sábado, 29 de octubre de 2022

Trigésimo cuarto Certamen la Orguidea de Plata



Hace mucho tiempo, antes de los tiempos de Cervantes, las justas literarias recibian el nombre de Juegos Florales; en virtud de que al ganador se le otorgaba una pequeña flor de oro como premio. En muchos lugares de Europa, sobre todo en Francia y España, algunos concursos literarios siguen recibiendo este mote, incluso en México, hay estados o municipios que llevan a cabo sus juegos florales como máxima justa entre los escritores de la región.

En Hidalgo, la actividad cultural viva más antigua de su historia son unos juegos florales que, aunque no llevan esa designación, ofrece como máxima presea la escultura de una flor. Me refiero al Certamen de Composición Poética Canto a mi Tierra Hñahñu que entrega como premio de priemer lugar la Orquidea de Plata.

Este premio es una de las actividades más arraigadas de la región y ha sido defendida e impulsada con dedicación y entrega por diferentes grupos de mujeres y homres que defienden la tradición poética que abreve y nutre la cosmovisión hñähñu. Durante estos treinta y cuatro años la codiciada Orquídea de Plata la han obtenido una pléyade de escritores que han aportado su visión literaria sobre la vida en el Valle del Mezquital, ellos han sido Homero Conde Betancourt, Jorge Avilés Martínez, Matías del Ángel Romero, Abraham Pérez López, José Alfredo Ortíz Villa, Alberto Avilés Cortés. Reyna Pérez Pérez, Pablo Mendoza Moreno, Miguel Ángel Oropeza Hernández, Marías del Ángel Romero, Venancio Morten Neria, Mayté Olivares, Óscar Baños Huerta, Zuleima Aidé Ángeles Gómez, Yolanda Hernández Esteban, César Bernardo Moreno Santos, Xico Jaén, José Javier Hernández Cano, Idelfonso Jaén Gasoar, María Isabel Pérez León y Francisco Leonardo Ángeles Santiago, ganadores de las emisiones hasta el 2019.

El trabajo de estos poétas está bellamente compilado en una edición impulsada por el PACMyC 2020, permitiendo conocer las voces, las miradas y el sentir de quienes han plasmado en palabras su amor por la tierra hñähñu.

En lo personal, tuve la oportunidad de participar en dos años consecutivos, 2011 y 2012, oteniendo en ambas ocaciones un honroso segundo lugar, en virtud de que yo no soy un escritor oriundo del Valle. Por el contrario, son un admirador fervoroso de su cutlura, su cosmovisión e identidad, reconociéndola como una de las más sólidas, no sólo del estado de Hidalgo, sino de todo el país.

El pasado sábado 22 de octubre se desarrolló la Ceremonia de Premiación de la XXXIV edición de estos juegos florales en el centro cultural “Nthenhai” (Tierra colorada) de Santiago de Anaya. Tuve el honor de formar parte del jurado y de apreciar, sin cortapisas, el talento, pero sobre todo el amor que tienen los participantes por su origen.

Ser jurado de un concurso nunca es fácil. Cada texto debe ser evaluado conforme al total de los participantes, y es en ese momento, que uno como jurado se da cuenta de que cada uno de los participantes ha dado lo mejor que sí y que esa entrega personal e íntima del poeta resulta en sí misma el mejor poema jamás escrito. Sin embargo, como jurados debemos apreciar los valores literarios de cada texto y sobreponerlos al primiegio impulso de adorar la tierra propia a través de las palabras. No es una tarea fácil y jamás lo será.

En este año los ganadores fueron: primer lugar para el poema titulado “Constelación del norte” de la poeta Rosa Maqueda, escrito originalmente en hñähñu y con una traducción al español, donde la tradición y el presente se conjugan en el tiempo para enseñorear la grandeza del Valle del Mezquital; el segundo lugar fue para el poema “Dendri” del extraordinario poeta ixmiquilpenze Rogelio Perusquía, un texto dedicado al gran artísta Francisco Luna Tavera, que permite condensar, en la mirada del poeta, la esencia que determina al Mezquital; y en tercer lugar un intimo poema de Xico Jaen, donde el Valle y sus limites se interiorisan en el sentimiento del poeta hacia la perona amada, volviéndola un elemento más de la identidad que lo forja.

Felicito a las autoridades municipales de Santiago de Anaya por hacer lo posible para mantener vivo este certamen literario y agradezco la entrega de las compañeras que desde la biblioteca pública de Santiago de Anaya, hacen posible que nos regocijemos con el talento de aquellos que abrieron y mostraron su sentir por la tierra que alberga su pasado, su presente y su futuro.

Enhorabuena por todos los participantes y felicitaciones a los ganadores. ¡Salve la poesía!

viernes, 21 de octubre de 2022

Ha muerto el Marqués de Real del Monte

Imagino al pueblo en su bullicio habitual de medio día. Imagino la bruma endémica de octubre atenuar la luminosidad del sol de otoño, aderezando con un ligero sopor las calles sinuosas del pueblo de montaña. Imagino a un hombre, ataviado completamente de negro, envuelto en una capa y con un sombreo de oficial, dirigirse solemnemente al jardín central del pueblo, desenrollar el bando fúnebre y con voz firme proclamar: ¡Atención todos! Hoy ha muerto el Marqués de Real del Monte. Elevado momentáneamente sobre la punta de sus pies haría chocar los tacones de su calzado como la claqueta cinematográfica que da paso a una escena en que todos los pobladores que lo han escuchado detienen su andar para guardar un minuto de silencio.

Esto debería haber ocurrido el lunes pasado. Pero no fue así. A mi la noticia me sorprendió mirando una publicación en ‘feisbuc’. Entraba con mi hija a un sitio que expende ensaladas de todos tamaños cuando la querida doctora Verónica Kugelme dijo digitalmente que el maestro Luis Rublúo había fallecido. La muerte de un amigo siempre cae como un balde de agua fría sobre la espalda, siempre se siente como una punzada en el medio del pecho, siempre deja escapar un “¡Carajo!” que sorprende y a veces ofende a quien lo escucha, siempre hace recordar aquel verso esgrimido por el argentino Oliverio Girondo: “Muerte puta, muerte cruel.”

El pasado lunes 17 de octubre falleció el más longevo de los historiadores hidalguenses. Nacido en Real del Monte en 1940. Desde muy joven eligió la letra escrita para expresarse a pesar de la negativa de su padre. Ahí fue cuando adoptó el seudónimo (heterónimo, díra yo), del “Marqués de Real del Monte”. La coronación de su osadía juvenil en la prensa local sería cuando su padre le hiciera notar que ese tal “marquesderealdelmonte” escribía muy bien. A partir de ahí las alas de este autor se desplegarían para emprender un vuelo majestuoso en la literatura y la historiografía hidalguense.

Afincó su estancia en la Ciudad de México (que disputó en más de una ocasión su paisanaje) para estudiar Derecho e Historia. Desarrolló desde muy temprano una prolífica bibliografía que le permitiría navegar en diversos géneros como la poesía, el ensayo, la historia. Nunca se desligó de sus raíces mineralmenteses, ni hidalguenses. Encabezó instituciones culturales y escribió devotamente sobre su tierra. De todos los múltiples premios que recibió, dos los consideraba la confirmación de su hidalguía: el Premio de Ciencias y Bellas Artes, Hidalgo 1980 y la Charola de Plata de Honor en Real del Monte en 2008. Esto a pesar de haber recibido premios nacionales e internacionales que también recibieron en su momento personajes como Migule León Portilla.

Su producción literaria llega a los setenta libros. Cuatro de ellos me vienen a la memoria y descansan en los plúteos de mi biblioteca. El primero de ellos es “Juego de Palabras ( Antología inquieta de ensayos)”, publicado en el estado de Nuevo León, donde un joven Rublúo de treinta y ocho años hace gala de su vocación analítica y demuestra una pluma incisiva y dedicada; el segundo es “Viajes alrededor de la biblia”, en donde el autor ensaya su perspectiva franca sobre su fe y recrea pasajes que van más allá de lo dogmático; el tercero es un libro que tuve la fortuna de editar, “Efigie de caudillos”, la celebración que el autor hace de doscientos años de independencia y que apareció en 2012 majestuosamente editado por el Gobierno del Estado de Hidalgo y; “Real del Monte Virreinal, crónicas de un viejo mineral”, un volumen dedicado a su terruño (y que tuve el privilegio de conocer desde su manuscrito) que explora, desde la Conquista hasta el establecimiento de la nación mexicana, los avatares históricos de su pueblo, este libro fue publicado apenas el año pasado como un acto de justicia a la estatura del autor.

He tenido la fortuna de haber compartido con el Marqués de Real del Montemomentos entrañables. A lo largo de seis o siente años compartimos un desayuno que se prolongaba más allá del medio día; lo inauguramos en un restaurante tipo americano de la Calzada de Tlalpan (apenas a unas cuadras de su casa) y lo perpetuamos en el restaurante de un hotel que mira a la cara sur del Reloj Monumental de Pachuca. Lo que ahí hablamos, conforma un tesoro de conocimiento y amistad que guardo celosamente en la memoria y el corazón.

Lamento profundamente no haber asistido a la ceremonia que celebraba los cincuenta años del CEINHAC; el Centro de Investigaciones Históricas A.C., agrupación que ha fomentado, impulsado y construido la investigación histórica de Hidalgo desde 1972 y de la cual Luis Rublúo formó parte de su fundación. De haber estado allí, le hubiera saludado, abrazado y seguramente no le habría dicho cuánto le admiraba, cuánto le quería y cuánto añoraba nuestras pláticas.

Creo, fervientemente, que los restos de Luis Rublúo Islas, Marqués de Real del Monte, deberían descansar en la Rotonda de Hidalguenses Ilustres. Estoy seguro, que la nueva autoridad estatal, sensible a la cultura más que otras administraciones, hará lo propio para que esto ocurra.

Don Luis, mientras viva, no le voy a olvidar.



viernes, 14 de octubre de 2022

Primer réquiem para mi padre

“A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, 

dos corazones en el mismo ataúd.” 

ALPHONSE DE LAMARTINE

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Hoy ha muerto mi padre. Muchas veces pensé que esa frase tardaría mucho en llegar a mis labios. La sabía inexorable, agazapada en el futuro, presta para romperme en pedazos llegado el momento. Pero el momento llegó antes de lo sospechado. Resonó en el instante en que escuché la desesperación de mi madre en el teléfono: ¡Tú papá está muy mal! Por azarosa fortuna tardé tres minutos en llegar a su lecho; durante esos ciento ochenta segundos en mi cabeza rebotaba una canica cuyo eco repetía “No quiero” tratando de conjurar el minuto de enfrentarme con su muerte. Y ahí estuve yo, al pie de su cama, tocando su cuerpo helado, besando su frente mientras murmuraba un agradecimiento sincero. Mirándolo, fijamente, tan hermoso como era.

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No amé a mi padre desde el principio. Durante los primeros seis años el amor por mi Tata ensombreció su presencia en mi vida. Pronto, arrebatado del trono que mi abuelo me había conferido y que se había llevado consigo a la tumba, fui rescatado por los ojos de un hombre que miraba en mí el universo todo. Mi Rey, solía decirme, blandiendo la espada de su estirpe sobre mis hombros, poniendo a mis pies un humilde reino que a la postre sería una herencia de libros. 

Trabajaba de sol a sol. Por las mañanas, muy temprano, el retumbar de su voz mientras charlaba con mi madre me despertaba. El sonido de la licuadora que preparaba su licuado era el preámbulo para tener que levantarme. Por las noches, cuando ya estaba acostado, ese mismo trueno de su voz preguntando por sus hijos me daba la calma última para conciliar el sueño.

Siempre le he temido al mar. Él era mi faro.

 

2

Muchos años habitamos en el paraíso. Pero en todo solaz, por más terso que parezca, va germinando una tormenta feroz. Nos azotó algunos años después, por largo tiempo. El iceberg de mi adolescencia impactó directamente contra la proa de su crisis de la mediana edad. Madurada mi voz, calca casi perfecta de su tono, hacia retumbar la casa cuando discutíamos por la hora nocturna de llegada, por mis calificaciones deficientes, por la vocación elegida, por destellos que forjan la vida a partir de esas diferencias. Lo odié a muerte porque lo entendía eterno. Lo entendí sin parcialidades cuando mis propios hijos me ascendieron a su mismo rango.

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Férreo y determinado. Me enseñó a nunca bajar la mirada, pero a estar siempre del lado de los débiles. Su alma siempre combativa, su ideología de izquierda, creía como el Che que “sólo la verdad es revolucionaria y todo lo demás es de mentiras” mientras ocultaba a toda costa sus errores para que no fueran patrón de mis propias equivocaciones. Fuimos corrientes que abrevaron de un mismo manantial, con cursos tan iguales que se distanciaron para embravecerse.

Los libros que a mí me gustaban le parecían insulsos, los que él prefería los encontraba demasiado filosóficos. “No lees suficiente”, fue su manera de convertirme en un lector obsesivo.

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Jorge, te encuentro en las líneas que cruzan de este a oeste mi frente.

5

Te percibo en mi andar siempre deprisa y distraído. En todos mis modos.

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Te miro en los reflejos callejeros que me devuelven esa imagen mía de ti.

7

Mi padre aprendió a anudarse las corbatas mirando una película. Yo aprendí a amar el cine observando cómo se acicalaba para ir al trabajo. Nunca ante mí se dio por vencido. Lo miré llorar sólo una vez recordando a un amigo muerto. Siempre se quejó de todo, pero me enseñó a despreciar a los rastreros, los advenedizos; a desconfiar de aquellos que aseguraban saberlo todo. “Si quieres lucir algo, no lo presumas”, así solía firmar sus correos electrónicos. Nunca llegó tarde y mis propias circunstancias me llevaron a afinar esa obsesión suya por aprovechar el tiempo. Carpe Diem. Heredé su capacidad de gozo y florecí en una bonanza que solo presumen los pudientes, sin que nosotros lo hayamos sido jamás.

Estuvimos distanciados algo más de dos años. No vale la pena desenterrar las razones. Pero aquel tiempo de desierto me calaba tan profundo que decidí ponerle fin un día de su cumpleaños. Una carta que palabras más, palabras menos, le advertía que la pandemia o la propia edad podía cargar con cualquier de los dos y en el patíbulo permanente que es la vida, no valía la pena cosechar la tierra de por medio. Al fin, el Creador nos regaló casi año y medio (le falló por dos días), de una amistad plena, sincera. De una admiración correspondida. De un amor sin cortapisas. Una confianza que sólo emerge del fango de los más arraigados rencores. Pasamos largos ratos en su biblioteca charlando sobre política, sobre el pasado, sobre la vida que quería seguir forjando mañana. 

Desayunamos juntos tres días la semana de su muerte. En ninguna tuve la osadía de decirle que lo amaba. 

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Hoy llevamos las cenizas de mi padre al cementerio. Mi madre había programado el día para que mi hermano pudiera asistir, sin embargo, no pudo eludir responsabilidades del trabajo. Aun así, la fecha estaba pactada con el cementerio. Al medio día, cuando el sol saja en canal todo lo que está a su alcance, llegamos a la zona de nichos del camposanto. El día no era para nada sombrío ni pesaroso. Por el contrario, era inocuo, nublado apenas como peculiaridad, pero insultantemente ordinario. Para nada un día doloroso para el mundo en el que un hombre acuda al funeral de su padre. Después de todo, hace un mes y y cuatro días que falleció. En aquel momento mi madre decidió postergar el “entierro” de los restos hasta un mejor momento. Pero nunca hay un “mejor momento”. El dolor ocupa todos los minutos de todas las horas de todos los días que preceden a la ausencia. Todos. Un amigo me escribió un mensaje de condolencias al día siguiente del velorio: el padre, decía, es más de la mitad de lo que uno es. Me he quedado entonces con un cuarto, en el mejor de los casos con dos quintas partes de mi escancia. Eso es lo que traigo, invisible para los demás. Soy un colgajo que una vez fue el hijo de un hombre vivo.



viernes, 22 de julio de 2022

Perseguir o acompañar: un mismo caminar en la poesía*


“Gómez Jattin, según un repartidor de periódicos que lo vio ayer por la mañana, se bañó y se vistió, como pocas veces lo hacía, y se dirigió hacia el sector de la India Catalina donde se arrojó a un bus y murió atropellado.”

Así inicia la nota del diario colombiano “El Tiempo”, en la edición del veintitres de mayo de 1997, dando cuenta del fallecimiento de uno de los poetas más importantes de las letras colombianas y por ende, de las letras latinoamericanas contemporáneas: Raúl Gómez Jattin.

Sin que lo supiéramos, o para decirlo más acertadamente, sin que la mayoría de los amantes de la literatura lo supiéramos, la región del caribe colombiano nos había dado, en los albores del ombligo del siglo XX, dos grandes escritores. Uno de ellos, conocido y reconocido: Gabriel García Márquez; el otro, desconocido pero monumental. Nacido en 1945 y muerto nueve días antes de cumplir los cincuenta y dos años, el poeta Jattin publicó diez poemarios, el último de ellos de manera póstuma. Sobré él, dada su grandeza literaria, se han realizado dos antologías y tres libros biblio-biográficos en su patria. Este libro que comentamos hoy, es el primero que da cuenta de su vida y obra en suelo mexicano.

¿Cómo es eso posible? Gracias al ahínco y la pasión del escritor tabasqueño Ricardo Ávila Alexander, quién, sin arrebatarle las anécdotas propias que lo llevaron a escribir este libro las cuales ya comentará en este medio día, nos regala la única biografía-poético-ensayística sobre uno de los autores más sobresalientes de la literatura colombiana.

En estas páginas, Ávila Alexander nos regala un retrato minucioso y profundo sobre un escritor que fue considerado el mito del poeta maldito caribeño; el Rimbaud colombiano. ¿Es esta una exageración? ¿Un mote gratuito? No. Jattin traza a lo largo de su vida una obra cuyo tema esencial es Colombia; en sus temas más hermosos y terribles: el selvático paisaje rural, la niñez sexualizada, las mujeres virtuosas o sometidas sexualmente, y la homosexualidad del pueblo.

En esas aguas, tan complementarias como contradictorias, la pluma de este poeta mítico dibuja con pulso firme la cotidianidad mitológica de su región natal “eróticamente desbordado” y, diría yo, vívidamente torrencial.

Para Jattin, la carne y la poesía implican ser parte del mundo que se penetra desde la marginalidad, desde la inmundicia; el poeta como un locom es decir, un pleonasmo.

La contundencia de su obra fue opacada por el momento histórico que le tocó vivir. Sus temas y la manera descarnada con que los abordaba pasaron desapercibidos tras la ominosa bruma del narcotráfico y su terror instaurado en las décadas de los 80’s y 90’s en Colombia.

Sin embargo, Ricardo Ávila rescata desde la raíz y siguiendo su ruta poética, a un autor que reconoce diametral, nacido en su misma región del mundo; y es que siempre he pensado, y no soy el único, que el caribe empieza en la angostura territorial de México: Tabasco; y culmina más allá de Cereté, la tierra natal de nuestro poeta caribeñamente maldito.

¿Pero, quién persigue a quién? ¿Es Ávila Alexander quien sigue el rastro de Jattin? ¿O es Gómez Jattin quien aminora el paso y deja pasar de largo a Ricardo para seguirlo mientras lo busca? Yo creo que se acompañan. Van del brazo sin saberlo, en el tiempo, en la distancia que sólo puede vencer un puente indestructible que solemos llamar poesía.

Ricardo Ávila nos dice que “caminamos ciegos y sin manos para detener el tiempo”. Esa es su vocación en estas páginas que son al tono,  un diario de viaje, una biografía, un ensayo, una fantasmagórica e imaginaria conversación con un poeta que vive eternamente en sus versos; entre ambos poetas hay inmarcesibles vasos comunicantes, rasgos comunes, temas compartidos: la pasión y la poesía; es decir, la vida.

Para el autor de este libro, la poesía es la apuesta vital hacia lo desconocido; es la libertad del lenguaje, porque la lírica permite experimentar nuevos territorios. En esta región recién descubierta por Ricardo, se nos muestra un páramo donde el lenguaje no tiene fronteras, donde Pellicer es la roca y José Manuel Roca es la falsa cúspide de una montaña cuyo nombre es Raúl González Jattin.

Para Ricardo Ávila Alexander la poesía de Jattin es “un crepúsculo de sombras (…) que nadie ha comprendido”. Sin embargo, a través de su texto envuelve al personaje en un bagaje literario universal que haría sonrojar a más de un autor encumbrado.

Nuestro Nobel, Octavio Paz dijo que “Jattin es el único de los grandes poetas del siglo XX colombiano que hace de su obra un remanso de cordura en medio de un país en donde el lenguaje de las balas y las bombas había acallado a todos los poetas.”

Hoy, otro poeta, Ricardo Ávila Alexander, nos lo presenta en su más descarnado y fidedigno retrato.

 

*Texto escrito para la presentación de “Tras los pasos de Jattin” 

de Ricardo Ávila Alexander el 22 de julio de 2022, en la FLIyJ Hidalgo 2022.

viernes, 25 de marzo de 2022

La celebración poética hidalguense

En mil novecientos noventa y nueve –en aquel falso final del siglo XX–, durante su Trigésima Conferencia General en París, la UNESCO adoptó el veintiuno de marzo como el Día Mundial de la Poesía, considerándola “una de las formas más preciadas de la expresión e identidad y lingüística de la humanidad”. 


En el hemisferio norte, la fecha coincide (aproximadamente, claro; cada vez menos, por desgracia probablemente ambiental) con el inicio de la Primavera, sin que esto implique que la poesía tenga, por fuerza, que hablar de la naturaleza y sus bellezas; es tan solo una coincidencia proclive y peligrosamente cursi.


Sin embargo la poesía, en cualquiera de sus formas, evoluciones, temas o perspectivas, es una celebración de la vida y su hermosura, aunque esto implique mirar y sumergirse en el más oscuro abismo de la existencia, para enaltecer a través de las palabras el gozo de estar vivos (a pesar de todo).


Este año Audrey Azoulay, Directora General de la UNESCO, envió un mensaje sobre la celebración del 2022: "La orquestación de las palabras, el colorido de las imágenes y la contundencia de una buena métrica otorgan a la poesía un poder sin parangón. Como forma de expresión íntima que permite abrirse a los demás, la poesía enriquece el diálogo que cataliza todo progreso humano y es más necesaria que nunca en tiempos turbulentos."



En este marco, la Secretaría de Cultura de Hidalgo emprendió para la celebración del 2022 un hermoso proyecto: compartir a través de una video-cápsula, el trabajo de aquellos poetas hidalguenses que desearan unirse voluntariamente a la iniciativa, leyendo uno o varios textos poéticos de su autoria. El resultado fue una suerte de festival poético digital que a lo largo del lunes pasado celebró, a través de la anodina plataforma de fesibuc, la poesía como una expresión sublime y profundamente humana; puente permanente entre aquellos que tenemos la fortuna de encontrar la belleza de los momentos y las cosas en los lugares más insospechados.


Fue así que leyendo textos propios participaron los poetas: Yanira García, América Femat Viveros, Ovidio Ríos, Daniel Olivares Viniegra, Danhia Montes, María Elena Ortega, Martín Rangel, Omar Roldán, Nancy Ávila, Daniel Fragoso, Moisés Oswaldo Lozada Díaz, Elvira Hernández Carballido, Claudia Sandoval, Antonia Cuevas Naranjo, Eduardo Islas Coronel y quien esto escribe.


Se sumaron otros escritores y poetas leyendo poetas que se encuentran entre sus favoritos Christian Negrete leyó a César Vallejo, Miguel Ángel Hernández a Rubén Medina, Ilallalí Hernández a José Gorostiza, Diego Castillo Quintero a Pablo Neruda y el poeta Andrés Solís a su paisana Yanira García.


Además se incluyeron lecturas de los promotores de lectura Patricia Lucia Jiménez Argüello, leyendo a la hidalguense Reyna Hinojosa; María Angélica Hernández Hernández compartiendo un hermoso poema de la gran Wislawa Szymborska; y Odette Arreola Noriega dando lectura a un texto de Kyra Galván.


Tan simple como honesta, la iniciativa aglutinó a quienes respondimos, dejando abierta la oportunidad de sumar a otros tantos poetas, sobre todo que escriben en lenguas originarias de Hidalgo, para convertir en esta modalidad digital (herencia de la pandemia que al parecer agoniza por doquier) y mantener una celebración poética permanente desde Hidalgo.


Felicidades a quienes lideran, guían, ejecutan y hacen realidad, desde la Secretaría de Cultura de Hidalgo, proyectos como estos, que no responden a intereses mezquinos y abren con franca generosidad la posibilidad de difundir la Poesía que se escribe desde este terruño. Después de todo, la poesía es el sonido secreto de las cosas que nos rodean en la vida cotidiana. Leamos poesía, celebremos la vida.

viernes, 11 de febrero de 2022

El periodismo en México, un riesgo


Invariablemente me siento mirando a la puerta principal, ya sea en un restaurante, la casa de mis padres, de un amigo, incluso en mi propia mesa del comedor. Pesquiso a mi alrededor cuando salgo de un sitio. Cambio constantemente las rutas habituales y bajo la velocidad si sospecho que algún auto me sigue. Estas precauciones, y otras, las aprendí (como todo lo que he aprendido en la vida) leyendo; en una publicación que cayó en mis manos durante el último año de la carrera, cuando la idea de ser corresponsal de guerra rondaba por mi cabeza: “Manual para periodistas en países en conflicto”, algo así se llamaba. Por fortuna (o infortunio), en el periodismo cultural el riesgo mayor es una mentada de madre, que te excluyan de algún festival literario o el despreció de un grupo o de un “ente culturoso”. Nada más. Aparentemente, la vida no va en juego.

Quisiera decir que en mi país, las precauciones de alguien que se dedica al periodismo no son más que una exageración. No. Dolorosamente no lo son. Por el contrario. Dadas las circunstancias, parecen magras. Igual de doloroso es saber que el año pasado México ha intercambiado de posiciones con Afganistan y se ha posicionado como el país más peligroso para ejercer el periodismo; el tercer puesto lo ocupa la India. 

En está bendita tierra que habitamos, en lo que va del año, es decir 41 días al momento de escribir estas líneas, han sido asesinados cinco periodistas. Decir en voz alta sus nombres es el más merecido de los homenajes que podemos hacer: José Luis Gamboa, asesinado el 10 de enero en Veracruz; Margarito Martínez Esquivel, asesinado el 17 de enero en Tijuana; Lourdes Maldonado López, asesinada el 23 de enero en Tijuana; Roberto Toledo, asesinado el 31 de enero en Michoacán y Marcos Ernesto Islas Flores, asesinado el 6 de febrero en Tijuana.

Las geografías fatídicas no son coincidencias. Son “red flags” de territorios controlados por grupos delictivos que lo mismo responden al narcotráfico que a la política. Son lugares donde el oprobio, la corrupción y la impunidad tratan de empañar la verdad. Digo “tratan”, porque la verdad no puede acallarse de ninguna manera. Detrás de estas voces apagadas a tiros, hay una tropa de mujeres y hombres valientes que ponen en riesgo su vida por informar a contracorriente; una corriente de odio y pólvora.

Pero el asedio al gremio informativo está tatuado en la memoria de muchos de nosotros, aquellos que nos entregamos al catártico habito de no olvidar; desde el golpe a Excélsior, pasando por el asesinato de Manuel Buendía y de las docenas de informadores, periodistas y reporteros que han sucumbido a la censura del fuego. Esto sin meternos con las cifras de  periodistas amenazados públicamente y en privado por los grupos delictivos que operan impunemente en nuestro México.

En este ambiente adverso, por decir lo menos, los descalificativos del Presidente hacia Carmen Aristegui (particularmente, sin mencionar otro dichos hacia otros miembros de la comunidad informativa) cae como cubetada de agua fría. Sobre todo ante el hecho de que “la Aristegui” es responsable de que muchas de las corruptelas posmodernas oficiadas por el poder en México, hayan sido exhibidas. Por ejemplo: la perversidad del padre Maciel y sus Legionarios de Cristo; la Casa Blanca peñísta; la rede de acoso y prostitución de Cuauhtémoc Gutiérrez desde su silla del PRI capitalino; la voz que le dio a Lidia Cacho ante la persecución que sufría por parte del “gober precioso” y sus secuaces; cuando mostró el caso Monex o el entramado de la Estafa Maestra. No parece, ni de cerca ni de lejos, que Carmen oculte otra lealtad que no sea la de informar.

Ryszard Kapuściński decía que “para ser periodista primero había que ser buena persona”. Es así. Partamos de ese hecho y reconozcamos la “utilidad social” del periodismo. Por supuesto que encontraremos posturas diversas, medios que van más al oficialismo que a la crítica, medios que atiendan primero las exigencias económicas de los corporativos a los que pertencen y otros que defiendan a toda costa la independencia informativa. La mexicana, ya es una sociedad capaz de discenir entre las banderas que ondean en el escenario mediático y enarbolar la que prefiera.

En nada ayuda al Presidente “engancharse” en estos malentendidos mediáticos (no lo necesita, su estrategia victoriosa está en otras lindes). Al contrario, defender la libertad de expresión sería lo mejor; más valdría hacer propia la frase de Helvecio (no de Voltaire): “Desapruebo lo que dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo”. Sería mejor,  sobre todo frente a la Revocación del mandato, que ya está en marcha y que más allá de haberse establecido como un derecho legítimo de los mexicanos, debería de ser una muestra de poder político, no de debilidad.

viernes, 4 de febrero de 2022

“Ulises” para principiantes



Siempre he creído que leer debe ser como dormir. Uno debe hacerlo cuando es tiempo de, cuando lo necesita o cuando haya oportunidad. Si leer es como dormir, los libros son las almohadas donde podemos poner a descansar con regocijo nuestros ojos. Hay quien prefiere las almohadas mullidas, hay quien no puede descansar si la cabeza no tiene un soporte rígido; yo necesito algo semirrígido tras la nuca y otra almohada suave sobre los ojos. Con base en esta analogía, no todos los libros son para todos los lectores, hay libros que pueden parecer cómodos para la mayoría, pero otros que apenas pueden soportarlos unos cuantos.

“Ulises” (“Ulysses” en su título original) de James Joyce es uno de esas almohadas que pocos encuentran cómoda. Publicado hace exactamente cien años, lo conforman dieciocho episodios que están íntimamente ligados con la “Odisea” de Homero; de ahí el título. Odiseo se transfigura en Bloom y ve reflejadas sus hazañas en el quehacer del protagonista un día común y corriente en las calles de Dublín.

El libro apareció el día del cumpleaños cuarenta de su autor; dos de febrero de mil novecientos veintidós. Muchos la llaman la Novela que contiene todas las novelas, siendo el gran detonador de la narrativa occidental del siglo XX.

La novela no es fácil. A partir del segundo capitulo se vuelve densa y exige del lector un rigor considerable dados los experimentos técnicos y lingüísticos que afloran cuando la línea argumental parece diluirse y se escabulle hasta para el lector más avezado. Incluso, Jorge Luis Borges, el ¡gran lector!, recomendaba abordar el “Ulises” con cautela, a “sorbitos” decía; trozos breves para degustarlos sin empacharse.

El germen de la novela es un episodio desafortunado, protagonizado por el mismo Joyce una noche de junio de 1904. Cuenta la leyenda que mientras vaga por las tripas de Dublín, James galanteó a una joven que iba acompañada, lo que resulto en un puñetazo que mando al escritor al suelo. Sin embargo, la acción que transcurre en la novela ocurrió el 16 de junio de ese mismo año, 1904, cuando Joyce se citó con Nora Barnacle, una atractiva camarera que había conocido seis días antes y que a la postre sería su compañera de vida. Ese día se convertiría en un hito en la historia de la literatura moderna y ha sido bautizado por sus seguidores como el Bloomsday.

En mill novecientos veinte, durante una tertulia ocurrida la tarde del once de julio, James Joyce conoce a Sylvia Beach, norteamericana estrafalaria que era dueña de una librería de fama nada despreciable llamada Shakespeare & Company. Dos años después ella le propondría al autor miope y desalentado convertirse en la editora de su libro más reciente; el “Ulises”.

Por extraño que parezca, Joaquín Sabina posee un ejemplar de aquella primera edición del “Ulises” que no es cualquier ejemplar, es, nada más y nada menos, el libro dedicado, de puño y letra de Joyce para Ciprian el hermano de la mismísima Sylvia Beach.

Ese primer ejemplar, de pasta dura, pesaba kilo y medio, tenía setecientas treinta y dos páginas (un mamotreto, pues) y estaba plagado de erratas, resultado de los caprichos y correcciones de última hora del autor, lo que por cierto, volvía loca a su editora.

Hace algunos años, alguien pagó en una subasta neoyorquina ciento ochenta mil dólares (no sé si fue Sabina) por un ejemplar firmado de esa primera edición, convirtiéndolo en el libro más caro de la historia de las subastas literarias.

Joyce no tuvo muchos lectores mientras vivió, tampoco al morir, sin embargo muchos escritores se declararon influenciados por “Ulises”; Octavio Paz, Lezama Lima, Julio Cortázar. Lo cierto es que al paso de los años ha aglutinado un número cada vez más creciente de admiradores. 

Como narrador, algunos expertos consideran a James Joyce sólo por debajo de Antón Chejov y seguido muy de cerca por Juan Ramón Jiménez, el ya mencionado Borges y nuestro Juan Rulfo. Virginia Wolf lo consideraba malísimo, a Heminway le apasionaba, T.S Eliot se confesaba “desbordado” por la novela mientras que Aldos Huxley lo encontraba terriblemente aburrido. Salman Rushdie escribió alguna vez que Joyce “construyó un universo de un grano de arena”.

Muchos libros se han escrito sobre “Ulises”. Ensayos, estudios, novelas. Una de ellas, una ficción alrededor de “La Ficción” de James Joyce es una novela extraordinaria de Enrique Vila-Matas titulada “Dublinesca”; si la encuentra por ahí no dude en leerla.

Sí algún lector tiene un interés en ciernes por Joyce, le sugiero comenzar por “Dublineses”, volumen de cuentos (publicado en 1914) o por “Retrato del artista adolescente” (1916); otro par de libros únicos e inigualables que resultan almohadas más cómodas que le permitirán, estimado lector, soñar a través de la lectura.

viernes, 21 de enero de 2022

Nuestras mascotas; compañeros con sensibilidad



Todas las mañanas, al filo de las 6 aeme, Juno se estremece al detonar de la alarma del móvil. Ha aprendido a acurrucarse sobre las cobijas que me cubren, en el preciso lugar donde abandono el aparato ese, no muy lejos de mi cuerpo, para atender alguna llamada urgente por la noche. Juno sabe que, a partir de que suena, su dueño procrastina cuando menos tres timbrazos más antes de levantarse refunfuñante a encender el boiler. Ni brinca, ni revolotea, me acompaña solidaria hasta la zotehuela sabiendo que aún no es tiempo de su desayuno; que eso será hasta las siete. Regresa al regazo de mi cama a esperar pacientemente que yo, metido en las cobijas, revise la agenda del día, responda correos, güatsups y lea de refilón el tuiter y el feisbuc en busca de novedades. Cuando me levanto en definitiva, entonces traza acrobacias por todo el pasillo que conduce a la cocina y me mira cargar un trasto que precisa la cantidad de alimento que requiere su edad y su peso. Urge serpenteando la sala y el garaje para sentarse frente a su plato a esperar que yo le dé la señal de empezar a alimentarse; dos golpes secos y se abalanza sobre las croquetas. 

Al inicio de este dos mil veintidós que ya surcamos sin decoro, el diario El Mundo de España daba cuenta de un suceso sin precedentes en España en cuanto al trato de los animales domésticos: reconocerlos como miembros de la familia de sus dueños. La nota versaba: Los animales de compañía tendrán a partir de este miércoles en España un estatuto jurídico diferente al de los bienes materiales y desde entonces serán considerados "seres vivos dotados de sensibilidad" y no como cosas, lo que les conferirá una consideración de miembros de la familia.

De entrada, el término me encanta: “seres vivos dotados de sensibilidad”. Ya no son “semovientes” como se les asigna en la demandas de divorcio. Mucho menos “hijos”, como insisten algunos xénials y milénials incapaces de adquirir responsabilidades de largo aliento.

Los hijos son insustituibles, las mascotas también lo son. El tratar a un perro, un gato o un avestruz como un hijo al que le damos ropa, comida, cama, fiesta de cumpleaños aparentando ocupar el lugar de nuestra descendencia, también es una forma de maltrato. Los animales domésticos son eso, animales domésticos y no por ello merecen menos cuidados y menos atenciones, no por ello no ameritan nuestro cariño y nuestros camelos. Al contrario. Son seres que nos acompañan y se convierten en un complemento de nuestra felicidad y nuestra lucha en lo cotidiano.

Pero es que las mascotas siempre han sido miembros de la familia. Aún los perros que mi abuela tarahumara tenía en el rancho perdido en el sur de Chihuahua, eran no sólo parte de la familia, sino miembros importantes en las tareas del rancho: cuidaban las inmediaciones y ordenaba el ganado cuando quería desbalagarse mientras pastaba; al pardear la tarde, se echaban a los pies de la silla donde mi abuela y sus hermanas, charlaban haciendo algún remiendo sobre las rodillas

Eso hablando sólo de los perros; pero sean gatos, pericos, erizos, peces dorados, etc., las mascotas son parte fundamental de nuestra vida a partir del día en que decidimos adoptarlos. Darles un papel que no les corresponde es atentar contra su propia naturaleza. Nunca podrán sustituir a un ser humano nacido de nuestra propia carne. Y no le estoy dando la razón a Bergoglio, por el contrario, quiero reivindicar la valía que tienen nuestras mascotas en la vida de una familia que se regocija con su presencia en la casa.

¡Las mascotas! He disfrutado sus vidas y he llorado sus muertes. El último, Elote, un pastor belga (con una leve cruza indescifrable), que mis hijos encontraron siendo cachorro abandonado en el medio de un bosque conífero en Amealco. Lo escondieron en una maleta para salvarlo. Estaba tan débil que ni se movió ni emitió sonido alguno durante el viaje de regreso; tres horas metido en una caja de cartón. Al llegar a Pachuca el veterinario fue tajante: “Ni se ilusionen, este perro no dura una semana”. Estuvo con nosotros casi cinco años hasta que un tumor en el paladar nos arrinconó en el callejón de sacrificarlo antes de verlo sufrir más. 

Nunca he sentido que con cada perro que he pedido un hijo se ma haya ido. No. He soportado la cuchillada lacerante que significa perder un compañero de vida. Espero nunca pasar por el trauma de perder a uno de mis dos únicos hijos, pero estoy seguro que enfrentaré con estoicismo el día que Juno, mi cachorra, muera, dejándome una estela de recuerdos que en sí mismos serán un homenaje permanente a su vida perenne.

¿Cuándo ocurrirá algo así en México?

sábado, 15 de enero de 2022

"Don’t Look Up"; el hastío de la posmodernidad



En la mitología egipcia, Apofis representa las fuerzas maléficas que habitan el inframundo; la encarnación del caos. Los astrónomos decidieron bautizar con este nombre, Apophis, al Asteroide 99942 que se acerca velozmente a la Tierra y que la rosará en año 2029. En un tiovivo interplanetario, regresará a su asedio en 2036 y 2068. ¿La amenaza es verdadera? La comunidad astronómica no lo ha confirmado pero han pedido estricta observación de la roca viajera que se ha dejado venir como vacacionista en tobogán. La alberca de destino parece ser nuestro planeta.

Algo similar ocurre en la trama de Don’t look up (No mirar arriba), la película estelar de Netflix en la temporada de fin de año y que lleva semanas causando revuelo en público y crítica. 

La trama, ya conocida por la gran mayoría, implica a dos científicos dedicados y afectos a la semioscuridad de sus laboratorios quienes, por curiosidad científica (valga aquí la redundancia conceptual) descubren un objeto que viene en línea recta y sin escalas a impactarse con la Tierra. Después del regocijo científico de confirmar los parámetros, entienden la dimensión del suceso y se dedican a advertirle a una sociedad, sumergida en la frivolidad, de su inminente destrucción.

La historia parece simple a botepronto, pero lo interesante de este filme es el tema, menospreciado inicialmente por los “expertos”; el hastío posmoderno. Para empezar la trama evidencia el defecto primordial de quienes habitamos en este momento dela historia humana: incapacidad de distinguir entre lo urgente y lo importante. Meryl Streep encarna a una presidente, muy al estilo Trump, embelesada con lo que ella misma considera importante soslayando lo que ocurre a su alrededor por más apremiante que sea; no es el ejercicio del poder entregado a lo “político”, se trata del poder obsesionado con el culto a quién lo ejerce, a quién traza, o cree trazar, el rumbo de los acontecimientos de la nación hegemónica por definición, y por ende, del mundo todo.

Como si el egoísmo individual de una presidenta no fuera suficiente, la trama nos involucra en una socialmedia enfocada en los trivial y burdo como combustible masivo de la mediocridad clasemediera, entregada a la adoración de dioses bien vestidos (o bien desnudados) de sonrisa perfecta y con vidas revestidas de oropeles inalcanzables. Es ahí donde los científicos protagonistas naufragan en su cruzada por hacerle ver al Mundo la fragilidad de su existencia.

Pero el golpe contundente del guión es la reacción social a la imparable posibilidad de la extinción: la negación. Multitudes vociferando que lo mejor es no mirara arriba, que lo mejor es ignorar lo evidente y que nada que cuestione o ponga en peligro el establishment es aceptado. “Si no lo veo, no existe”, dicen los psicólogos que es el raciocinio de la infancia. Es así. No mira arriba, si no veo  la roca  sideral enfilada, enfadada, con la Tierra, logro detenerla.No miro el caos, es una escala social inefable. 

¿Pero no será que, a pesar que Apophis tardará en llegar unos siete años, cerramos los ojos a realidades que ocurren en lo cotidiano por el simple hecho de cuestionar nuestra “estabilidad?

El final del filme es lo mejor; ocurre lo que tiene que ocurrir, sin un Bruce Willis que lo detenga.

Paso cebra

Murió el poeta Eduardo Cerecedo. Me gustaría decir que lo conocí bien y que compartí con él diversidad de lecturas y presentaciones. Pero no fue así. Amigo reciente pero entrañable, intercambié con él un legajo de correspondencia electrónica y pude conocer su obra en un libro que me obsequió el día que bebimos en los portales de la Plaza Juárez pachuqueña, en compañía de otro colegas admirados, una cantidad de cervezas difícil de calcular. Mis más recientes poemas publicados, en el ya lejano 2020, fueron posibles gracias a Eduardo Cerecedo; con ello se hizo acreedor de toda mi admiración, respeto y cariño. Descanse en paz. Nos queda su poesía. Busquémosla.