Tuve conciencia de la muerte por primera vez a los seis años. Mi Tata, mi abuelo materno, murió de cirrosis. Nunca vi su cadáver, apenas un día antes del deceso lo visité en el hospital. Al volver del cementerio mi madre me explicó lo que significaba el hecho de que su padre hubiera muerto. No lo volvería a ver. Sin embargo, su recuerdo ha perdurado muy dentro de mí como un discreto pero permanente impulso. Tuve conciencia de la muerte por última vez hace año y medio cuando falleció mi padre. Estas no han sido las únicas dos muertes de la familia, pero la sensación que me provocaron ambas fue muy similar. Sin las sensiblerías de dedicar todos los actos a la memoria de los que se han ido, sí descubro una cierta inspiración en aprovechar el andamiaje de vida que nuestros seres queridos fallecidos, nos han dejado. Es en ese amor, enseñanza, ejemplo o herencia emotiva, donde cogemos propulsión para continuar.
Esa es la reflexión que a mi parecer nos deja el filme “La sociedad de la nieve”. La nueva versión de una de las historias de supervivencia más conocidas del mundo. En mi infancia tardía y mi juventud temprana, estuve obsesionado con tres sucesos que marcaron esa época: la explosión del Challenger, el accidente nuclear en Chernobil y los Sobrevivientes de los Andes.
Al ser una historia conocida, con mayor o menor detalle, por casi todo el mundo, la película la aborda desde la narrativa de Numa Turcatti, una de las veintinueve personas que murieron por causa del choque y durante los días posteriores antes de ser rescatados. Numa, no era parte del equipo de rugby, pero era amigo de uno de los miembros quienes los instaron a aprovechar alguno de los asientos que estaban disponibles y así poder acompañarlos a Santiago de Chile, verlos jugar y pasar el tiempo libre paseando y conociendo chicas. Ese relativo “fuera de lugar” envuelve pro principio al personaje en un halo de tragedia. Sin embargo, pronto la resignación ante la dura realidad que enfrentan hace que todos los sobrevivientes al impacto del avión en la montaña se consoliden como una sociedad donde por principio de cuentas nadie debería quejarse y todos deberían colaborar de una u otra forma para mantenerse con vida en lo que el rescate llegaba. En esta cofradía de la desgracia se pertenecen todos y cada uno, sin importar si eran compañeros, amigos o familiares, son desde ese momento figurantes de un destino común que hay que moldear para sobrevivir.
Antes de este filme, se realizaron dos películas más sobre la hist0ra de los sobrevivientes; una mexicana, muy mala y; la versión hollywoodense que enarbolo la hasaña como un hecho heroico indiscutible e imperecedero para ejemplificar la fortaleza del espíritu humano en situaciones límite. Sin embargo, el lado realmente humano de la tragedia se había ido construyendo poco a poco a través de docenas de documentales, programas especiales y entrevistas de los dieciséis sobrevivientes. El filme de Bayona cambia el punto de vista a partir de la premisa más cruda, sin los que murieron (a lo largo de los días) los que vivieron no hubieran podido salir de ahí. Ajustar el foco en Turcatti y no en Nando Parrado y Roberto Canesa (los dos expedicionarios que logran encontrar ayuda tras cruzar la cordillera), destaca los dilemas que todos y cada uno de ellos enfrentaron; por un lado decidir comer de los cuerpos de los amigos fallecidos, la implicación de tener su permiso para hacerlo, el hecho mismo de consumir músculos, órganos, etc. para mantener las fuerzas y el hecho mismo de la muerte como fin último de amor para que los que continuaran viviendo pudieran alimentarse. Es ahí donde el personaje de Numa es la vuelta de tuerca para construir un filme extraordinario y con un mensaje desgarrador, pero real: la muerte de algunos es también una forma de celebrar la vida de otros.
Paso cebra
Recién la semana pasada, “La sociedad de la nieve” del director español Juan Antonio Bayona, se alzó con diez premios Goya, entre ellos el de Mejor Director y Mejor Película, lo que parece indicar que también podría ser acreedora al Oscar a Mejor Película Internacional. Por cierto, “La sociedad…” está basada en un libro del mismo nombre escrito por el también periodista y guionista uruguayo Pablo Vierci, quien además de ser un reconocido escritor en su país natal, era amigo de la infancia de los miembros del “Old Christians Club”, lo que le permitió erigir a través de varias entrevistas esa visión más humana, menos épica de los sobrevivientes de lo Andes.
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