Emiliano Páramo
Toda mi vida, de sus labios, está
suspendida. Esa divina mujer
con alas, parte a las cinco de
la mañana. ¿Quién pudiera detener el alba? Vino derecho
a mi pecho la terrible flecha.
Toda mi vida, de sus labios, está
suspendida...
Federico García Lorca
ILlegó hermosa, como siempre, con algo de fatiga en la mirada, pero con la misma sonrisa luminosa que siempre le colmara el rostro. Habían pasado casi dos años desde la última vez, pero él no había llevado la cuenta; después de todo, la ausencia es la misma en un día que en una cadena larga de meses tejidos en el medio de mucha distancia entre dos que alguna vez se quisieron.
Esta vez ella ya no hubiera podido llegar sola a la casa de él; en este tiempo había olvidado la dirección, entre muchas otras cosas. Así que paró en un viejo hotel del centro de la ciudad, por donde nunca pasaron juntos, ni siquiera en las pocas caminatas que alguna vez tuvieron en esas calles con nombres de héroes que pertenecían a una historia donde nada se contaba de los dos.
Se miraron los ojos apenas unos segundos. Él había guardado un beso para darle en los labios el día del reencuentro, pero ella giró la cabeza, dejando que el beso se posara apenas en su mejilla blanquísima, confirmando que la gentileza de su piel había terminado de golpe entre los dos. A pesar de eso, la sonrisa de ella estaba ahí, y duró lo que duró su paso por la ciudad.
El abrazo fue largo y cortés, como el que se dan un hombre y una mujer que sólo son amigos. Cenaron la peor de las sopas en una fonda junto a la plaza. Después de eso, los dos se fueron a dormir en camas separadas, como la mayor parte de esta brevísima historia de apenas unos años marcados por la distancia.
Él no dijo nada. No preguntó el porqué, ni supo qué decir, mientras pasaba la última cena que comerían juntos, separados por la mesa, apenas, pero separados. Unos días después ella se fue de la ciudad, para volver a casa e instalarse más allá de donde alcanzan los ojos miopes con que él intenta adivinarla entre la multitud que camina las calles de Juárez, Madero y la plancha desolada del zócalo, donde una vez los dos miraron a México encenderse, mientras lloraban hacia adentro, jadeíta y agua tibia con sal venida de Guerrero Negro.
Nunca miraron juntos el mar. Oaxaca y el Caribe se quedarán pendientes para siempre, y no subirán juntos la pirámide de los nichos, para mirar cómo amanece en esta tierra, donde hoy hace frío y el corazón se escuece, sin que haya palabras que provoquen levantar razones para la esperanza…
II
Hace unos minutos pasé por donde, hasta hace unos días, viviste. Quise tocar a la puerta por si algo de ti había quedado entre los muros de esa casa suicida; pero ahora nadie habría contestado en ese lugar de focos apagados, donde antes floreció la aurora. Ojalá hubieras estado aun, y en tu mesa humearan té de cedrón y caldito de pollo, para salvar esta noche sola en que crecen escorpiones y lagartos a las orillas de mi cama.
Qué sola se ha quedado esta calle desde que te fuiste. Los perros han dejado de jugar con el paso de las bicicletas, porque ya no te reconocen en la algazara que se levanta entre el frío de la ciudad y la luz de tus ojos buenos.
Un día feroz, vendrán con un xoloscuitle en la mano, a tocar a mi puerta, y la calle tendrá gusto a nardos frescos y café, pero ya no podré sentarme a beber contigo, ni a escucharte leer, mientras Roque Dalton se fuma la esperanza arrodillada que convalece por debajo de mi pecho. Un día en mi casa tampoco habrá quién responda a tu llamado, pero reconocerás desde las ventanas, cientos de palabras regadas como espejos, en esta ratonera donde alguna vez dijiste que ibas a sembrar un huerto para que nunca nos faltara sopa.
Me seguirás haciendo falta, y no van a bastar tus canciones para encenderle películas a las paredes descascaradas de esta casa que, una noche, habrá de derrumbarse sobre las ruinas del horizonte...
P.D.
Hoy, que todo eso ya ha pasado, desde los suburbios fríos de Pachuca, miro agradecido como se pone el sol, mientras la esperanza tiene rostro de mujer y labios que brillan como la primera estrella del atardecer; sé que mañana amanecerá temprano, y habrá un día hermoso con olivas frescas y aire venido desde mi valle de mezquites.
Jamädi…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario