbol genealógico a Jorge Ibargüengoitia, Julio Torri, y Efraín Huerta (a quien por cierto hay un par de guiños poéticos en estas páginas), la de aquellos escritores que usaban su literatura para hacernos reflexionar en el medio de una sonrisa (carcajada) esbozada a la mitad de la lectura, de enfrentarnos a un página-espejo donde nos veíamos reflejados tal cual somos los mexicanos.

Todos ponen. 
Sin palabra/poesía 
a ninguna parte… 
Por amor: siempre. 
Nunca sin humor.

Pero, además, Olivares Viniegra propone usar la página como un lienzo donde la distribución del poema es, verbigracia, un significado paralelo. Esto sin contar que el poeta hace uso de caligramas para mostrarnos que las letras y lo signos ocultan mucho más de lo que callan cuando son parte de una palabra. Este recurso, el de los caligramas, ha caído inexplicablemente en el desuso y ahora recuerdo haberlo visto, también con excelentes resultados, en otra poeta hidalguense: Alejandra Craules Bretón.

Se me ha caído ya mi última hoja de Parra.

En fin, que las “Antiparras…” es un poemario peculiarmente atrevido y de extraordinaria manufactura literaria, lo que lo hace sumamente disfrutable; un destello de humor en la literatura hidalguense del siglo XXI en el que usted, estimado lector, debería sumergirse son miramientos.

Me 
dijo: 
–No  
Estés  
Poem(a)mando…

viernes, 6 de diciembre de 2019

(atrapa) Sueños


He vuelto a soñar con ella. Cada vez me pasa menos seguido, sin embargo, el embate onírico a mi estado de ánimo sigue siendo devastador. La he soñado besándome, o ¿era yo quien la besaba? Aquella vez, en el sueño parecía ser de tarde, ella estaba en una mesa con amigos, departiendo. Yo me acercaba a la tertulia y sin darme cuenta que ella se encontraba allí, me integraba. Al rato la descubría por casualidad (esos sólo puede pasar en un sueño porque en la realidad podría notarla en el medio de una multitud, olerla de ingresas a la misma habitación que ella) y me acerba a saludarla. Ella, molesta, me reclamaba por qué la había dejado y yo en el medio de absurdas explicaciones me disculpaba. Ella, me perdonaba, (cosa que creo sólo podría pasar en el sueño) y tras mucho insistir lograba acercarme hasta el punto en que ella no podría rehuir mi boca. El tacto de sus labios, el olor de su piel, la sensación del latido que se comparte con alguien que a pesar del tiempo transcurrido sigue batiendo al mismo ritmo compartido.

Otras ocasiones la sueño en un departamento en el que nunca ha vivió ni vivirá. Lo sé bien porque la decoración de aquel lugar no es su estilo. Sin embargo, ahí nos hemos encontrado en sueños que he tenido desde el tiempo en que estábamos juntos. La reproducción precisa de nuestra dinámica diaria; llegar al atardecer, besarnos en el medio del abrazo de bienvenida, charlar frente a un café en la mesa del comedor hasta que la noche avanza a la frontera de la madrugada, concluir la platica recostados sobre la cama, aun vestidos, esperando el momento adecuado para desnudarnos (yo a ella, ella no a mi) y hacernos el amor con la cadencia perfecta, aprendida en nuestro primer encuentro y recreada, alimentada por la experimentación y el deseo exacerbado de ciertos días. ¿Por qué carajo todos los sueños terminan en el momento más inoportuno?

A veces creo que esos días, o mejor dicho, esas noches en que la sueño ella está pensando en mí. Tal vez, concilia el sueño recordando nuestra vida juntos, tal vez reproduce esas charlas previas al amor con alguien más, alguien que ¿la hará reí? ¿o la aburrirá lo suficiente para que ella prefiera con desgano apresurara el desenlace coitál? Me enardece tan siquiera pensarlo.

Pero anoche, ella era tan distinta en el sueño. El cabello le ha crecido y se lo ha dejado ondulado. Parecía muy contenta de verme, a decir verdad, hace tiempo que no nos encontrábamos en sueños y ella parecía alegrarse de que al fin la visitara. Su casa era tan distinta a la casa donde ahora vive, parecía más la casa de sus padres. Con una sonrisa en los labios me decía que ahora allí vivía, “más en el centro”, me invitaba a sentarme en el sofá. Tras ponernos al día se acercaba a mí, con ese tiento seductor de quien sabe tener frente a sí una presa acorralada. ¿Por qué no regresamos?, me soltaba a quemarropa. Ya perdóname por aquello que te dije, regresemos a ser felices, como lo éramos antes, disfrutemos de nosotros. Yo perplejo, la miraba tratando de ocultar con una sonrisa mi nerviosismo. Pero las cosas son mucho peor ahora, le dije, tengo tanto que contarte. Me lo dirás luego, alcanzo a decir cuanto ya me arrojaba los brazos alrededor del cuello y sellaba esa entrega febril y espontánea con otro beso.

No recuerdo si hicimos el amor antes de terminar el sueño. Tal vez sí, porque esta mañana tengo menos nostalgia como en otras resacas oníricas donde ella se me aparece. ¿O seré yo quien se aparece en un sueño que ella esta teniendo en la orilla de esta ciudad donde nunca hemos vuelto a encontrarnos? Se lo preguntaré la próxima vez.