viernes, 25 de septiembre de 2020

La cultura, accidental

Al inicio del sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador, la esperanza de un cambio en el planteamiento de las políticas públicas dirigidas a sectores que por tradición habían sido soslayadas (en el mejor de los casos) como la ciencia, el deporte y la cultura prevalecía como un rayo de luz en el medio de la noche. Pronto, muy pronto esa luminaria se apagó y vimos la cancelación de programas, fideicomisos, etc. Sin embargo, la comunidad cultural no se agüitó y seguimos pugnando por mejores condiciones para el desarrollo del arte y la cultura. La pandemia que ha asolado al mundo a lo largo de este año empeoró las condiciones de creadores y artistas que se quedaron prácticamente sin la posibilidad de “ofertar” su arte. Esto provocó que se encontraran nuevos mecanismos digitales que aún se están explorando y que, aunque no generan los mismos ingresos que la taquilla física de un espectáculo, sí han paleado un poco la crisis del sector cultural.

En esta debatir diario por reactivar la cultura, las declaraciones del presidente en su mañanera del miércoles no nos sorprenden, a pesar de que en estricto sentido son como un balde de agua fría en una madrugada de enero. Palabras más, palabras menos, el mandatario dijo que “contrario a la percepción que existe, su gobierno sí está apoyando a la cultura del país a través de becas para los hijos de familias de escasos recursos”, pero no se detuvo allí, continuó (lea usted detenidamente) "lo demás es accesorio". Le decía, es un balde de agua fría, sin embargo, ya no nos caló como debía.

Para escribir esta columna busqué en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua la palabra “Accesorio”: “Que dependen de lo principal o se le une por accidente”; sus sinónimos son lapidarios: “accidental”, “secundario”, “suplementario”.

El dicho del presidente es una muestra más de su desprecio por la cultura y su desarrollo. No sólo por las expresiones culturales desde el folclor, las que se forjan en la calle, en las salas de conciertos, en las bibliotecas, los teatros las que son resultado del estudio y la academia; a las expresiones que conforman una de las muchas riquezas que tiene México: su diversidad cultural.

De manera “accidental” este país ha tenido grandes músicos, directoras de orquesta que conducen en el extranjero sin despeinarse, actores que conquistan tablados y pantallas, bailarines que dan bofetón con guante blanco a los del Bolshoi, escritores que producen una literatura digna de leerse, de traducirse y de premiarse en el mundo (ahí de pasada hasta un Nobel), etc. Una lista prácticamente interminable de sucesos que posicionan a México como uno de los países de habla hispana con mayor desarrollo cultural a pesar de las políticas federales para impulsarlo.

El dicho en sí es un oprobio, pero lo más preocupante radica en que quien dirige los destinos públicos de la cultura crea que por dar becas a estudiantes (de escasos recursos o no) la cultura se apoya. Se supondría que, en el mejor de los casos, el destino de esos recursos estudiantiles va dirigido a subsanar las necesidades de los jóvenes frente a sus retos escolares: materiales, transporte, hospedajes, fotocopias, internet, etc.; no para pagar entradas al museo, al teatro, a la danza, comprar libros o descargar discos de jazz. ¡Qué bueno sería que les alcanzara para todo eso! Que el ingreso per cápita o “per beca” diera para que la juventud se convirtiera en consumidor de cultura, de verdadera cultura, completando un circulo que desde siempre se ha querido cerrar entre los creadores y la creación de público.

Pero no es así. La entrega de becas, por más universal que sea, no es una forma de apoyar la cultura, en ninguna circunstancia. No mezclemos la gimnasia con la magnesia. Sí el presupuesto no alcanza, como nunca ha alcanzado en ningún sexenio que se recuerde, para el sector cultural, deberían proponerse políticas públicas que incentivaran el consumo de arte, incentivos para creadores (becas pues, como las que desaparecieron), fideicomisos (como esos que también cancelaron), incubadoras de empresas creativas que permitan que el sector, vapuleado por todos los flancos, tenga un respiro.

Pero no. No será en este sexenio.

sábado, 5 de septiembre de 2020

Oráculo cáustico

Foto: Iniciátika - Blooger


Los libros acompañan la vida. Son reflejo, uno de la otra y viceversa. Son detonante y en ocasiones fragua de la realidad. Los libros ayudan a entender, acomodar, reflexionar sobre los sucesos que nos determinan y en ocasiones son los propios libros los que determinan la vida y le dan rumbo. En la historia bibliográfica de Hidalgo he ocurrido un suceso probablemente irrepetible que, durante esta semana, ha tomado tintes délficos.

Hace dieciséis años la escena política y literaria se cimbró con la parición de La Sosa nostra, porrismo y gobierno coludidos en Hidalgo, del combatiente escritor y periodista Alfredo Rivera Flores. En él, Alfredo hacia un recuento puntual y panorámico de las tropelías cometidas por quien hasta el lunes pasado fuera líder del conocido Grupo Universidad ⸺conjunto de funcionarios emanados de la máxima casa de estudios de la entidad y que a la postre cooptaron al Movimiento de Regeneración Nacional ampliando su territorio político al congreso local y, teniendo como fin último, estorbar el actuar del gobierno estatal como un “verdadero” grupo de choque político.

El libro en cuestión era resultado de una exhaustiva investigación del periodista que fue conjuntando las voces de aquellos que habían sido testigos (el mismo, por ejemplo) de los abusos y delitos de quienes, en lejanos años ya, manejaban la Federación de Estudiantes Universitarios, para después documentarlos e hilarlos en un cúmulo de las historias más oscuras de la historia hidalguense. Golpizas, secuestros, violaciones, destrucción de inmuebles públicos y una larga lista de desmanes que flotaban en la memoria y se resguardaban en el silencio de toda una generación que los presenció desde la impotencia, o en algunos casos, desde la complicidad.

A los pocos meses de la aparición del libro, el personaje aludido en titulo y portada, demandó al autor, al prologuista (el gran Granados Chapa) y al artista diseñador de la portada (Enrique Garnica) por daño moral, pretendiendo la ridícula cantidad de 16 millones de pesos para su compensación. Al paso de los años, Granados Chapa y Garnica fueron Absueltos y el acoso recayó en Rivera Flores. El juicio, convertido en el alegato judicial más largo interpuesto contra un periodista en la historia de nuestro país, tuvo una resolución a principios de este año, cuando la pandemia comenzaba a asolar los cinco continentes. ¿La resolución? Una indemnización reducida a un poco más de setecientos mil pesos que Alfredo tuvo que pagar a un hombre acusado de malversar, al menos, más de cincuenta y ocho millones de pesos.

Sin embargo, al tamiz de la detención de Gerardo en la Ciudad de México, La Sosa nostra… ha tomado relevancia y ha reafirmado su carácter de libro de culto, leyenda que comenzó cuando a raíz de la demanda, prácticamente dejó de circular. Pero, además, se establece como uno de los mayores atentados contra la libertad de expresión en nuestro estado (por donde se le mire), llenando de vergüenza al sistema judicial de nuestro país dado rumbo que tomó y las consecuencias de las acciones del personaje “dañado”.

El libro, ya prácticamente imposible de conseguir en papel, ha comenzado a circular en formato pe-de-efe por los servicios de mensajería e incluso las redes sociales. El impulso establece también un nuevo referente en la vida bibliográfica hidalguense, pues lo convierte en el único libro que ha tenido una segunda edición digital, de creación espontánea (con tintes piratescos) y que ha despertado nuevamente el interés de propios y extraños ⸺ahora también de las nuevas generaciones⸺, en una práctica poco generalizada en la vida pública, la memoria; la preservación de las historias recientes como señales en un mapa que nos permita, si eso fuera posible, predecir el futuro de los acontecimientos.

Por lo pronto, el libro de Alfredo ha remontado el interés y es un buen momento para echarle una lectura o relectura, que nos permita apuntalar o reedificar nuestra mirada crítica de la realidad.