Foto: UAEH
Conserva el recuerdo muy claro. Su madre era la maestra del primer grado. Él, de una edad similar a los niños reunidos en el salón, la acompañó porque no tenía con quien encargarlo mientras daba su clase. Mario, tomo asiento en alguna de los pupitres disponibles y guardó silencio. Su madre, la maestra, escribió una frase en el pizarrón y pidió de entre los pupilos un voluntario que pudiera leerla de corrido. Las niñas se miraron entre sí, los niños escondieron la mirada en el cuaderno frente a ellos. Nadie. La maestra insistió, no sin el asomo de un desencanto en su voz. Nuevamente nadie. Mario levantó la mano cautelosamente y ante la ausencia de un voluntario perteneciente a la clase regular, su madre le permitió participar. Él se levantó y muy derechito leyó de cabo a rabo la frase; sujeto, verbo y predicado encadenados en un solo respiro. La maestra amaba a su hijo más que a nada en el mundo y lo conocía perfectamente, aun así se sorprendió y comprendió entonces que Mario atesoraba en su interior un interés especial por las letras, por la literatura.
A partir de ese momento Mario se entregó cuan infante a leer literatura fantástica, a disfrutarla, a vivirla y a trazar una senda interior que algunos años después lo llevaría a convertirse en escritor y a cambiar su nombre por el de Gonzálo Martré.
Martré nació en Meztitlan y repartió su infancia y juventud en varios municipios de Hidalgo donde su madre se mudaba para atender su trabajo docente. Tula y Pachuca son apenas dos sitios de una lista larga. Se exilió en la capital del país con el propósito de continuar los estudios profesionales y ahí se topó, de frente, con el inexorable destino de la palabra escrita en el año de 1967. Comenzó entonces una larga carrera que lo llevaría del cuento a la novela, al periodismo, a la sátira, al ensayo, a escribir de política, para niños, a ser argumentista y convertirse hoy en día, no sólo en uno de los autores mexicanos más prolíficos de nuestra literatura, sino también en el decano de los escritores nacidos en Hidalgo.
Gonzálo Martré visitó la ciudad de Pachuca hace exactamente una semana, el viernes 16 de febrero de 2024, porque tenía ganas de celebrar en la capital de su tierra su cumpleaños noventa y cinco. En principio quería sólo una reunión petit comité con veinte o treinta personas en algún reciento disponible de la UAEH. Por fortuna, la Universidad decidió organizarle un evento más grande, con lleno total en la Sala J- Pilar Licona del edificio de Abasolo y aprovechó la presencia del Rector para entregarle un reconocimiento, merecido y pertinente, por su prolijo dispendio literario de más de cincuenta años.
Quienes tuvimos la oportunidad de acompañarlo en este evento disfrutamos cómo siempre de su ingenio y socarronería. Nos embelesamos de sus anécdotas que lo mismo incluyeron su origen en los hermosos lares de Meztitlán, que sus tardes de cantina con colegas donde se erigían proyectos editoriales que le permitieron reconocimiento y, en ocasiones, ser arrastrado por la fama internacional de algunos proyectos; como aquel donde se le ocurrió convertir a Julio Cortazar en un personaje de la historieta de Fantomás donde participaba como argumentista. Aquel episodio impreso se llamó “La inteligencia en llamas” y en la historia, Fantomas se comunicaba telefónicamente con sobresalientes intelectuales del momento, con quienes además se tuteaba como Cortazar (y también Susan Sontang). La historieta llegó a París y terminó en las manos del autor de Rayuela que se sorprendió al verse convertido en un personaje de historieta sin haberle pedido permiso, así que aprvechó y utilizó el mismo soporte narrativo, la historieta, como un nuevo canal para comunicar parte de su obra, haciendo su propia versión en un folletín de Fantomas. Por supuesto esto acaparó la atención de todo el mundo “arrastrando” a Martré en esta fama.
Fresco, ocurrente, nos habló de los nuevos proyectos que lo tienen ocupado; un manojo de cinco libros que pronto espera terminar, “Si le da tiempo”, bromea. No sin dificultad, devido a los problemas de sus cuerdas vocales Martré estuvo charlando con sus lectoras por casi una hora, coronando el evento con la entrega del reconocimiento de manos del rector Octavio Castillo Acosta.
Paso cebra
Un gran acierto de los organizadores y del propio homenajeado, fue la generosidad de obsequiar libros a los presentes para que el autor los firmara. Hacer esto es atar el último cabo de una charla con un escritor; en ocasiones, como la que ahora nos ocupa, es una delicia escuchar, pero poder leerlo después se transforma en ese acto de íntima complicidad entre el autor y el lector, lo que al fin de cuentas tiene que ser la literatura.
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