domingo, 24 de marzo de 2019

Becas y bocas


Por accidente leí una superflua e insulsa opinión sobre el debate que se ha cernido sobre el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) tras los cuestionamientos de la comunidad cultural sobre sus nuevos esquemas de operación y, la sorpresiva y lamentable salida de Mario Bellatín de su Dirección General.

La opinión en cuestión –desdibujada por la mano de un escritorcete hidalguense que se ha refugiado en las páginas digitales del Estado de México tras haber hastiado a la comunidad local con sus envidias, timos y un talento ramplón–, miraba a los apoyos gubernamentales al arte como la tierra prometida y negada, arguyendo que el único talento de quienes la obtienen es saber “cómo” presentar proyectos y, que a la postre ninguno, o en el mejor de los casos pocos, de los becarios dan continuidad a sus proyectos artísticos.

Por fortuna no todas las opiniones sobre el tema están asomadas desde la frustración de nunca haber obtenido un apoyo, ni son tan obtusas para generalizar la producción de quienes las obtienen. Muchos de los beneficiarios han comentado en redes sociales sus experiencias como becarios y, en algunos casos, como posteriores asesores demostrando que el ejercicio del becario resulta ser un experimento que, con sus excepciones, permite un desarrollo interno que revitaliza el quehacer creador.

El problema fundamental radica en la manera en que se ven las “becas artísticas”: como un fin. Aquellos que aspiran a obtener uno de esos poyos, y sobre todo aquellos que por más que han intentado no la han obtenido, creen que la beca les construirá mágicamente el prestigio y, peor aún, el talento. Ridícula idea. Las becas deben ser vistas solamente como una oportunidad de dedicar más tiempo al desarrollo creativo, gracias a que el dinero obtenido permite que uno deje alguno de los dos o tres trabajos que todo artista tienen para poder sobrevivir paralelamente a la elaboración de su obra. Pero también deben ser asumidas como el reto de medirse con uno mismo, de enfrentar las propias carencias artísticas que no necesariamente tienen que ver con el poco o mucho talento que se tenga, sino sobre todo con los esquemas de trabajo, la disciplina, el empeño y el compromiso de cada creador. Cuando las becas, como los premios, son el fin del artista, se convierten precisamente en eso, en el “fin” del artista.

Hace tres meses, la llegada de Mario Bellatín a la dirección del Fondo, fue un aliento de esperanza de que sus apoyos fueran distribuidos de manera más eficientes y que las reglas para obtenerlo, así como el “uso” de los resultados fuera más eficaz. Acucioso e incisivo como es, Bellatín hizo un análisis que ha planteado la posibilidad de mejora interna, sin embargo su salida repentina hace tambalear la oportunidad de que el FONCA deje de mirar con desdén a los creadores que habitamos más allá de la Ciudad de México (más del 60% de sus apoyos se concentran en la capital del país), entre algunas otras deficiencias que dejan a un amplio sector de los creadores, sin posibilidad real de obtener una beca.

En los estados, la implementación del PECDA (Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico), ha resultado una grata experiencia para muchos de nosotros y, particularmente en el estado de Hidalgo, una oportunidad constante y sonante para consolidar la carrera de muchos creadores que han continuado bregando en la sinuosa autopista del arte, en la mayoría de los casos, con estupendos resultados.

Paso cebra
Hoy es Día Mundial de la Poesía. Felicidades a todos los poetas, pero sobre todo, albricias por la poesía que no siempre concurre a las manos de quien trabaja la palabra, pero cuando lo hace, su sortilegio dura para siempre.

viernes, 15 de marzo de 2019

Incendiar el mundo o el análisis poético


Me resultó por demás sorprendente. Debo confesar que incluso llegue a sentir eso que la cursilería llama “mariposas en el estómago”. Paré mi bicicleta en la luz roja y al alzar la vista lo encontré. Un espectacular tan ordinario como todos, con un mensaje tan extraordinario como pocos: un ciclo de análisis poético en Pachuca. Ya no resulta extraño ver anuncios de actividades culturales en la ciudad, sobre todo aquellos que invitan a conciertos, obras de teatro, montajes de danza, pero el arte literario pocas veces había merecido una oportunidad de perifoneo visual de tal envergadura. No tengo que decir que mi corazón dual de poeta y lector de poesía se sintió mucho más, muchísimo más que reconfortado.


El ciclo está organizado por “El ojo de Faetón / Circulo de estudios ante la poesía”, agrupación sui generis que busca generar espacios donde poder hablar sobre el poema, la poética y sobre el poeta; estos tres “personajes” que siempre van a aparecer en el acto maravilloso de la lírica. Hay muchos espacios para recitales, lecturas, presentaciones de libros, pero muy pocos para hablar del ejercicio y el oficio poético. El Ojo del faetón es ese espacio.

El proyecto se gestó hace casi dos años, en las mesas del legendario café La Habana, otrora sitio de reunión de los grandes periodistas mexicanos y latinoamericanos del Siglo XX. Mientras Daro Soberanes y Ángel del Corral tertuliaban sobre arte y literatura, se lamentaban que no existiera un espacio para el análisis poético, para la discusión sobre el poema. Llegaron a la conclusión de que la única manera de tener un espacio así era creándolo. Surge entonces el grupo denominado el Ojo de Faetón, como una suerte de cátedra en la que un ponente exhibe ante un grupo participante (en el mejor sentido del término) su visión antes alguno de estos tres (o todos) elementos ya señalados: el poeta, la poética y el poema. Más adelante se integraría Alejandra Estrada, Juan Guillermo Leda, Israel Soberanes (desde Guadalajara) y la hidalguense América Femat.

El Ojo de Faetón, se ha transformado, al paso de los meses, en una de las iniciativas del sector cultural de la región más interesantes. Sus ponentes ha sido variados y sus resultados han llamado la atención de propios y extraños. La razón es sencilla, para aquellos que amamos la literatura resulta siempre deseable obtener puntos de vista que nos ayuden, nos guíen o incluso nos disuadan el los senderos laberínticos de nuestras lecturas y la comprensión que de ellas conservamos. Pero por si esto fuera poco, un ciclo como este es Macondo para aquellos que sufrimos el acto de la creación literaria –no digo lo último como una pose de o con embustera modestia, el escribir es una catarsis, un doloroso escarbar en las heridas, un dantesco acto de autoflagelación– para quienes el proceso poético va más allá de apilar líneas cortas unas sobre otras o buscar rimas de outlet, significa el poder mirar en la experiencia de otros escritores el reflejo de las muchas frustraciones y las pocos gozos que se padecen para lograr convertir los versos propios en verdadera literatura.

El ciclo, ya en su sexta edición, tiene al menos tres semanas de hacer iniciado y le queda una o dos sesiones más (todo depende del momento en que usted este leyendo esta columna). Ha tenido a escritores queridísimos y admirados como los poetas Yanira García, Diego José y Martha Miranda, y nos dará la oportunidad de escuchar durante la tercera semana de marzo al novelista Rafael Tiburcio.

Faetón, el primogénito de Helios en la mitología griega, quiso un día conducir el carruaje de su padre, el sol mismo. Faetón era arrojado. El día que se lo permitieron, se elevó demasiado y enfrió la tierra, al tratar de corregir incendió la tierra. Pero su mirada osada lo llevó a una aventura que hizo arder lo que permanecía anodino.

Si usted está interesado en la poesía como lector, hacedor o piromaniaco, dese una vuelta los jueves en el café Radio Express que dobla la esquina del Jardín Colón, en el Centro Histórico de esta calurosa y siempre airada ciudad nuestra. Ojalá no encontremos por allá.