viernes, 26 de abril de 2024

Mi “Rolas”, in memoriam


La muerte de un amigo siempre es un golpe devastador. Al inicio de esta semana la noticia de la muerte de Rolando García García me llegó como un latigazo de realidad. Como siempre antes este tipo de destellos de oscuridad, no quise creerlo en el primer momento, busqué la confirmación en el perfil de su pareja sentimental, otra querida amiga mía, y confirmé con profundo pesar la noticia. 

Rolando García fue un destacado periodista hidalguense. Lo conocí cuando ingresé a colaborar formalmente a Radio y Televisión de Hidalgo en el ya lejano año dos mil. De primera instancia compartimos transmisiones especiales como parte del grupo de conductores en informes de gobierno, aperturas de la Feria, festejos navideños, giras gubernamentales, etc. Pero poco a poco, llevados por las coincidencias que son lentas, pero pertinaces, descubrimos que intereses comunes nos unían más de lo imaginado: el rock, la literatura, el arte y la cultura en general. A partir aquellos años no perdimos la oportunidad de una buena charla y de la escaramuza inteligente de opiniones acerca de la actualidad del mundo, sobre todo cuando por alguna razón, tal vez el simple hecho de la visita, me sorprendía en las cabinas de radio donde era mi sitio permanente de labor profesional.

Astuto, inteligente, sagaz y sumamente profesional; su trabajo como reportero, conductor, productor de televisión y radio, y como articulista de prensa escrita, lo constatan. En algún momento de su devenir profesional comenzó a compartirme sus colaboraciones en semanarios y diarios pachuqueños: recuerdo ahora el semanario Óptica de recordado Beto Herrera y más recientemente La Jornada Hidalgo, donde hacía gala de su humor punzante y mirada perspicaz.

Además de su amistad, tuve la fortuna de ser llamado como invitado a sus proyectos de televisión cultura, sobre todo a “Mapa de nube”, una revista televisiva dedicada al arte y la cultura de Hidalgo donde charlamos un par de ocasiones ante la cámara como lo hacíamos en los pasillos de literatura. Y tuve la oportunidad de participar, también como invitado a uno de sus más hermosos proyectos (junto a Radamés Salanueva), una serie de cápsulas para recordar a otro grande de la cultura de nuestro estado, Ramsés Salanueva, y que fueron transmitidas en 2022. 

Desearía tener más claridad en los recuerdos que me unen a Rolando, pero la pena ata la memoria y la ancla al momento doloroso de la partida. Rolando, Rolax, Rolas lo llamaba anteponiendo el determinante posesivo de la primera persona del singular: mi Rolas. Apenas el doce de febrero intercambiamos unos mensajes de WhatsApp y nos despedimos con el firme propósito de vernos para darnos el abrazo escrito. Descanse en Paz. Le voy a echar mucho de menos.

viernes, 19 de abril de 2024

El triángulo re-invertido


Foto: insurgenciamagisterial.com

El invento más determinante, no el más importante, pero sí el que nos ha definido como sociedad en toda la historia de la humanidad es, sin lugar a dudas, la internet. A través de la red mundial de información hemos sido testigos de innovadores alcances de posibilidades que ya determinaban nuestra existencia en el siglo XX: la prensa escrita, la radio, el cine y la televisión. Incluso la posibilidad de acceder al catálogo de bibliotecas y archivos diversos resultó de gran utilidad para la investigación y la difusión del conocimiento. Las visitas virtuales a museos importantes y lejanos colocaron la cereza sobre el delicioso manjar que significa el aprender y estar informado.

Sin embargo, la aparición y después proliferación de las redes sociales aceleró la ya de por sí vertiginosa avalancha de información y datos diversos que llegan, literalmente gracias a los teléfonos inteligentes y las tabletas electrónicas, a la palma de la mano.

Por otra parte, las mismas redes sociales se han convertido en el escaparate para que aquellos sitios, que han perfeccionado el desarrollo de contenidos que antes eran privilegio de los medios de comunicación masiva del siglo pasado, difundan sus ofertas informativas a diestra y siniestra, con la gran ventaja de la segmentación que los algoritmos cibernéticos realizan de manera inmediata según nuestro perfil y comportamiento dentro de Facebook, X o Instagram.

Hasta aquí todo bien o más o menos bien. Quiero decir, bien, porque la posibilidad de acceso a todo tipo de información es una ventaja absoluta que tenemos quienes en este momento de la historia humana habitamos el planeta; no tan bueno, porque en esa vorágine de información muchas cosas valiosas se pierden, otras posibilidades desagradables, ociosas y aberrantes, alcanzan una divulgación inmerecida. 

Pero, he podido notar, en los últimos meses, que los sitios de información escrita, léanse diarios digitales, portales de noticias, etc., han comenzado a utilizar una práctica que contraviene la esencia de la “nota” como género periodístico. La “noticia”, como piedra angular del ejercicio informativo, debe ser escrita siguiendo reglas específicas que la definen y la diferencian de otros géneros; la principal de ellas es que debe ser escrita en forma de una pirámide invertida, es decir, la información principal debe aparecer al inicio del texto y el resto de la información, la complementaria, debe ser escrita hacia el final. La fórmula es muy simple y por ende, efectiva. Sin embargo, los sitios digitales de información le han dado la vuelta a esa pirámide que debe estar de cabeza para volver a colocarla sobre su base, es decir, la información principal suele aparecer hacia el final del texto, en ocasiones después de dos o tres párrafos que contienen información complementaria y en ocasiones incluso intrascendente. Pero, ¿Por qué dilatar la información principal, que por cierto, es el gancho para que el lector se interese en abrir el vínculo de la nota, contraviniendo todas las técnicas periodísticas? Llevo días con esa pregunta revoloteando en mi cabeza. La razón es tan simple como absurda, porque lo que buscan las plataformas no es informar de manera oportuna y expedita (a veces ni siquiera de forma veraz), sino de hacer que el lector se quede más tiempo en el sitio y que al avanzar en el texto confuso y soso pueda visualizar los anuncios de aquellos patrocinadores que los respaldan. 

Está práctica, más comercial que periodística, comienza a volverse un “ruido” dentro de la red y que si no se evita, puede perjudicar la percepción de credibilidad que muchos sitios han logrado en los internautas informativos. 

viernes, 12 de abril de 2024

Gabo y el último fruto de su ceiba


Acabo de terminar la lectura del último libro de Gabriel García Márquez. Esta expresión, “el último libro de…” pocas veces adquiere todo el peso de su significado. ¿Cuántas veces no hemos compartido con amigos la noticia de que acabamos de leer el último libro de fulano, autor que nos hace quedar como idiotas cuando al cabo de un tiempo lanza una novedad editorial. Sólo tras la muerte de un escritor, podemos asegurar que hemos leído su obra última, a veces póstuma y siempre y cuando los estudiosos de sus archivos no encuentren un folio perdido en los recónditos parajes digitales de un disco duro o en las polvozas carpetas de una estantería. Pero a pesar de esos riesgos, lo dicho por la familia y el editor de Gabo nos asegura que “En agosto nos vemos” es la última obra de ficción de Nobel colombiano; para delicia de sus lectores más fervientes y ocasión de sus detractores de temporada.

“En agosto nos vemos” es una novela breve que narra las visitas de su protagonista, Ana Magdalena Bach, a una isla del caribe colombiano donde se encuentra enterrada su madre. Cada agosto visita el cementerio para dejar flores la tumba materna y tomarse una noche de libertad como paréntesis a una vida apuntalada en un matrimonio perdurablemente estable y feliz. En esos visitas, que a lo largo de algunos años se repiten puntualmente, la protagonista va explorando sensaciones, sentimientos, recuerdos y sospechas que le van dando forma a su adultez y el inminente arribo a la edad tercera. 

El libro, sobra decirlo, es una delicia. Si bien por momentos puede parecer una obra inacabada, un boceto de algo que no se concluyo, por largos ratos podemos disfrutar del oficio de la pluma de García Márquez, la poética de sus ambientes, el grosor innato para describir a las personas por dentro y por fuera, de sopesar su presencia como narrador omnisciente para dar paso a que cada personaje se muestre en todo su esplendor. Hay páginas enteras donde los admiradores del colombiano podemos encontrarlo de cuerpo entero, literariamente hablando, fuerte y rozagante, blandiendo su narrativa con la agilidad de un esgrimista consumado. Sin embargo, el ritmo de la historia por momentos tropieza, se desbarranca en la sensación de que faltan líneas, párrafos, páginas para llegar al desenlace de un capítulo o para hacer patente el paso lento y desgarrador de un largo año en la vida de la protagonista. Sus descripciones, detalladas, precisas y determinantes, también dejan en el ambiente el aroma de que la historia daba para una novela grosa de esas que consolidaron su carrera literaria y que sus lectores guardamos en algún lugar de nuestra lista de libros favoritos.

En un principio, pensé que “En agosto nos vemos” era apenas el esbozo de un libro que daba para más. Sin embargo, al final de los seis capítulos de la historia, el último editor de Gabo, Cristóbal Pera, nos convida de la historia detrás del libro, rompiendo el mito que algunos sostenían con la consigna de que la novela había sido publicada contra la voluntad del autor. La historia de “En agosto…” inicialmente formaba parte de un proyecto más grande, un libro con cinco historias que hablaran del amor en la edad adulta. En 1999, Gabo compartió en una entrevista el hecho de que ya trabajaba en ese proyecto y que tenía dos de las cinco historias terminadas. Ante la imposibilidad de continuar con las historias faltantes, la primera de ellas se convirtió en la novela “Memoria de mis putas tristes”, ese sí, un libro menor en su obra y poco merecedor del genio de Gabo. La segunda historia, la de Agosto, fue publicada en parcialidades tanto en España como en Colombia y ocupó los esfuerzos de su autor hasta el año 2004, cuando puso punto final a la quinta versión de su manuscrito con la anotación clara de que le enorgullecía. 

Perea nos narra con apreciable nostalgia, las dificultades que Gabo enfrento con su memoria para poder concretar la versión final de este libro; los trabajos que realizó junto a la secretaría particular del escritor para perseguir los detalles más minuciosos en los archivos tanto digitales como los que custodia la Universidad de Austin, una vez que Rodrigo y Gonzalo, hijos del matrimonio García Barcha, decidieron compartir con los lectores este tesoro escondido. Por lo tanto, este último libro nos es un boceto, es una novela echa y derecha que no llegó a más por deseo y determinación propia del autor, que seguramente, consciente de las limitaciones que le iba poniendo al Alzheimer, quiso dar su último suspiro literario con una obra propia de sus más consagrados esfuerzos.

La obra literaria de Gabriel García Márquez es como una ceiba (árbol de su infancia caribeña y que aparece en repetidas ocasiones a lo largo y ancho de muchos de sus libros), de troncos altos y raíces tabulares, frondoso en el misticismo de un universo particularmente universal que le permitió lectores en todo el mundo y que abrió paso, junto a los otros autores del Boom, para que la literatura latinoamericana fuera reconocida con personalidad propia y temple imbatible; “En agosto nos vemos” es su último fruto y vale la pena probarlo.

viernes, 22 de marzo de 2024

China vs. su Nobel


Cuando niño, uno de los libros que mayor curiosidad me provocaba de la biblioteca de mi padre era una colección de cuentos populares chinos. En su portada predominaba el azul que acordaba con el título del libro, mostraba una nube azulada admirada por un par de jóvenes, hombre y mujer, haciéndose acompañar por el esclarecedor subtitulo de “Cuentos populares chinos”. Leerlo reveló ante mí el poder transfronterizo y atemporal de la literatura; me transportaba a otro país, a épocas remotas, a sucesos inimaginables para un infante. Pero lo que más me asombraba era que ese libro de literatura china en español había sido editado en algún lugar de Pekín, pensado y cuidado específicamente para difundir entre los lectores hispanohablantes las tradiciones, costumbres e ideología de la nación más poblada del mundo (entonces y ahora).

Volvimos a tener noticias claras de la literatura china en tiempos más recientes, cuando en el 2012 la Academia Sueca otorgó el Nobel de literatura a Mo Yan, convirtiéndose así en el primer escritor chino en obtenerlo. Esta verdad es a medias, pues doce años antes, en el 2000, el Nobel fue otorgado a Gao Xinjian, escritor nacido en china pero nacionalizado francés desde 1987 y que es el único Nobel francés que ha escrito toda su obra en otra lengua distinta a la gala, por lo que el galardón del dos mil entró en la casilla de autores franceses que lo han obtenido (cuya lista por cierto es de dieciséis).

Mo Yan se convirtió, en aquel momento, en un orgullo para la República Popular de China, reconociendo en él un hijo predileto, considerando que el galardón internacional permitía difundir en occidente las esencia del pueblo chino junto con su modelo de nación. Mo ´yan, estaba pues cumpliendo ese objetivo del viejo volúmen de cuentos chinos que se editaba en español como herramienta de difusión ideológica. Mo Yan era resultado de la educación pública, sabia pertenecido a las filas del Ejército Popular de liberación y se había formado en la Escuela de Arte y Literatura y en la Universidad Normal de Beijing; transformado ahora en un embajador de su cultura.

Sin embargo, a principios de la semana el Nobel chino ha caído en desgracia. Distintos medios internacionales informaron que se había solicitado un juicio ante los tribunales de la capital contra de Mo Yan. ¿De qué lo acusan? El asunto es verdaderamente orweliano.

Resulta ser que el promotor del juicio es un bloguero que esconde su verdadera identidad tras el nombre de Wu. Este individuo presentó dos demandas contra Mo Yan, la primera fue desestimada porque estaba plagada de errores técnicos, pero la segunda parece que ha prosperado. El tal Wu no esta basando su litigio en la calidad literaria de la obra del Nobel chino, sino en su contenido, o mejor dicho, en la interpretación personal de la ideología que contiene su obra. Basado en una ley del año 2018, cuyo texto no ha trascendido, conocida por sus efectos: condena a un máximo de tres años de prisión a quienes insulten a héroes y mártires de la China comunista. Esta norma legal forma parte de la campaña del presidente Xi Jinping contra el “nihilismo histórico”. Pues Wu argumenta que lo expresado en los libros publicados de Mo Yan se ha manchado la reputación del Partido Comunista Chino, “embellecido” a los soldados japoneses enemigos e insultado al exlíder revolucionario Mao Zedong. Además, pide que el escritor se disculpe ante todo el pueblo chino, los mártires y Mao mismo, pagando una indemnización de 1.500 millones de yuanes (209 millones de dólares), algo así como un yuan por cada chino. Y para conseguir su membresía en la inquisición, también solicitó que se retiraran de circulación todos los libros del autor; sólo falta la petición de que sean quemados en la plaza de Tiananmén.

No es poca cosa lo que ocurre, pues si el juicio prospera será el primer paso para conducir al autor de “La república del vino” al ostracismo interno y a un apresurado exilio con el riesgo de que si se queda dentro de China, termine en la cárcel. 

Resulta importante reflexionar que las redes sociales, base de la comunicación y los sistemas informativos e ideológicos de la actualidad, en China están controlados por el Estado, sustituyendo las redes occidentales con aplicaciones propias, que permiten el control total de lo que en ellas se emite. ¿Quién estará entonces detrás del ofendido Wu, acérrimo enemigo de Mo Yan?

viernes, 15 de marzo de 2024

Temporada de chapulines


Foto: Especial

La temporada empezó ya hace semanas. No me refiero a la proliferación de especímenes pertenecientes al género Sphenarium, que brinquen por doquier en las calles de la ciudad. No. Me refiero al chapulineo político que ocurre en épocas como la que hemos estado viviendo durante los últimos meses; la electoral.

En la política mexicana no es raro el “intercambio” a discreción de militantes que, dentro del partido al que han pertenecido, en ocasiones durante largo tiempo, no encuentran la predisposición para continuar “creciendo” dentro de la política, entiéndase, cumplir con su agenda personal y no con un proyecto colectivo que sea reflejado en su designación como candidato de lo que sea, para figurar en las campañas que se avecinen. Es así que muchos políticos, ahora se enarbolan como defensores de la democracia vistiendo los colores partidistas que antes criticaron, condenaron, maldijeron y satanizaron. Sin embargo, en este proceso electoral que comenzó a tomar velocidad desde inicios del año, la brincadera de personajes ha sido espectacular y parece ya una plaga de dimensiones pentateuticas.

Por un lado hemos visto a varios políticos jóvenes que, al ser soslayados por el tricolor, han dado el salto al color naranja, amnésicos de las posturas que tuvieron en sus febriles días de militantes de una sola pieza. No quiero decir que no sea posible cambiar de opinión, es de sabios ya se sabe, ni de ideología política, pero, ¿esos malabares partidarios corresponden realmente a eso?, ¿o la certeza de que el partido antes hegemónico en Hidalgo, tiene los días contados o, peor que eso, ya navega en números rojos electoralmente hablando? ¿O será que ese bote de tamales político en que se ha convertido el frente opositor, teniendo dentro tamales de chile, de dulce y de manteca, tiene como única aspiración la supervivencia de los partidos integrantes frente a una ola guinda que promete arrasarlo todo? Ante este último escenario, aquellos integrantes de los opositores vieron con horror el desvanecimiento de sus aspiraciones políticas frente a un escenario de que la derrota es lo único que pueden dar por descontado. Tricolores que dan un mortal con bajo grado de dificultad al verde con el argumento repetido hasta el cansancio de posicionarse en “el lado correcto de la historia”. Otros, más arriesgados, dando machincuepas, o intentando darlas, con alto grado de dificultad hacia el partido guinda con la certeza de que esto les permitirá lograr la posición tan anhelada que les permita seguir figurando en el escenario político del estado. Ojalá que la tez morena no se vuelva cómplice de la promoción de los intereses mezquinos de quienes siempre quieren figurar no importando las ideologías ni los partidos.

En ocasiones, el incremento de piruetas toma tintes peligrosamente surrealistas. Por un lado políticos azules que intentan ocupar candidaturas propias de comunidades originarias, haciéndose pasar a través de documentos amañados como miembros “activos” de una etnia cuando a todas luces su devenir persona, profesional, así como su modo de vida presumido en las redes sociales, sin claramente ajenas a la identidad que pretenden usurpar; bueno ni hablan la lengua originaria tras la que se pretenden escudar. Esto no es raro, ya en otras elecciones no muy lejanas tuvimos políticos de color naranja que documentaron con recetas y estudios de dudosa procedencia, afecciones físicas que aunque no se les notaban, les permitieron ocupar espacios destinados a personas con capacidades diferentes. 

Resulta peculiar alguna cabriolas que toman tintes familiares, como la del alcalde proveniente del tricolor, ahora revestido de iniciales con coqueteos entre verdosos y guindas para tratar de hacer candidata que, por qué no, le suceda en la alcaldía. ¿De verdad nadie se percata del conflicto de intereses que eso representa? ¿No es una práctica correcta que dentro del sano ejercicio de la evaluación y la rendición de cuentas, un alcalde electo revise sin ningún tipo de sesgo la actuación de su antecesor? ¿Una relación marital, no pondría en duda la imparcialidad de tal hecho? No se trata de cancelar las aspiraciones de nadie, las cuales son válidas, sin embargo si el deseo y el compromiso con la población es real, esperar un periodo para lanzarse lo mostraría.

En fin, que así hemos presenciado, y lo seguiremos haciendo, el espectáculo circense de nuestros políticos ortópteros. La manera de acabar con está práctica deshonesta políticamente hablando es dando un manotazo en la voleta electoral, haciendoles saber a esos candidatos chapulines que la sociedad busca, además de experiencia y honestidad, congruencia, en aquellos que elige para servirle a la sociedad. 

viernes, 8 de marzo de 2024

Un baile de sonambulos, 20 años del 11M

Foto: La entrada de un tren a la estación de Atocha. | Carlos García Pozo


“Un baile de sonámbulos. Todos miraban a la nada” Así describió uno de los sobrevivientes de los atentados a la red ferroviaria de cercanías en Madrid el 11 de marzo de 2004, los momentos posteriores a los estallidos ocurridos en uno de los trenes que en ese momento casi alcanzaba estación de Atocha.

La descripción de las personas que lograron salir por propio pie de las cuatro últimas explosiones de aquella mañana de jueves, es de Antonio Miguel Utrera, un joven que entonces tenía 21 años y que aun cuando formo parte de esa marcha de heridos, portaba en el interior de su cuerpo una serie de heridas que lo llevarían al hospital y pondrían su vida en un peligro; milagrosamente sobrevivió aunque con secuelas físicas que duran hasta hoy.

El conocido como 11M es considerado como el atentado terrorista más grande en la historia de Europa. Aquel día, desde muy temprano, diez explosiones, en un ataque coordinado, sembraron terror y muerte en cuatro trenes de cercanías en la capital de España. El saldo fue de 192 muertos y casi 1900 heridos.

Las primeras tres explosiones se registraron a las 7:37 hrs. en un tren que acababa de ingresar a la estación de Atocha. Ahí, en pleno anden, con los pasajeros descendiendo de su interior, el tren se abrió como una lata por la fuerza de los explosivos dejando treinta y cuatro personas muertas.

Un minuto después, a las 7:30, dos ataques más tenían lugar simultáneamente. Una en la estación El Pozo y el otro en la estación de Santa Eugenia; ambos trenes estaban detenidos en los andenes, en el primero hubo dos explosiones matando a sesenta y cinco personas; en el segundo sólo se sucedió una explosión dejando catorce personas muertas.

A las 7:39, cuatro explosiones detuvieron un tren a la altura de la calle Téllez, casi en la entrada a la estación de Atocha, ahí murieron sesenta y tres personas.

En un primer momento, la condición de al menos unos 350 heridos era muy grave. Muchos de ellos no lo lograron. Sobra decir que las heridas de los sobrevivientes marcaron sus vidas para siempre, dejando a la mayoría de ellos con discapacidades que son un recuerdo abyecto de lo sucedido hace casi veinte años.

La tragedia, cruda en sí misma, derivó en un debate político por la manera en que la versión inicial culpaba al grupo terrorista vasco ETA y dejaba de lado, categórica e insistentemente la posibilidad de un ataque yihadista en venganza por el apoyo de España a los Estados Unidos en la guerra global contra el terrorismo. Aceptar que la autoría era de Al-Qaeda era culpar a Aznar y su candidato presidencial en ese momento Rajoy. Al cabo el manejo de la información hizo ganar a Zapatero con una importante ventaja. Posteriormente, se confirmaría que el origen de los atentados era islamista

Antonio Miguel Utrera, de quien hablábamos al inicio de esta columna, publicó en dos mil veintidós un poemario titulado “Los días jueves”. Ha usado la poesía para sanar las heridas ocultas que portan todos los sobrevivientes, aquellas que laceraron sus almas, pero fortalecieron sus espíritus.

viernes, 1 de marzo de 2024

De qué hablamos cuando hablamos de Pachuca

El título de la columna de hoy no es frase propia, se la leí al querido Miguel Ángel Hernández Acosta (narrados mexicano, pachuqueño) en una de sus publicaciones de Facebook parafraseando a su vez el título de aquel espléndido libro de relatos de Raymond Carver “De qué hablamos cuando hablamos de amor”. Miguel Ángel usaba esa lúdica armonía de siete palabras como invitación a reflexionar sobre lo que pensamos de esta ciudad quienes nacieron o vivimos en ella, quienes han tenido que dejarla como residencia, quienes recalan por sus rumbos de vez en cuando, quienes la hemos elegido como refugio o quienes por laberintos emotivos sostienen con ella una relación amor-odio. Esta cavilación remonta el vuelo gracias al estreno de una nueva publicación que aglutina el trabajo de cuarenta y un escritores y dieciséis artistas visuales; el libro se titula “Letras de Pachuca”.

El nada breve opúsculo aparece bajo el sello editorial Los Libros del Sargento en colaboración con el Instituto Municipal para la Cultura de Pachuca y ha sido coordinado por Xavier Rodríguez, avezado editor que ha impulsado esta editorial desde hace más de diez años y que desde la pandemia la hizo aterrizar en la Bella Airosa.

La noticia de que el ayuntamiento de la capital retome con vigor un proyecto de publicación de autores locales (esta es la segunda publicación de la administración actual) causa un gran regocijo para quienes creemos en el poder de los libros. Por si esto fuera poco, el hecho de que el proyecto sea en sí mismo un nomenclátor tan diverso en cuanto a generaciones, corrientes y estilos, tanto de literatos como de visuales, lo convierte de ya en un libro único. En sus doscientas cuarenta páginas encontraremos poetas, narradores, dramaturgos, periodistas, fotógrafos, escultores y pintores (de brocha y de píxel). La amalgama de todos ellos promete una especie de diario de viaje que nos llevará por rincones, memorias y epifanías con que cada creador cinceló su punto de vista sobre este lugar estrecho azotado sin mesura por el viento.

En lo textual participan: Arístides Luis, Nancy Ávila, Óscar Baños Huerta, Alejandro Bellazetín, Enid Carrillo, Julia Castillo, Áxel Chávez, Jovany Cruz Flores, León Cuevas, Fernando de Ita, Diego José, Aarón Enríquez, Said Estrella, Daniel Fragoso, Yanira García, Miguel Ángel Hernández Acosta (a quien mencioné al inicio de este texto), Elvira Hernández Carballido, Ilallalí Hernández Rodríguez, Yuri Herrera, Juan Carlos Hidalgo, Yosselin Islas, Eduardo Islas Coronel, Laura Esperanza, Sagrario León García, Moisés Lozada, Sinead Marti, Danhia Montes, Christian Negrete, Enrique Olmos, Karla Olvera, Aída Padilla Nateras, Agustín Ramos, Martín Rangel, Fernando Rivera Flores, Julio Romano, Ilse Sánchez Quintero, Claudia Sandoval, Alma Santillán, Rafael Tiburcio García, Alfonso Valencia y quien esto escribe.

Mientras que lo visual es propuesto por: Raúl M. Becerra, Marco Levy Correa Ramírez, Kevin Cuevas, Enrique Garnica, Ray Govea, Pablo Mayans, Elizabeth Medina, Carlos Mercado, Carmen Parra Velasco, Hugo David Pérez Ángeles, Caro V. Polanco, Eric Reyes Lamothe, Javier Alejandro Rodríguez Padilla, Eymi Rosado, Eddy Salgado y Salvador Verano Calderón.

He hablado de este nuevo libro en futuro imperfecto porque no conozco de él más que el texto que me solicitaron y la imagen de su portada. Todo lo demás ha sido preservado con la secrecía propia de los hitos que abren un nuevo capítulo en el quehacer cultural de una ciudad. 

Ansío despejar los velos y disfrutarlo en la primera presentación del libro que será el día de hoy (o mañana, depende de cuando lea usted esta columna) viernes 1 de marzo, en Rocket Cowork (Matamoros 113, en la cara este de la Plaza Independencia en el Centro Histórico de Pachuca), a las 18:00 horas. Verlos por allí redondeará la celebración.

Paso cebra

Que “Letras de Pachuca” alcance buen puerto es resultado del trabajo, valiente e incansable, del equipo del Instituto Municipal para la Cultura de Pachuca, encabezado por Ana Liedo. Mi respeto y admiración por su trabajo y vocación.

viernes, 23 de febrero de 2024

Gozálo Martré, decano de los escritores hidalguenses

Foto: UAEH

Conserva el recuerdo muy claro. Su madre era la maestra del primer grado. Él, de una edad similar a los niños reunidos en el salón, la acompañó porque no tenía con quien encargarlo mientras daba su clase. Mario, tomo asiento en alguna de los pupitres disponibles y guardó silencio. Su madre, la maestra, escribió una frase en el pizarrón y pidió de entre los pupilos un voluntario que pudiera leerla de corrido. Las niñas se miraron entre sí, los niños escondieron la mirada en el cuaderno frente a ellos. Nadie. La maestra insistió, no sin el asomo de un desencanto en su voz. Nuevamente nadie. Mario levantó la mano cautelosamente y ante la ausencia de un voluntario perteneciente a la clase regular, su madre le permitió participar. Él se levantó y muy derechito leyó de cabo a rabo la frase; sujeto, verbo y predicado encadenados en un solo respiro. La maestra amaba a su hijo más que a nada en el mundo y lo conocía perfectamente, aun así se sorprendió y comprendió entonces que Mario atesoraba en su interior un interés especial por las letras, por la literatura. 

A partir de ese momento Mario se entregó cuan infante a leer literatura fantástica, a disfrutarla, a vivirla y a trazar una senda interior que algunos años después lo llevaría a convertirse en escritor y a cambiar su nombre por el de Gonzálo Martré. 

Martré nació en Meztitlan y repartió su infancia y juventud en varios municipios de Hidalgo donde su madre se mudaba para atender su trabajo docente. Tula y Pachuca son apenas dos sitios de una lista larga. Se exilió en la capital del país con el propósito de continuar los estudios profesionales y ahí se topó, de frente, con el inexorable destino de la palabra escrita en el año de 1967. Comenzó entonces una larga carrera que lo llevaría del cuento a la novela, al periodismo, a la sátira, al ensayo, a escribir de política, para niños, a ser argumentista y convertirse hoy en día, no sólo en uno de los autores mexicanos más prolíficos de nuestra literatura, sino también en el decano de los escritores nacidos en Hidalgo.

Gonzálo Martré visitó la ciudad de Pachuca hace exactamente una semana, el viernes 16 de febrero de 2024, porque tenía ganas de celebrar en la capital de su tierra su cumpleaños noventa y cinco. En principio quería sólo una reunión petit comité con veinte o treinta personas en algún reciento disponible de la UAEH. Por fortuna, la Universidad decidió organizarle un evento más grande, con lleno total en la Sala J- Pilar Licona del edificio de Abasolo y aprovechó la presencia del Rector para entregarle un reconocimiento, merecido y pertinente, por su prolijo dispendio literario de más de cincuenta años.

Quienes tuvimos la oportunidad de acompañarlo en este evento disfrutamos cómo siempre de su ingenio y socarronería. Nos embelesamos de sus anécdotas que lo mismo incluyeron su origen en los hermosos lares de Meztitlán, que sus tardes de cantina con colegas donde se erigían proyectos editoriales que le permitieron reconocimiento y, en ocasiones, ser arrastrado por la fama internacional de algunos proyectos; como aquel donde se le ocurrió convertir a Julio Cortazar en un personaje de la historieta de Fantomás donde participaba como argumentista. Aquel episodio impreso se llamó “La inteligencia en llamas” y en la historia, Fantomas se comunicaba telefónicamente con sobresalientes intelectuales del momento, con quienes además se tuteaba como Cortazar (y también Susan Sontang). La historieta llegó a París y terminó en las manos del autor de Rayuela que se sorprendió al verse convertido en un personaje de historieta sin haberle pedido permiso, así que aprvechó y utilizó el mismo soporte narrativo, la historieta, como un nuevo canal para comunicar parte de su obra, haciendo su propia versión en un folletín de Fantomas. Por supuesto esto acaparó la atención de todo el mundo “arrastrando” a Martré en esta fama.

Fresco, ocurrente, nos habló de los nuevos proyectos que lo tienen ocupado; un manojo de cinco libros que pronto espera terminar, “Si le da tiempo”, bromea. No sin dificultad, devido a los problemas de sus cuerdas vocales  Martré estuvo charlando con sus lectoras por casi una hora, coronando el evento con la entrega del reconocimiento de manos del rector Octavio Castillo Acosta.

Paso cebra

Un gran acierto de los organizadores y del propio homenajeado, fue la generosidad de obsequiar libros a los presentes para que el autor los firmara. Hacer esto es atar el último cabo de una charla con un escritor; en ocasiones, como la que ahora nos ocupa, es una delicia escuchar, pero poder leerlo después se transforma en ese acto de íntima complicidad entre el autor y el lector, lo que al fin de cuentas tiene que ser la literatura.

viernes, 16 de febrero de 2024

Un pulso de vida desde los Andes


Tuve conciencia de la muerte por primera vez a los seis años. Mi Tata, mi abuelo materno, murió de cirrosis. Nunca vi su cadáver, apenas un día antes del deceso lo visité en el hospital. Al volver del cementerio mi madre me explicó lo que significaba el hecho de que su padre hubiera muerto. No lo volvería a ver. Sin embargo, su recuerdo ha perdurado muy dentro de mí como un discreto pero permanente impulso. Tuve conciencia de la muerte por última vez hace año y medio cuando falleció mi padre. Estas no han sido las únicas dos muertes de la familia, pero la sensación que me provocaron ambas fue muy similar. Sin las sensiblerías de dedicar todos los actos a la memoria de los que se han ido, sí descubro una cierta inspiración en aprovechar el andamiaje de vida que nuestros seres queridos fallecidos, nos han dejado. Es en ese amor, enseñanza, ejemplo o herencia emotiva, donde cogemos propulsión para continuar.

Esa es la reflexión que a mi parecer nos deja el filme “La sociedad de la nieve”. La nueva versión de una de las historias de supervivencia más conocidas del mundo. En mi infancia tardía y mi juventud temprana, estuve obsesionado con tres sucesos que marcaron esa época: la explosión del Challenger, el accidente nuclear en Chernobil y los Sobrevivientes de los Andes. 

Al ser una historia conocida, con mayor o menor detalle, por casi todo el mundo, la película la aborda desde la narrativa de Numa Turcatti, una de las veintinueve personas que murieron por causa del choque y durante los días posteriores antes de ser rescatados. Numa, no era parte del equipo de rugby, pero era amigo de uno de los miembros quienes los instaron a aprovechar alguno de los asientos que estaban disponibles y así poder acompañarlos a Santiago de Chile, verlos jugar y pasar el tiempo libre paseando y conociendo chicas. Ese relativo “fuera de lugar” envuelve pro principio al personaje en un halo de tragedia. Sin embargo, pronto la resignación ante la dura realidad que enfrentan hace que todos los sobrevivientes al impacto del avión en la montaña se consoliden como una sociedad donde por principio de cuentas nadie debería quejarse y todos deberían colaborar de una u otra forma para mantenerse con vida en lo que el rescate llegaba. En esta cofradía de la desgracia se pertenecen todos y cada uno, sin importar si eran compañeros, amigos o familiares, son desde ese momento figurantes de un destino común que hay que moldear para sobrevivir.

Antes de este filme, se realizaron dos películas más sobre la hist0ra de los sobrevivientes; una mexicana, muy mala y; la versión hollywoodense que enarbolo la hasaña como un hecho heroico indiscutible e imperecedero para ejemplificar la fortaleza del espíritu humano en situaciones límite. Sin embargo, el lado realmente humano de la tragedia se había ido construyendo poco a poco a través de docenas de documentales, programas especiales y entrevistas de los dieciséis sobrevivientes. El filme de Bayona cambia el punto de vista a partir de la premisa más cruda, sin los que murieron (a lo largo de los días) los que vivieron no hubieran podido salir de ahí. Ajustar el foco en Turcatti y no en Nando Parrado y Roberto Canesa (los dos expedicionarios que logran encontrar ayuda tras cruzar la cordillera), destaca los dilemas que todos y cada uno de ellos enfrentaron; por un lado decidir comer de los cuerpos de los amigos fallecidos, la implicación de tener su permiso para hacerlo, el hecho mismo de consumir músculos, órganos, etc. para mantener las fuerzas y el hecho mismo de la muerte como fin último de amor para que los que continuaran viviendo pudieran alimentarse. Es ahí donde el personaje de Numa es la vuelta de tuerca para construir un filme extraordinario y con un mensaje desgarrador, pero real: la muerte de algunos es también una forma de celebrar la vida de otros.

Paso cebra

Recién la semana pasada, “La sociedad de la nieve” del director español Juan Antonio Bayona, se alzó con diez premios Goya, entre ellos el de Mejor Director y Mejor Película, lo que parece indicar que también podría ser acreedora al Oscar a Mejor Película Internacional. Por cierto, “La sociedad…” está basada en un libro del mismo nombre escrito por el también periodista y guionista uruguayo Pablo Vierci, quien además de ser un reconocido escritor en su país natal, era amigo de la infancia de los miembros del “Old Christians Club”, lo que le permitió erigir a través de varias entrevistas esa visión más humana, menos épica de los sobrevivientes de lo Andes.

viernes, 9 de febrero de 2024

Mientras la música hable: Bela Fleck y Chucho Cuevas


Mantengo un sentimiento dual con las plataformas para escuchar música; el streaming, pues. Por un lado, el más oscuro de mi ser, las detesto; me han quitado el placer de sostener un disco entre las manos, otrora los elepés y casetes, no tan lejanos en el tiempo los cedes, la euforia de abrir el booklet y conocer los bastidores de la producción: lugar, fecha, cómplices, ejecutantes, a veces letras, al fin y al cabo las entrañas de esa música que me atraía. Por otro lado, las plataformas me complacen porque me permiten encontrar rarezas, peculiaridades musicales, autores e interpretes ya conocidos y, sobre todo y por fortuna, desconocidos para mí.

Este fabuloso accidente melómano me ocurrió en agosto pasado cuando escuché por primera vez “As we speak”, lo más nuevo del banjero norteamericano Bela Fleck. Se trata de un álbum realizado con un racimo de músicos virtuosos: el contrabajista Edgar Mayer, el famoso tablero hindú Zakir Hussain (ambos músicos con los que había grabado un álbum previo en 1998) y el flautista Rakesh Chaurasia, también de la India y que participa de manera especial en este trabajo.

La forma en que fluyen las doce pistas del disco recuerdan las primeras incursiones de Bela Fleck en la industria del disco. La frescura con que los temas están estructurados me recuerda a uno de sus primeros discos “Left of cool” (uno de mis discos de jazz preferidos), permitiendo una especie de danza sonora donde el contrabajo, la tabla y la flauta entretejen sus tesituras en un orden espléndido. Por momentos, mientras las sensaciones se agolpan en la epidermis gracias al virtuosismo de estos músicos, siento el banjo de Bela con la misma energía con que enarboló sus temas más conocidos en el pasado, particularmente “Big country” (una oda a la grandeza de la música sureña de los Estados Unidos); esa elocuencia con que el banjo se encabalga trasa una vereda donde el resto de los instrumentos, sobre todo la flauta de Chaurasia transforman el ambiente en una multiplicidad de texturas musicales difíciles de ignorar aún por el más distraído escucha. Se intercalan los estilos personales, el origen cultural de cada integrante, pero sobre todo, se amalgaman las visiones sonoras que cada uno de los integrantes de este álbum, tienen sobre lo que es y debe ser la música. Quien lo escuche se puede preguntar ¿esto es jazz?, ¿es esto música del mundo?, ¿o sólo música instrumental? Es música, así de simple y con todas sus letras.

El disco resulta, valga la redundancia, redondo, como los discos de Miles Davis, que mantenían un mismo “mood” desde el primer minuto hasta el último. Así es “As we speak”, por cierto, que mejor nombre que ese “Mientras hablamos”, pues el resultado es aquello que ocurrió mientras este cuarteto de instrumentistas dialogaron sin abrir la boca frente a un micrófono.

¿Pero por qué hablo de este disco en particular? Pues porque este diálogo intercultural ganó el lunes pasado dos premios Grammy: Mejor Álbum Instrumental Contemporáneo y, una de los temas que contiene “Pashto” se alzó como Mejor Interpretación de Música Global. 

Al terminar de escuchar esta grabación vienen a mi mente, irremediablemente, a mi mente un álbum que podría ser considerado su precursor “La noche en Comitán” del Eblen Macari Trio y donde participa, haciendo gala de su polifacético talento como multiinstrumentista Jesús Yusuf Isa Cuevas uno de los músicos más completos que tenemos en Hidalgo y en todo México.

El disco de Bela no le pide nada al disco donde toca Chucho, por el contrario, vistos a la distancia y a través de los 23 años que separan una grabación de otra, sería un gran experimento sensorial escucharlo uno atrás del otro, sin importar el orden (ambos son unos discazos), pero con la clara intención de disfrutar de algo único en la música del siglo XXI.

Paso cebra

Los Grammy`s también dejaron un resabio agridulce para la música en español; primero la noticia agradable: la talentosísima Natalia Lafourcade y su “Todas las flores” ganó como Mejor Álbum de Rock Latino (en un extraño empate con Juanes); la noticia amarga es que el mozalbete que se hace llamar como categoría de box “Peso pluma” fue reconocido como Mejor Álbum de Música Regional Mexicana. ¿Las odas a la violencia del narcotráfico son ahora los emblemas musicales que nos identifican? Bien nombrado el disco en cuestión, es el ”génesis” de la decadencia de la personalidad musical de nuestro país. Qué pena.

viernes, 26 de enero de 2024

El resplandecer de lo humano según Jon Fosse

Mi recuerdo más lejano es despertar en medio de la oscuridad, la sala de la casa de mis padres, con el televisor encendido, refulgente combatiendo con la oscuridad. Mi madre no estaba, había salido a comprar leche apostando porque el crío no despertaría, pero la larva obscena que era yo a los dos o tres años decidió aparecer en aquella tarde casi noche con un llanto de desolación. Sin embargo, no recuerdo haber sentido miedo, sino más bien algó más parecido a la soledad, una que no era del todo desagradable. Casi enseguida mi madre giró la llave e iluminó la estancia sin encender el interruptor. Mi recuerdo termina ahí, pero prevalece en mi memoria la luz de la pantalla de bulbos iluminando espasmódicamente los rincones de la casa que la oscuridad le cedía. Ante mí, sin entenderlo hasta muchos, muchos, años después, se presentó en aquella escena la dualidad del espíritu humano, el debate perpetuo, la predilección o resistencia que tenemos ante la luz, ante la oscuridad.

De esa recóndita esencia del espíritu humano trata “Blancura” la nueva novela del escritor noruego Jon Fosse (N. en 1959), galardonado con el Nobel de Literatura en 2023. Precisamente este libro apareció el año pasado en Noruega y por una suerte de cálculo editorial la tenemos desde diciembre pasado en español.


La historia inicia cuando un hombre maneja su auto sin un rumbo fijo, sin un destino aparente. El conductor gira a la derecha en esta calle a condición de que en la siguiente lo hará a la izquierda, en una concatenación mecánica que lo lleva a adentrarse en un camino boscoso que está cerrado por la nieve. Ahí, en ese destino al que su aparente indecisión le ha llevado tiene que tomar una serie de acciones para poder salir de ahí y para, aún sin saberlo, salvar la vida.

Nuestro protagonista, como un Robinson Crusoe condenado a naufragar en el bosque que se yergue ante él, va debatiéndose en decisiones que por más ilógicas que parezcan van trazando la ruta de sucesos que lo llevaran a adentrarse en la penumbra del bosque que lo reclama como propio. Mientras la tarde avanza y se transforma en noche, entre los árboles, ante el hombre perdido se aparece una luz, un ente mejor dicho, brillante, más blanca que la nieve, “resplandeciente en su blancura” que le provocará sensaciones que el autor utiliza como combustible para hablar del miedo, la memoria, los lazos familiares, el alma, la trascendencia, pero sobre todo de la esperanza.

Aunque breve (menos de noventa páginas) la novela es profundamente reflexiva en situaciones que podría parecer anodinas, pero que están cargadas de significados. Página tras páginas la atmósfera se va volviendo cada vez más intrigante y llega un momento que el lector cae en el mismo hipnotismo que envuelve al protagonista. 

La Academia Sueca dijo al anunciar el premio que «La obra de Fosse es un enigma que da vida y esperanza a quien la lee. Ilumina el alma humana como sólo lo hacen los elegidos». Fosse publicó su primer libro en 1983 y a lo largo de una prolífica carrera ha sido comparado con Beckett e Ibsen, dos de los autores europeos que mejor exploraron la condición humana en el siglo XX; Fosse ha llevando la auscultación de la soledad y la desesperanza del hombre moderno a linderos que trastocan las fibras primigenias de nuestra humanidad.

Hacía el final de la novela, el protagonista reflexiona “Todo lo que se percibe, pues, de alguna manera tiene que ser real, sí, de alguna manera tiene que entenderse”. La verdadera cuestión es ¿cómo nos percibimos los seres humanos en este siglo que se desboca hacía su primer cuarto?, ¿sí lo descubrimos, o si ya lo sabemos, podremos entenderlo?

Paso cebra
Otra obra del nuevo Nobel Noruego que se puede encontrar ya en español es su novela más famosa, “Melancolía”, y este año aparecerán “Ales junto a la hoguera” y “Escenas de una infancia”; para quien le interese leer a este autor. Hasta la próxima semana.

viernes, 19 de enero de 2024

El día que José Agustín se equivocó de dedicatoria

Murió José Agustín. Él mismo ya lo había vaticinado en un lacónico mensaje transmitido por sus hijos a la opinión pública a principios de enero. Huelga decir lo que seguramente, estimado lector, ha visto repetidamente en los últimos dos días; principal exponente de la literatura de la onda, prolífico creador, de trato afable y el contertulio que todos quisiéramos tener para charlar de literatura, rock y mil cosas más. 

Lo cierto es que José Agustín nos mostró, casi a todas las generaciones que le precedieron, que la literatura podría ser desenfadada e hilarante; que en ella los jóvenes podíamos escuchar nuestra habla coloquial y nuestras “palabrotas”, que con los libros podíamos dialogar sobes nuestras pasiones adolescentes y que el rock era la banda sonora perfecta para las historias que nos contaba como si fuera nuestro cuate y acabara de darle un trago a la caguama que compartíamos en un corro. Pero más allá de eso, a cada uno de sus lectores nos dejó una marca particular, estableciendo una experiencia autor-lector personal, indeleble y duradera. La mía con él, trascendió la literatura.

Durante dos mil tres y dos mil cuatro, el otrora Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo, programó una sería de presentaciones, lecturas y conferencias con destacados escritores, sobre todo mexicanos. Fue así que, por ejemplo, Xavier Velasco pisó suelo pachuqueño con la gira de promoción de su novela ganadora del Alfaguara, “Diablo guardián”; entre muchos otros atores que ahora no viene al caso mencionar. A todas aquellas actividades tuve la oportunidad de asistir como reportero del canal local con el fin de entrevistar a cada uno de los protagonistas. Sobra decir que para mí aquello fue un gozo, en particular, el día que le tocó a José Agustín.

La charla se desarrolló con todo protocolo. El público abarrotó la sala (el Teatro Guillermo Romo de Vivar, para ser exactos) dada la trascendencia del invitado, el cual salió a escena sentado tras una mesa con paño rojo y un micrófono a través del cual nos hizo llegar su opinión sobre la literatura, su pasión por la música, (clásica además de jazz y rock), algunos detonantes de sus libros y destellos de su proceso creativo. Las carcajadas que nos provocó durante un poco más de una hora lograron que todos los presentes saliéramos de la sala con notoria algarabía. 

Como solía ocurrir, el invitado se adentraba en las bambalinas del teatro para salir por una puerta lateral a la galería adjunta, donde firmaba libros y se tomaba fotos con los lectores ahí arremolinados. En ese lapso, yo debía encontrar un rincón bien iluminado para atajar el paso del escritor en turno y darle tiempo a mi camarógrafo para que registrara una serie de preguntas que duraban no más de trece minutos; al terminar, la noche discurría entre risas, flashes y dedicatorias a puño y letra. 

Sin embargo, con José Agustín, esos trece minutos de interrogatorio periodístico no fueron suficientes. Como si no acabara de mostrarnos un extenso catálogo de anécdotas durante su “plática”, fue descosiéndose frente a mi micrófono con otras más, igual de cautivantes y divertidas, lo que provocó que pasado un rato más, los organizadores me hicieran señas para que ya “dejara de molestar al Maestro” y le permitiera firmar los libros de aquellos que ya formaban una larga fila que salía del recinto y que comenzaba al pie de una mesita, ahora de paño azul y sin micrófono, para que estampara “la poderosa”.

La entrevista se terminó abruptamente, pero la charla entre José Agustín y yo, no. Siguió dirigiéndose a mí en una charla de amigos a la que sólo le faltaban un par de cervezas para ser rubricada. Lo acompañé los cuatro o cinco pasos que nos separaban de la mesa de firmas y al ver que yo también cargaba bajo el brazo el ejemplar de una de sus novelas me dijo “Trae pa´cá, que te lo firmo de una vez”.

Se trataba de “Inventando que sueño”, una de sus novelas más experimentales y mejor logradas, cuya lectura disfruté enormemente en mis años preparatorianos. Mientras sacaba del bolsillo de su camisa un bolígrafo, me di cuenta de que el primero de la fila de asiduos lectores (detesto la palabra “admiradores”) era mi amigo Agustín Arteaga (ahora conocido como Whisky Arteaga en las redes sociales), un joven lector efervescente a quien había conocido no hacía mucho y que era hijo de una querida compañera de trabajo durante mi breve paso laboral por las oficinas culturales. La efusividad de nuestro saludo provocó que José Agustín incluyera con naturalidad en nuestra charla a su “medio tocayo”. 

Durante algunos minutos más, mientras José Agustín, sostenía abierta la portada de mi ejemplar sin aún escribir nada, seguimos hablando y riéndonos, ahora los tres. En algún momento, al darme cuenta de que la impaciencia del rededor aumentaba, hice un gesto para que al fin este escritor, que resulto ser un “cuate a todo dar”, pudiera dedicarme su novela. Así lo hizo, después de poner mi nombre, con una abigarrada y apretada caligrafía. 

Pero la charla no menguaba, cerró el libro y me lo entregó sin apenas darse cuenta mientras seguía hablando y riendo. De igual manera, como quien mira de lejos un suceso, recibió los dos o tres ejemplares que Whisky le extendió. Los puso sobre la mesa, tomo el primero de ellos, abatió la portada y mientras que nos miraba, seguía hablando y riéndose, miraba la página destinada para la dedicatoria, nos miraba de nuevo, reía, no paraba de hablar, hasta que de pronto hizo una pausa y se inclinó sobre la siguiente dedicatoria. Whisky lo sacó de su marasmo, con una expresión que parecía un balde de agua fría. “No soy Abraham. Me llamo Agustín”. El “Jefe de La onda” nos miró con escepticismo, releyó lo que había escrito y mientras un “Ay güey, me equivoqué” salía de su boca, garabateaba sobre la página uno el nombre equivocado. 

Aprovechando el pequeño alboroto que provocó la pifia, aproveché para despedirme de él- José Agustín, tras completar la dedicatoria tachoneada, se levantó para corresponder el abrazo que le di como despedida, pero también como agradecimiento, tanto por lo ocurrido en aquella tarde-noche, como por lo que hizo conmigo como lector. Ahora, cuando miro la página tres de mi ejemplar de “Inventando que sueño”, pienso que Whisky tiene un ejemplar similar, con una enmendadura de la mismísima pluma de José Agustín.



viernes, 12 de enero de 2024

Las entrañas del Boom en un epistolario


Si algo nos ha arrebatado la inmediatez digital es el espíritu epistolar. No, estimado lector. No es lo mismo escribir correos electrónicos o mensajes de whatsapp, menos aún publicaciones de facebook, instagram o twitter, por más bien escritos y elocuentes que resulten. Nada de estos nuevos atajos por las rutas del internet pueden compararse con la costumbre de escribir una carta hecha y derecha, ya fuera de puño y letra o mecanografiada (impresa pues, después de teclearla en una Olivetti Lettera o ya en todo caso en la laptop), firmarla, meterla en un sobre, escribir al frente los datos del destinatario, en una esquina o el anverso los del remitente, llevarla a la oficina postal, comprar y posteriormente pegar los timbres después de lamerlos por la cara de pegatina para finalmente arrojarla por la rendija del buzón como una botella al mar. Ahí empiezan, parafraseando a Aronoldo Kraus, “las dosis de enorme emoción, la cual aumentaba mientas se aguardaba la respuesta”. Si lo que dice el mismo Kraus es cierto; “Las cartas o recados en papel acercan; son vehículos irremplazables”; estamos entonces, ante un libro único en la literatura latinoamericana.

“Las cartas del Boom” recoge doscientas siete cartas intercambiadas por los cuatro autores más importantes de este movimiento literario: Julio Cortazar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. La escaramuza epistolar inició en 1955, teniendo sus años más copiosos entre 1962 y 1976, mostrando un decaimiento considerable hasta la última carta registrada en 2012.

¿Por qué elegir sólo estos cuatro autores sin contar a otros que, con igual talento, ejercieron sus quehaceres literarios con intensidad en esos mismos años? Los criterios, muy lógicos fueron cuatro, comentan los editores en las primeras páginas; que hayan escrito novelas “totalizantes”,  que forjaron una amistad sólida, yo diría aglutinante, entre los cuatro, que compartían una vocación política y por último, que sus obras tuvieron una difusión importante y un impacto social y artístico innegable. Además nadie puede poner en tela de juicio la importancia que este póker de literatos ha tenido en el ideario literario no sólo de los países de habla castellana, sino del mundo en general.

A lo largo de esta charla a cuatro bandas, aparecen una larga lista de autores que los convocantes consideraban sus iguales; Alejo Carpentier, Jorge Amado, Pablo Neruda, Juan Goytisolo, Octavio Paz y José Emilio Pacheco, por mencionar sólo media docena; dejando prueba fehaciente de que formaban parte de una gran máquina imaginativa que estaba cambiando la manera de contar, a través de los libros, la realidad que se acontecía en Hispanoamérica.

En este intercambio de ideas, trazadas sobre el tiempo como estelas que conservan su dirección y su forma, podemos apreciar varios aspectos de las personalidades de los cuatro autores. Por principio, queda clara la estima que se tuvieron, la cual, inició en todos los casos con una admiración sincera y un deseo de diálogo que sólo se forma cuando uno ha encontrado a una “alma gemela” (perdone usted la cursilería), prefiero llamarlo “un intelecto reflejo”. Después los “vasos comunicantes” en sus influencias literarias, compartiendo no solo sus deslumbramientos como lectores sino incluso sus fobias. Me resulta muy divertido la manera campechana que tenían Fuentes y García Márquez en las cartas que se dirigían entre ellos, cambiando el tono a cierta solemnidad cuando el colombiano comenzó a escribirle a Vargas Llosa o cuando Carlos se distendía casi hasta el ensayo compartiendo impresiones con Cortazar. Es precisamente Julio, quien fiel a su costumbre de escriba descomunal, se escurre lentamente como la espuma del mar sobre la playa, cuando expone sus ideas ante la manera en que la obra de sus compinches le impresiona.

Conocer el andamiaje de las personalidades mostradas en estas cartas por sus autores, completa no sólo la visión que se tiene de cada uno de ellos, sino que permite al lector más avezado de sus libros, mirar desde un punto de vista panóptico su legado literario; para el lector apneas entrenado en las novelas de cualquiera de los cuatro, es una oportunidad de adentrarse en el universo personal de las mentes que construyeron la novela latinoamericana en el siglo XX. Un libro que se disfruta como una inmersión en la forja de novelas como Cien Años de Soledad de García Márquez, La Ciudad y los Perros de Vargas Llosa, Rayuela de Cortazar o Terra Nostra de fuentes, por mencionar sólo algunas.

No está de más subrayar el arduo trabajo de quienes dieron forma a este libro: Carlos Aguirre, Gerald Martín, Javier Murguía y Augusto Wong Campos, quienes se apoyaron fundamentalmente en los Archivos de Carlos Fuentes (que guardó todas las cartas que recibió y copia de las que envío) y Mario Vargas Llosa (él sólo guardó las que recibió). Ambos escritores tuvieron desde muy temprano la idea de que estaban construyendo un mapa íntimo sobre lo que pasaba en las entrañas del Boom y que en su momento sería descubierto como una guía muy personal de sus avatares más recónditos. Ese momento es ahora.

“Las cartas del Boom” es uno de los mejores libros publicados el año pasado y desde ya un referente para aquellos que admiren a la cuarteta completa (o como “solistas literarios”), ya sea como llanos lectores o como investigadores de este movimiento, cultural y social, de la novela en América Latina.

Paso cebra

El gran José Agustín se ha despedido. Hasta la redacción de estas líneas su salud se reporta delicada. En días pasados escribió en un papel “Con esto ya mi trabajo aquí se va terminando”. Luego, pidió la presencia de un sacerdote amigo de la familia. Sus lectores fervientes, tenemos el corazón acongojado.

viernes, 5 de enero de 2024

Los libros que celebraremos en 2024

Cada año que inicia es una buena oportunidad para la celebración, no sólo de la propia existencia y el tiempo que frente a nosotros se extiende como un puente colgante sumido en la bruma que envuelve la otra ladera de la montaña que es la vida, sino también la memoria que ciclicamente vuelve a nosotros en forma de aniversarios.

Para este recien estrenado dos mil veinticuatro, los aniversarios de indole cultural y especificamente de orden bibliófilo resultan por demás interesantes. Empecemos por los libros que cumplen cien años de haberse publicado: 

La montaña mágica (Der Zauberberg) novela del alemán Tomas Mann, considerada su obra fundamental y una de las cumbres de la literatura universal. Narra la visita de Hans Castorp a un sanatorio de los Alpes a visitar a un familiar. Ahí, poco a poco y gracias a la grandilocuencia del lugar, Hans ira adentrandose en el paisaje hasta formar parte del sitio, lo que le permitirá hacer una disertación profunda sobre la condición humana. 

El Manifiesto del surrealismo (Manifeste du surréalisme) fue publicado orginalmente como una especie de prólogo al libro Poisson Soluble del propio Andre Breton en la revista Surréalisme, a inicios de octubre de 1924, sin embargo un par de semanas después, ambos textos aparecieron por separado dando pie al canón de uno de los movimientos artísticos más importantes del siglo XX.

En américa celebraremos el centanario de dos libros, el primero de ellos es La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera, considerada su obra maestra y una joya de la literatura regional del siglo pasado. Narra la travesía que emprenden Arturo Cova y Alicia; él, un boehmio que la ha convencido a ella de huir juntos al interior de la selva para evitar que Alicia se hundiera en el matimonio mal avenido con un terrateniente que los persigue. Dentro de la amazonía, la historia de la pareja es un pretexto para denunciar la violencia y la explotación que prevalecía al interior de la selva so pretexto de la fiebre del caucho ocurrida entre finales del siglo XIX y principios del XX. Esta novela, inicia con una de las frases más poderosas de la literatura escrita en español: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia.”

El segundo, es tal vez el poemario más famoso y leido de la lengua castellana, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, libro que Pablo Neruda publicó con tan solo diesinueve años y que marcó las líndes por las cuales navegaría su poesía, contundente y profunda; el erotismo, la libertad, la pasión y el desamparo. Un libro que contiene todo lo “moderno” que un poeta podía ser en ese momento convinandolo con una inocencia que de ya cultivaba en su interior la grandeza literaria de su autor.

Este año también se celebrarán los setenta y cinco años de la publicación de El Aleph de Jorge Luis Borgues y 1984 de George Orwell. El primero es la colección de cuentos más importante del autor argentino y del cual se conserva su manuscrito, lo que ha permitido desentrañar el interesante proceso de escritura del autor, la construcción de sus personajes y los “metaversos literarios” (para estar en la actualidad) por donde consideró llevar sus historias. El segundo es la distopia más importante de las escritas en la primera mitad del siglo XX. En ella, el autor británico nacido en la india, explora la presesncia totalitaria del Gran Hermano hasta en la intimidad más recondita de todos los seres humanos, en su momento se “leyó” en ella una crítica al stalinismo, resultando a la postre una descripción cabal de los regímenes totalitarios que proliferarían por el orbe en la segunda mitad del siglo.

Y por último, celebraremos medio siglo de la aparición de Carrie, la primera novela publicada por Stephen King. Narra la escalofriante historia de una joven atormentada que en plena adolescencia va transformandose en un ser de poderes paranormales con el único fin de vengarse de aquellos que le han dañado, sembrando el terror por toda la ciudad mientras lo hace. La atmosfera que el autor logra a lo largo del libro era apenas un atisbo de la maestría con que dominaría el género.

Durante el 2024 el mundo también estará celebrando los sesenta años de Mafalda, pero de eso hablaremos con amplitud en otra oportunidad.

Paso cebra

Aprovecho la reinauguración de este espacio para desear a usted, querido lector, un venturoso y bendecido 2024, compartiendo la ferviente esperanza de que cada día de este nuevo año traerá para usted y lo suyos, sólo lo mejor. Felicitaciones. Hasta la próxima semana. 

https://sintesis.com.mx/hidalgo/2024/01/04/transeunte-solitario-22/