sábado, 11 de diciembre de 2021

La sublimidad de la lente

Octavio Jiménez


En su obra El Arco y la Lira Octavio Paz comenta “…Por otra parte, hay poesía sin poemas; paisajes, personas y hechos suelen ser poéticos: son poesía sin ser poemas…” en efecto, muchos artistas son verdaderos dioses del Olimpo capaces de construir mundos, personas, espacios y sentimientos. Solo basta utilizar su instrumento de creación (pincel, un cincel, un cámara) y su espíritu para poder entregarnos lo más sublime del alma humana, la grandeza de la naturaleza o de lo cotidiano. Tiempo y espacio que escapa a la mayoría de nuestras sensopercepciones.

¿Son acaso estos poetas de lo no escrito verdaderos apóstoles de la belleza? Si es así, estamos ante seres sensibles a los encantos de la creación capaces de mostrarlos y compartirlos, en un ejercicio del alma de verdadera libertad.

Es el caso del trabajo fotográfico del artista Francisco Escobar “Caligary”, que con su lente nos comparte un mundo lleno de colores, policromías y la dualidad del blanco y el negro; que escapa a nuestras realidades:

Rostros martillados por el sol, la tierra y el trabajo reflejados en mujeres indígenas de nuestras comunidades, que con orgullo alzan su cara y desafían al tiempo.

Niños de la comunidad que juegan sin miramientos en un solar polvoriento bajo los brazos del Dios Sol.

Desnudos corporales impregnados de los encantos de Eva en escenarios propios del Edén.

La piedad popular en hombres, mujeres y niños que caminan penitentes en torno a una fe milenaria, que los transporta en el tiempo a sus ancestros y sus raíces.

Umbrales y ocasos de paisajes plasmados en el firmamento, donde aves y estrellas buscan su lugar.

En las múltiples expresiones de los rostros y cuerpos, que encarnan poetas al momento que se encuentra para celebrar la fraternidad en la palabra escrita.

Así son las piezas del trabajo de un hombre que ama la vida y lo que capta con su lente en un mundo que cada día va olvidando de la belleza y del arte.

¿Es “Caligary” el mensajero de la sublimidad de la lente encargado de darnos una esperanza de vidaen sus fotografías? ¿De dar inmortalidad a seres llenos de vida y espiritualidad?

Su abandono, su espíritu revolucionario y libertario nos permite encontrar en su obra otro mundo, otrosuniversos, otras formas de concebir la belleza de nuestro entorno.
 
Otoño del 2021
Tepexic

sábado, 13 de noviembre de 2021

El XI Festival Ignacio Rodríguez Galván

Las ideas para iniciar esta columna revolotean en mi cabeza como mariposas monarcas en los bosques michoacanos de oyameles. Cojo valor y de un zarpazo al aire aprisiono, entre las falanges y la palma, una mariposa, es decir, una idea. 

¿Qué somos o qué son los gestores culturales? Tal vez haya muchas definiciones desde lo antropológico, lo filosófico, lo social e incluso lo etimológico. No lo sé. Pero lo que sí deberíamos ser, aquellos que pugnamos en algún momento porque el arte y la cultura se detonen en un momento y en un lugar, es ser fantasmas. Quedarnos en las bambalinas, ejecutando la suerte de quien urde un milagro y lo deja florecer frente a los ojos de los fieles, en este caso, de aquellos que alcanzan a vislumbrar en la poesía un dejo de humanidad en este mundo preapocalíptico.


Ciertamente el Festival Ignacio Rodríguez Galván, no solamente ostenta el nombre de uno de los poetas hidalguenses –aunque Ignacio haya nacido en el territorio hidalguense antes de que éste fuera tal –, más importantes y determinantes en el rumbo de la literatura mexicana, sino que también se ha consolidado en el escenario cultural del estado de Hidalgo y de México por la talla, literaria y geográfica, de sus participantes.

Alcanzar once años de presencia ininterrumpida en la cultura que se desarrolla, contra viento y marea (hay que decirlo), en Hidalgo es digno de reconocerse, por supuesto, pero no es obra de una sola persona; el prestigio de un festival no sólo radica en la tenacidad (o necedad, porque en Cultura este término acomoda mejor) del gestor, sino que se construye con la confianza de aquellos que apuestan por viajar, por asistir (en la mayoría de los casos, como es el caso de este año, sin apoyos para transporte, alimentación u hospedaje) a Tizayuca para compartir con los otros (los desconocidos, los ajenos, los potenciales cómplices de la poesía) la obra que se brega en soledad y esa catarsis devastadora que experimentan en exclusiva aquellos a los que no nos queda más remedio que escribir.

Así que, a partir del próximo lunes 15 de noviembre y hasta el sábado 20, se llevará a cabo de manera presencial este festival que aglutina, en esta ocasión, a poetas de latitudes tan distantes como Austria, Italia, Colombia, Haití, Puerto Rico, y por supuesto, México.

Sin duda, la oportunidad de conocer voces internacionales de lo que poéticamente se está labrando en el mundo es inmensamente enriquecedor. Sin embargo, como el últimos cuatro o cinco años, el Festival a mantenido un sesgo local que responde a las fobias de quien ostenta, ridículamente, la “posesión” del Festival. 

Celebramos con algarabía la presencia de poetas hidalguenses de la talla de Octavio Jiménez y Martha Miranda, entre otros; pero faltan las voces de poetas coterráneos que tienen un trabajo determinante para las letras locales como América Femat o Ven Morten Neria (entre muchos, muchos otros). ¿Quiénes participarán exactamente? No lo sabemos con exactitud pues, al día de hoy, el programa se ha manejado con opacidad y contubernio del poetastra organizador.

Estas omisiones, premeditadas y provocadas por los berrinches del fantasma que quiere aparecerse en todos los resquicios del Festival, tratan de ser opacádas por las tres lecturas magistrales que darán Elisa Díaz Castelo, Rubén Rivera y Pura López Colomé; los tres, poetas contundentes de la literatura mexicana. Bienvenidos poetas, acá en Hidalgo habemos quienes queremos escucharlos.

En fin que, el fantasmíta este (un Gasparín de quinta, pues) ha logrado anteponer su voluntad y si beneficio personal, ante la destacada gestión de la alcaldesa de Tizayuca abusando de su confianza y enemistándose abiertamente con su área cultural, a la cual, dicho se a de paso, a difamado.

Ante la efímera y convulsa vida de nosotros los escritores, deben prevalecer los libros, las lecturas, los festivales; es decir, la literatura (qué al fin de cuentas no pertenece a nadie, aunque se tenga “el registro de los derechos”, más que a los lectores).

¡Viva el Festival Ignacio Rodríguez Galván! Muera el fantasmas que pretenden su posesión y un protagonismo que no sólo no les corresponde, sino que además, a todas luces, le queda grande.

sábado, 6 de noviembre de 2021

El trabajo y la locura

Si inciára esta charla sentado frente a Marx, le diría: “El trabajo aliena.” Karls mi miraría con profundo desprecio, emitiría un rezongo germano entre dientes, se levantaría enérgico del ficticio sillón y abandonaría estrepitosamente la ficticia habitación.

¿Qué tan invasivo se ha vuelto, gracias a la mensajería instantánea, el correo electrónico y las salas virtuales, el trabajo? Sobre todo con el pretexto del jomofis. Absolutamente invasivo. Uno carga la oficina en el móvil. Trasiegas en el bolsillo, los memorándum, las solicitudes pendientes, los oficios que hay que enviar, la planeación utópica de la semana. Junto a tu almohada mientras duermes se acumulan las exigencias nocturnas que te quitan el sueño aunque silencias las notificaciones o viajes en sueños con el modo avión.

La vida que nos deja la pandemia se ha convertido en un devenir desenfrenado de responsabilidades apremiantes, que deben ser atendidas al segundo porque las notificaciones tardan en alterarnos lo que tarda un suspiro en terminar. Hemos sido arrebatados del derecho que tenemos a no responder, a hacer esperar al que requiere nuestra atención inmediata en el guatsap; de dejar que el móvil se sacuda como desquiciado hasta caer al suelo. ¿No deberíamos defender nuestro derecho a hacer esperar a los otros? ¿A manejar en paz sin el riesgo que implica mirara la pantalla de smartfon? ¿De comer mirando y charlando a quienes comparten nuestra mesa sin estar encadenados al “mensaje que acaba de entrar”? Como el médico que se toma su tiempo para atender, entre paciente y paciente, el trabajo de gabinete, aunque la sala de espera arda “como el tendido en tardes de corrida”. 

Hoy, volver a las oficinas se ha vuelto una doble jornada; atender lo presencial mientras se atiende lo virtual. Recibir a alguien que entra a tu oficina mientras en la pantalla se amotinan los colegas en el más reciente encuentro de sum

El trabajo aliena, claro. Nos sustrae de nuestras pasiones, incluso cuando nuestra pasión es nuestro trabajo. La labor diaria siempre trae sorpresas, urgencias por resolver, recovecos tan inesperados como molestos que trastocan el más aceitado plan de trabajo. 

¿Cómo luchar contra eso? ¿Cómo detener al invasor? 

En las últimas semanas he vuelto a tener una cámara reflex entre las manos y frente al ojo que me queda. Esto, gracias a la paulatina recuperación del holocausto financiero que significa procrear, tener, mantener y educar a los hijos. Ahora no necesito un rollo, ni controlo la apertura desde la anilla superior del lente -como el conspicuo ladrón internacional de joyas acariciando la perilla numeral para atinar la combinación de una caja fuerte-; ahora sólo meto el ojo en la mirilla y con un solo dial digital controlo la exposición o la subexposición que es como me ha gustado siempre saturar el color o diversificar los grises de una foto. La foto digital es el paraíso de quienes aprendimos en los confines del siglo XX y las primicias del XXI; uno puede oprimir el obturador si el temor de que las 36 exposiciones del rollo de película sucumban inmediatamente antes de la toma precisa. Disparo, disparo, disparo y enfrento con estoicismo la resaca de elegir entre cientos de fotografía las tomas más representativas y valiosas en un solo día de trabajo. En la alienación del trabajo que realizo, un resquicio entreabierto permite paso a la creación; es decir, a la locura. 

viernes, 27 de agosto de 2021

Discenir, un privilegio arrebatado


A Voltarire se le atribuye, erróneamente, aquella frase que guarda el espíritu de la tolerancia y el derecho a discernir: “Podré no estar de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé con mi vida el derecho que tiene a decirlo.” La frase es en realidad un dialogo ficticio creado por al biógrafa del político francés, la británica Evelyn Beatrice Hall en el libro Los amigos de Voltaire, para ilustrar su ideas progresistas de Arouet.

Sin embargo, la frase merecía haber salido de los labios del también historiador y filósofo, o bien, la estatura intelectual del abogado François-Marie merecía una frase como esa. De cualquier manera, la sentencia es una joya que merece ser recordada, sobre todo en estos tiempos del oscurantismo intelectual de nuestro gobierno.

En las últimas semanas ha seguido en la palestra electrónica de las redes sociales el tema de la destitución del escritor Jorge F. Hernández como agregado cultural de la embajada de México en España, por publicar un artículo criticando, condenando, haciendo uso de su libertad de expresión sobre las reprobables declaraciones (a todas luces, no se necesita tener ni tres dedos de frente) del funcionario de pacotilla Marx Arriaga condenado al ostracismo consumista la acción de leer por placer.

¿Cómo? ¿Un escritor que defiende a viva voz, o a voz escrita, su derecho de cautivar a sus lectores es un traidor al servicio diplomático, es decir, al servicio de la patria? Muchos lo han hecho; recordemos tan solo a un Juan josñe Tablada, a un Maples Arce, a Efren Rebolledo, Octavio Paz, a un Carlos Fuentes como creadores literarios, miembros del Servicio Exterior y disidentes al mismo tiempo de los gobiernos en turno. Ninguno de ellos dejó de ser crítico y fiel a sus convicciones políticas e ideológicas; incluso Paz, con todo y que al final de su vida se le identificó como un intelectual subvencionados a los regímenes priístas, renunció en su momento a su misión en la India por los hechos ocurridos el dos de octubre de mil novecientos sesenta y ocho.

La diversidad de opiniones es el génesis de la verdad. Las opiniones críticas no necesariamente son en detrimento de una proyecto de nación como el que encabeza Lopéz Obrador. Por el contrario, en esa diversidad de opiniones radica la oportunidad de mejorar, de enmendar, de re-enfocar el rumbo del proyecto cultural que forma parte de la cuarta transformación, el cual, por lo visto, esta soslayado en absoluto.

El caso del escritor y candidato a doctor por la no menos prestigiosa Universidad Complutense de Madrid, se enturbia con la reprobación presidencial, tácita, de la postulación al cargo diplomático vacante en la embajada mexicana madrileña de la escritora Brenda Lozano porque ha expresado en las páginas digitales de El País (uno de los diarios más prestigiosos de todo el mundo) su incordia con las políticas del actual gobierno mexicano.

¿No que los tiempos de los “lamegüevos” habían quedado atrás? Si en la riqueza de opiniones y en el equivoco espíritu voltareano, la búsqueda de la verdad es aquello que tiene que supervivir. 

Después de todo, la personalidad de una nación va más allá de las administraciones sexenales y, por el contrario y por difícil que sea aceptarlo, sí se construye en lo que, las mujeres y hombres que usan la palabra escrita para expresarse, plasman en las páginas de diarios, revisas y artículos. 

Si no fuera así, de nada nos valdría lo escrito desde Sor Juana y Clavijero, hasta lo plasmado en las páginas de los libros de Rulfo, Pacheco, Monsivais y otros tantos que aún siguen, en estos días que vivimos con zozobra pandémica, escribiendo; es decir: disintiendo. 

Paso cebra

Erneto Guegara, mejor conocido como “El Che”, solía decir que “Sólo la verdad es revolucionaria y todo lo demás, es de mentiras.” ¿Entonces?

viernes, 13 de agosto de 2021

13 de Agosto, 1521

En “El naranjo”, Carlos Fuentes narra espléndidamente el momento en que inicia la guerra de conquista de la Gran Tenochtitlán. Parafraseo: Hernán Cortés y Moctezuma departen apaciblemente frente a un banquete preparado por los súbditos del emperador. De pronto, un sirviente irrumpe en el comedor haciendo añicos la solemnidad del encuentro. Sobre las manos, el propio carga, a duras penas, la cabeza de un caballo cercenada a punta de obsidiana. Ambas eminencias se sorprenden, pero en sus mentes resuelven formulas distintas. El Azteca trata de asimilar que aquellos que creían dioses no lo son; sobre el barbado de ultramar cae el hecho de saberse descubiertos: ambos, saben que el otro, ese que los mira con ojos desorbitados y vidriosos, son tan mortales como el que más. Un instante después, Cortés y su séquito de guardias cercanos desenfundan las espadas e inicia la batalla que terminará a favor de quienes portan armadura.


Hace exactamente quinientos años, en esa “celebración” interrumpida entre los jerarcas de dos mundos disimiles, separados no sólo por un océano, sino por una cosmovisión propia, Moctezuma es tomado preso y el imperio Azteca que gobernaba reducido a ruinas, gritos y sangre. No hay guerra buena (si alguien no lo ha dicho, lo he dicho yo, ahora), ni guerra justa. Todas las guerras son macabras, sanguinarias y depredadoras. A Cortés no le quedaba más. Usar la fuerza, cualquiera en su lugar hubiera tomado esa determinación. No se le justifica, sólo se le entiende y al emperador mexica se le compadece; ¿debió saberlo?. ¿tuvo que darse cuenta y reconocer en el visitante a un enemigo con tan solo verlo? También se le entiende y se le sabe poseedor de una fuera que no fue suficiente contra el invasor. 

Hoy, quinientos años después, en el medio de una pandemia genocida y con un gobierno de izquierdas con tantos aciertos como descalabros, la mirada moderna de aquel hecho resulta no sólo polarizada, sino contradictoria. Hay quienes hablan de la celebración de la derrota, de la necesidad de reconstruir en maqueta las ruinas que descansa a una cuadra de distancia, de renombrar los sitios donde se lloraron las derrotas de unos y, alejados del lugar y en la antípoda del sentimiento, se celebraba la victoria. Otros, desde 1992, enarbolaban el “encuentro de dos mundos”; sí, violento, cercenador, pero al fin, alegaban, un encuentro.

Un choque, diría yo, lo que ocurrió hoy hace exactamente quinientos años, de dos concepciones de ver el mundo, de dos civilizaciones que compitieron en una justa desigual; unos con arcabuces, los otros con palos, piedras y filo de obsidiana, los propios con la obnubilación del mito y los ajenos con la certeza de la expansión. Cualesquiera que sea la tribuna que se ocupe para apreciar este hecho histórico, hay dos certezas que debemos clarificar.

Uno. Que el encontronazo de civilizaciones fue violento, avasallador, recalcitrante y devastador. No hay duda lo sufrido, de lo perdido y destrozado. De aquello que quisieron ocultar bajo templos que impusieron una creencia nueva, sagrada (en la peor acepción del término) y alejada de todo lo que se veneraba en estas tierras.

Pero, dos. Que en ese terrible momento se sembró la esencia de lo que somos. Que en el peor momento de la historia de esta nación ancestral, se fundó la estirpe de una nación que, contra viento, marea, opresión y libertad, se ha consolidado como un país que lucha todos los días por salir adelante.

Yo soy mexicano. Ni azteca, ni español. Mestizo en el mejor de los casos. Por mis venas corre sangre azteca que da un tono canela a mi piel y alimenta con hermosas tradiciones y creencias la esencia de lo que soy y sangre tarahumara que me hace parecer más joven de lo que realmente soy; pero también, sangre española que me trajo la condena del ocioso acto de rasurarme todas las mañanas y, al mismo tiempo, me dotó el bellísimo idioma que hablo.

Hoy, celebremos el origen de lo que hoy somos y usemos ese trampolín histórico para encarara un futuro cada vez más incierto y desalentador. ¡Viva la esencia del mexicano!

sábado, 7 de agosto de 2021

La (in)justa olímpica


Mañana terminan los trigésimos segundos Juegos Olímpicos con sede en Tokio. Debieron realizarse hace un año, así que, por momentos son llamados Tokio 2020 (en pleno agosto del 2021) y por momentos se mencionan como “Tokio 2021”. Todo por la maldita pandemia que se enarbola más peligrosa cada vez. Lo cierto es que han inaugurado, en muchos aspectos, una nueva forma de contar, medir, apreciar y celebrar la justa olimpísta.

Por un lado, si lo pensamos bien, sólo faltan tres años para la próxima olimpiada, no cuatro, tres años. Esto desquicia al más distraído, sin mencionar a quienes contábamos la cuarteta anual para disfrutar de deportes que, en otro momento, no forman parte de la cobertura habitual de los canales deportivos: clavados, natación, tiro con arco y un largo etcétera.

En otra perspectiva, son los primero Juegos en la historia que no tienen público (o, en el mejor de los casos, tienen poco) y que han inaugurado la modalidad virtual de las “porras”; atletas-medallistas que se paran delante de una gran pantalla para ver a familiares y amigos vivir la emoción de la victoria desde casa. Todo un suceso mediático que nos ha determinado como humanidad durante la pandemia.

Por otro lado, han sido unos olímpicos inéditos en cuanto a disciplinas: karate, surf, eskeibordin, escalada deportiva, baloncesto tres por tres. Y por supuesto para México han sido una oportunidad de competir en disciplinas nunca antes exploradas: softbol, ciclismo de montaña, piragüismo en eslalon, por poner sobre la mesa apenas una tercia.

Per también, han sido las olimpiadas donde hemos obtenido los resultados más precarios; cuatro medallas de bronce: Alejandra Valencia y Luis Álvarez Murillo en tiro con arco -Equipo mixto, Alejandra Orozco y Gabriela Agundez en los clavados sincronizados desde la plataforma de diez metros, Aremi Fuentes en halterofilia femenil en la categoría de 76 kg.  y la selección de fútbol sub-23.

Sin embargo, el espíritu olímpico enaltece el esfuerzo de todos los competidores: más alto, más rápido, más fuerte. Quien queda en tercer lugar no tiene menos mérito de quien alcanza la tercera posición, pues todos se baten contra un competidor en común: ellos mismos. No significa que el que alcanzó el oro haya dado un fuerzo mayor que el que logro la plata, o que aquel que agarró (en el más estricto sentido del termino: asir con las garras) el bronce. No. Significa que cada atleta, aún aquel que llega en el último lugar, combate contra sí mismo, contra sus propios límites y no siempre logra vencerlos. Todos y cada uno lo hacen más rápido, más fuerte y más alto; es exclusivo de uno, irremediablemente, alcanzar la gloria.

Lo que sí no cambia es la queja constante del espectador mexicano. Iba yo a escribir “del aficionado mexicano”, pero no es así. Quienes en la villamelonía nos apoltronamos frente a la pantalla cada cuatro años a disfrutar del nervio y la euforia no somos más que villamelones, no conocemos el camino que cada atleta ha bregado para estar allí, en el Olimpo actual; simplemente nos erigimos como expertos, en el mejor de los casos, o como “patrones” de un puñado de jóvenes que disputan un sueño en el que les va la vida, por el simple hecho de crees que “nuestro dinero”, el “dinero público” los ha llevado hasta la competencia. Nada más erróneo que eso.

No recuerdan que, lo primero que hizo el gobierno de izquierdas fue recortar los presupuestos de la ciencia, la cultura y el deporte. Todo esto sin contar con la cuestionable administración de la otrora velocista Guevara, con quien todo apunta a un descontrolado dispendio y sistemático descuido de las finanzas. 

A saber que, aunque porten los uniformes, aunque se entreguen bajo las camisetas, las cascas, las licras que gritan “México”, gran parte de aquello que los ha llevado al Olimpio posmoderno han sido los patrocinios, el dinero propio y poco, casi nada, la responsabilidad pública de impulsarlos.

Esos cuatro bronces, son oro puro, como el alma de esos chamacos. Salve por ellos.

viernes, 30 de julio de 2021

El placer lector, un derecho


Javier Sierra, escritor español, acreedor al prestigioso Premio Planeta en 2017, ha dicho en alguna ocasión que “La función suprema de la literatura no es entretener, es despertar”. ¿Recuerda usted, estimada lectora, estimado lector, el libro que lo hizo despertar? ¿La lectura que lo introdujo al maravilloso mundo de los libros? El único lugar donde uno puede, por un rato al menos, ser otra persona y vivir otra vida. Esa lectura que ahora ha extraído de la memoria, ¿le causo placer? ¿Le hizo disfrutar? ¡Pues claro que sí! Si no hubiese sido así, no lo recordaría. Todas esas lecturas tortuosas están, por fortuna, en el lado oscuro de nuestros recuerdos. ¿De qué otra manera podemos acceder a la lectura si no es por el gozo? No se puede. Lo que da vida, se disfruta. Punto.

Pues resulta que hay un tipejo de nombre Marx Arriga que ha dicho, en una conferencia con Normalistas (¡Qué grave!) que: “la lectura por placer es cosumísta”, que la lectura debe ser una “acción emancipadora”. Acrecenta la gravedad el titulo de la conferencia que impartió: “Formación de docentes lectores en la escuela normal”. ¡Uf! ¿Acaso la emancipación, la liberación, no implica un placer al alcanzarse, sobre todo si el camino para llegar a ella ha sido sinuoso como suelen ser los caminos a la libertad? ¡Pero por supuesto que sí!

El problema no es que este mequetrefe exprese una opinión tan obtusa en una conferencia de tercera y su dicho se difunda en las redes sociales; que ya sabemos, son el altoparlante lo mismo de eruditos que de imbéciles (es claro que nuestro personaje en cuestión entra en la segunda categoría). No. El problema real es que el mamarracho Marx, estuvo al frente de la Red Nacional de Bibliotecas y actualmente despacha en la dirección de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública del gobierno de México. 

¿Es en serio? Un tipo que pretende de difundir la lectura entre los maestros a lo “Torquemada”, es quien genera los materiales educativos. Lo que ustedes no saben, o seguramente sí, es que este petimetre esta en plena pataleta por que asociaciones civiles interpusieron un amparo para que no se imprimieran los libros de texto que Arriga ha “rediseñado” sin pago a aquellos que participaran en ellos, recurriendo al gastado y penoso argumento de que participaran aquellos maestros con un “compromiso real”, tratando de ahorrar dinero a costa del trabajo intelectual. ¿No es eso un acto enteramente “conservador”?  

La cereza de la ignominia a la lectura es que el infecto mencionado recurre a José Vasconcelos y Justo Sierra para apuntalar su dicho.

El Vasconcelos que el alelado cita dijo alguna vez: “Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía”. ¿No es la la inquietud y la melancolía expresiones del gozo? ¿Cómo se atreve este individuo a enarbolar para su liliputiense postura a un personaje que nos dio identidad como José Vasconcelos? ¡Hay que tener vergüenza!

Y Justo Sierra decía: “Es, no sólo noble y santo, sino útil, en el sentido superior de la palabra, el oficio de los que se empeñan en levantar los corazones hacia lo bello y los espíritus hacia un ideal”. ¿Cómo puede un corazón levantarse sin gozo, cómo un espíritu puede ser convencido de un destino si no hay un disfrute en el objetivo?

Vaya pues con lo que se topa uno. Usted, estimado lector, no haga caso, soga gozando, tírese en el sillón a disfrutar de una buena novela, arrójese a la desdicha entre las páginas de un libro de poemas. Disfrute, que al fin de cuentas, de lo peor que nos puede acusar es de “consumistas”.

Paso cebra 

La tercera ola de la covipandemia viene alta. Está como para surfearla. Parece que tiene una cresta espumosa y espesa. No la dejemos que nos arrastre. Extreme precauciones porque no volveremos al confinamiento sanitario, para pesar de muchos de nosotros. Salga a trabajar como quien sale a una batalla. Lleve siempre su gel antibacterial en el bolso, la mochila, el bolsillo; nunca despoje su rostro del cubrebocas, aunque quien está a su alrededor parezca sano; lave sus manos cada que pueda; mantenga la distancia sanitaria y, sobre todo, al volver a casa limpie zapatos, ropa, pertenencias, etc. Así, sobreviviremos. Estoy seguro.

viernes, 2 de julio de 2021

Cartografía educativa

 


Sentimos una fascinación particular por los mapas. En mayor o menor medida nos entregamos a la contemplación de un globo terráqueo (tan escasos hoy en día y tan maravillosos), lo mismo que a un mapa extendido donde podemos ejercitar nuestra imaginación territorial. En ellos, podemos dimensionar el tamaño del mundo y contrastarlo con nuestras expectativas; el mundo es más grande de lo que parece, o por el contario, es tan pequeño como un pañuelo, versa el adagio.

Pero en los mapas también podemos establecer una línea de tiempo, marcando en su faz y a lo largo de una continuidad cartográfica, los cambios que ha tenido una actividad humana dentro de un territorio específico.

Eso es precisamente lo que ha hecho el Gobierno del Estado de Hidalgo en el libro “Atlas de la Educación Pública en Hidalgo, a 150 años de la creación del estado”. El libro, editado en un formato cuadrado de treinta por treinta centímetros, mostrando al golpe de vista una portada sobria y elegante, comprende un estudio minucioso de la evolución que ha tenido la educación pública en el territorio hidalguense.

La publicación abre con un mensaje del gobernador del estado, Omar Fayad Meneses, donde destaca la importancia de la educación como motor principal del desarrollo integral de las personas y, por ende, detonador de mejores sociedades.

El caso de Omar Fayad como gobernador es peculiar en el país. Es un hombre que ha transitado por muy diversas esferas del ejercicio público y ha echado mano de esa experiencia acumulada para diseñar ejes estratégicos de acción que han promovido interesantes y efectivas políticas públicas en el estado que tanto amamos.

Una de esas experiencias es la de haber sido Secretario de Educación Pública estatal hace veintinueve años, siendo artífice directo de la creación de muchas de las instituciones que hoy prevalecen para cubrir las exigencias educativas de la población de un Hidalgo entregado ya plenamente a combatir los retos voraces del siglo XXI. Esta condición lo convierte en protagonista y testigo de los esfuerzos y victorias de una política educativa que durante casi treinta años ha apostado por el conocimiento como principal herramienta del desarrollo.

Por su parte, el actual Secretario de Educación, Atilano Rodríguez Pérez, reconoce la vocación y entrega de quienes han forjado este crecimiento educativo durante ciento cincuenta años; las maestra y maestros que han forjado a pulso de lecciones y tareas a generaciones completas de hidalguenses en los más recónditos (y bellos, hay que decirlo) parajes rurales y citadinos de esta comarca llamada Hidalgo.

El trabajo de recopilación y análisis corrió a cargo de investigadores del Colegio del Estado de Hidalgo, encabezados por la historiadora Rocío Ruiz de la Barrera, ofreciendo un trabajo impecable en su metodología y esquicito en su formación; destaca la imagen de la Carta del Estado de hidalgo formada de orden del C. Gobernador juan C. Doria en 1869 y la Carta V “Instrucción pública de A. García Cubas” de 1885; ambos presentados, como nunca antes en ninguna publicación conocida, a doble plana y desplegables para admirar, en todo su esplendor, su carga histórica y documental.

Este Atlas, es dingo de ojearse, enriquecedor para los investigadores y especialistas, cautivador para quienes sólo queremos dimensionar la historia, la memoria y el crecimiento de un estado que nos ha acogido, por nacimiento o por destino; mirando en el paso del tiempo un crecimiento que sería mezquino no reconocer.

Ha sido un gran acierto de la Secretaría de Educación Pública en Hidalgo publicar esta obra, pugnando sin cesar, con la guía del secretario Atilano, por una educación universal y excelsa para cada hidalguense, hoy y mañana. Felicidades.

Paso cebra

El tiempo pasa, insiste, terco e inexorable y yo estoy más feliz que nunca. En el lugar preciso y la gente adecuada. Lo preciso. Con tantas arrugas como anhelos, con tanto menos pelo como rencores. Venga los cuarenta y siete.

 

sábado, 19 de junio de 2021

Forastero de sí mismo; López Velarde, a 100 años de su muerte


Ayer, dieciocho de junio, se cumplieron cien años de la muerte de Ramón López Velarde “El padre soltero” de la poesía mexicana, como bien lo llamó Hugo Gutiérrez Vega.

López Velarde nació en Jerez, un poblado en el corazón de Zacatecas, en 1888. Estudió en un seminario lo que determinó y cimentó su fe católica, la cual sería fuente de profundas contradicciones determinando el carácter confesional de su poesía.

De él, el primer poema que se conoce es “A un imposible”, aparecido en 1905, cuando el poeta tenía apenas diecisiete años. En ese momento no lo sabría pero se encontraba en la mitad de su vida. No significa que ese poema hubiera sido escrito en esa edad, es muy probable que fuera escrito antes, sin embargo al ser el primero en hacerse público es un asomo al tema primigenio de la obra de este gran poeta mexicano: la imposibilidad del amor.

Mientras José Vasconcelos construye la intelectualidad del mexicano, Ramón López Velarde siembra su sensibilidad, le da identidad a su sentimiento, a su pasión. Sin embargo, cuando se piensa en López Velarde se enarbola un equívoco común: es el poeta del amor, de la búsqueda del amor puro. Pero su poesía está más relacionada con otro poeta importantísimo de la literatura universal, muerto cien años antes que él, Charles Baudelaire. La poesía lopezvelardiana está llena de claroscuros donde la lucha de la carne y el espíritu es encarnizada. Donde por momentos, muchos, el “deber-ser” sucumbe a las concupiscencias propias de quien ama intensamente.

Su religiosidad lo llevará a establecer una religión única e impostergable con la mujer; la búsqueda de religarse con el verdadero motivo de su existencia. “Las flores del mal” y “Fuensanta” son poemas que funden al francés con el mexicano en la misma categoría de orquídeas cuyo aroma mezclado –camela y pimienta- perfuman el más hermoso de los paisajes sombríos.

Más que un “humanista”, Ramón López Velarde es un humanista que coloca al enamoramiento como la más sublime de las empresas. Desde la provincia, es decir, desde la recóndita intimidad de la nación, hará convivir un uso altamente culto del lenguaje con el bullanguera habla popular. Será la voz que dicte la maravillosa musicalidad del hablar mexicano, marcando para siempre la lírica nacional.

En cada poema, el zacatecano, irrumpe con confesiones que exaltan un corazón de fuego; labrado a fuego, latiente por la flama y consumido por las llamas de pasiones descontroladas que descarrilarían, al cabo, a los treinta y tres años, como Cristo. (En la modernidad hubiera inaugurado un club de escritores-star como el club de los veintisiete.)

La costumbre y la decadencia, la tradición contra la novedad, la provincia y la separación con la metrópoli, serás las batallas que luche con su pluma en cada verso.

El vate transfigura la culpa de sentir. Es un hombre, no sólo un poeta, que se asume errante,  forastero en toda tierra, contradictorio, culposo de sentir sin tregua; permanentemente insatisfecho e irredento. Apenas un poeta, pero sobre todo un hombre, que libera su corazón del purgatorio y lo ofrece, cual sacrificio batiente, al sol.

En él, el fuego labra y destruye, resana lo que se ha roto entre lo humano y la naturaleza. Es decir, vislumbra sin apegos la dualidad del ser humano. El fuego purificador de un poeta atormentado por  la culpa de vivir.

A cien años, huérfanos de él, leerlo y re-enamorarse de su poesía es el mejor homenaje anti-parricida que podemos levantar. ¡Salve López Velarde!

 

 

 

viernes, 11 de junio de 2021

La bendita manía de preguntar

Edward Price Bell, destacado periodista norteamericano de finales del siglo XIX y principios del siglo XX decía que: “Entrevistar, en el sentido periodístico, es el arte de extraer declaraciones personales para su publicación (…). La entrevista es un mecanismo cuidadosamente elaborado, un medio de transmisión, un espejo”. Nada más cierto que eso. El entrevistador indaga en la esencia del entrevistado, poniendo sobre la mesa su reflejo, sus propias filias, sus propias debilidades para convencer a su interlocutor, el entrevistado, de avanzar en ese polimorfo vericueto que es la verdad.


No es un arte fácil, sin duda, aunque algunos comediantes-conductores de origen “latinus” lo hagan parecer un circo de tres pistas (me refiero a Loret, no a Brozo). Significa prepararse, pensar la pregunta, hacer un cuestionario previo aun cuando se sabe que la improvisación puede ser necesaria; el estar atento para encontrar en la primera respuesta un detonante para la segunda pregunta y así, avanzar, hasta adentrarse como Teseo, en el laberinto donde seguro habita un minotauro –el alma del entrevistado–, dispuesto a devorarnos.

Quien se ha vuelto un espejo es Aidée Cervantes Chapa, Más que un espejo, diría yo, un caleidoscopio, para poder conjuntar las entrevistas, las voces, las esencias de doce trabajadores de las letras nacidos o afincados en nuestra tierra y conjuntar sus dichos en el libro Imprescindibles de la literatura hidalguense.

En el prólogo, escrito por la querida Georgina Obregón, destaca el oficio y el destino como las antípodas del quehacer periodístico de Cervantes Chapa, El oficio de indagar siempre, a toda costa, y el destino de tener en las manos la inquietud de ir trazando un ruta periodística en el pasado de los convocados e ir tejiendo, detrás de las preguntas hilvanadas, una historia que vale la pena contar, mejor que eso, que vale la pena leer.

Los autores considerados en este volumen son Agustín Cadena, Alfredo Rivera Flores, Arturo Trejo Villafuerte, Elvira Hernández Carballido, Federico Arana, Fernando de Ita, Fernando Rivera, Gonzalo Martré, Cohutec Vargas Genis, Alejandra Craules Bretón, José Luis Contreras Vargas y quien esto escribe.

En cada entrevista están presentes la memoria, las pasiones, el génesis de la actividad literaria, el devenir incierto de quien sabe que el quehacer escritural es una moneda al aire, una catarsis ante la cual nada podemos hacer quienes estamos condenados, por destino y convicción, a la nefasta tarea de enfrentar, con humildad como decía Ricardo Garibay, la página (la pantalla, ahora) en blanco.

Cervantes Chapa escribe un libro necesario para la historia de la literatura hidalguense, donde pueden apreciarse las salientes a las que se han aferrado las dos escritoras y los diez escritores convocados, tallando en cada golpe de músculo su obra al escalar esta rocosa pared llamada vida. Aidée ha hecho pues, un libro imprescindible.

La portada, bellamente diseñada por la talentosa comunicadora poblana Guadalupe Cadena Pintle, enmarca el título y el nombre de la autora entre Tenangos, esa hecatombe de colores y seres fantásticos que grita la cosmogonía hidalguense en todo su esplendor.

¿Faltan autores, no? ¡Claro! Ni estamos todos los que somos, ni somos todos los que estamos. Alguna vez el finado y admirado Ramsés Salanueva me decía: “Toda antología es, por definición, incompleta”. Se me vienen a la mente un ramillete de nombres: Agustín Ramos, Yanira García, Diego José, Jorge Antonio García Pérez, Toño Zambrano, América Femat, Juan Carlos Hidalgo, Oscar Baños Huerta, Alfonso Valencia, Venancio Neria, Nacho Trejo, Rafa Tiburcio García, Enrique Olmos de Ita… ¡Uff! En fin, una larga lista que la autora ha prometido abordar en futuros volúmenes, un poco como tratando de extender sobre la mesa el mapamundi de los estilos, las pasiones y las aversiones que han dado forma a lo que ahora, por fin, podemos llamar “Literatura hidalguense”.