Nunca puedo evitarlo, siempre que me invitan a
comentar un libro termino hablando de mi pasión por la lectura. No implica que
me escabulla de la lectura y análisis del libro a comentar, por el contrario,
lo hago siempre con mucho interés y entusiasmo de compartir mis
“descubrimientos” dentro del texto. Quiero decir que a pesar de ello, o
precisamente por ese disfrute, es por lo que siempre termino hablando de mi
pasión por la lectura.
Siempre he creído que el libro es el mejor
invento de la humanidad y que, al paso de los año, se ha convertido en un
sobreviviente.
Pensemos que, cuando Gutenberg democratizó la
lectura, el libro se transformó en el eje fundamental de la transmisión de las
ideas, ya fueron doctrinales o simplemente para el gozo. Ese lugar privilegiado
duró varios siglos hasta la aparición del fonógrafo, cuando la posibilidad de
registrar y almacenar sonidos se convirtió en un novedosa manera de
entretenerse. La eventual aparición de la radio transformó la cartografía de
los hogares modernos, colocando a la consola (ese armatoste sonoro donde las
abuelitas aprovechaban para usar de escaparate de sus habilidades en el tejido
de carpetas) en el centro de la sala de estar; los libreros quedaron relegados
contra las paredes.
Sin embargo, los radioastas pronto supieron
que la palabra, y no la música, era el principal componente de la riqueza de
las imágenes auditivas y más pronto que tarde comenzaron a buscar en los libros
historias dramatizadas ante los micrófonos. El libro si revivió a la radio y la
alimentó.
El cinematógrafo fue la siguiente amenaza.
Cuando la máquina de hacer imágenes en movimiento se popularizó, rápidamente se
transformó en la atracción favorita de las familias, que abandonaron no solo
los libreros sino hasta la consola con sus respectivas colecciones de libros y
discos. Sin empacho, los cineastas pronto acudieron a la literatura para convertirla en el sólido esqueleto de sus
filmes. Ese binomio, o matrimonio mal avenido como lo llamaba García Márquez,
ha dado resultados desiguales a lo largo de la historia de la cinematografía,
pero siempre ha estado presente. El libro pues sobrevivió al cine y se ha
vuelto su cómplice.
Con la "telera" la historia es más
intrincada. Aunque al principio le ocurrió lo mismo que con el cine la liviandad
de su lado oscuro pronto se hizo patente y lo transformó en un medio maniqueo
por excelencia. En diversos países la amalgama entre literatura y televisión ha
dado grandes resultados como en Brasil con las obras de Jorge Amado, pero en la
mayoría de los, penosamente lo digo, esa mezcla ha resultado en engendros.
Aunque maltrecho, el libro también ha
sobrevivido a la televisión para enfrentarse a la internet. Recuerdo cuando a
mediados de los años noventas los ambientalistas cantaban victoria diciendo que
la red mundial de información iba a salvar a los árboles del mundo pues ya no
sería necesario imprimir periódicos, revistas, ni libros. Sin embargo no ha
sido así. El libro digital tiene entre sus más loables logros el de hacernos
revalorar la experiencia de la lectura en el libro físico; el olor de sus
páginas, la textura del forro, la posibilidad de subrayar, doblar la esquina,
colocar un separador contra nuestras distracciones y olvidos, y lo mejor de
todo, esa primera página vacía o casi vacía en la que podemos dedicar un
ejemplar a alguien. Eso no lo tiene ni Obama.
Por otro lado, las redes sociales, esa arma
secreta, punzante y mortífera, de la internet, en muchos casos pueden
convertirse en los aliados idóneos para promover la lectura, plataforma de
escritores incipientes y hasta de impulsar y difundir la industria editorial.
El problema fundamental radica en que es necesaria la ética y la
responsabilidad, elementos tan escasos en estos tiempos, para poder lograrlo.
Este año la celebración del día internacional
del libro dejó un amargo sabor de boca para los mexicanos; los índices de
lectura en este país han caído y casi la mitad de la población ha dejado de
leer en los últimos años. Pero esta semana guras será mejor pregonarlas en una
próxima ocasión.
Seamos sobrevivientes, leamos.
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