¿Será posible que
la raza humana se convierta en una sociedad gobernada por la razón, la
tolerancia, la magnanimidad, el conocimiento y la contención? El autor
hindo-británico Salman Rushdie opina que sí. Sin embargo, en su más reciente
novela “Dos años, ocho meses y veintiocho noches” la metamorfosis requiere de
un suceso extraordinario y devastador para ocurrir: una guerra de proporciones
nunca antes vistas.
La historia es
narrada desde mil años en el futuro, cuando la voz que nos guía recuerda lo
ocurrido en nuestros días al momento en que una serie de acontecimientos
sobrenaturales que consternan al mundo entero y lo enfrentan a una irrealidad
tangible y por demás abrumadora que significa la invasión de los Yinni, seres
incorpóreos que provienen del País de las Hadas y que han determinado
someternos como pueblo. Esos tiempos, que comenzarán tras una gran tormenta,
serán conocidos como la Era de la Extrañeza y duraran dos años, ocho meses y veintiocho
noches, es decir, mil y una noches.
Pero la violenta
irrupción en nuestro siglo de cuatro de los más poderosos y despiadados “Ifrits”,
despierta los poderes sembrados en una numerosa descendencia por Dunia, princesa
de aquella tierra mágica, quien hace ocho o nueve siglos se encarnó para amar y
procrear con el filósofo Ibn Rushd (un alter ego del autor que aprovecha para
burlarse de sí mismo) y que constituyen un mestizaje que termina por liberar a
la raza humana: la Duniazada.
Aparecen así
personajes que enfrenta no solo su naturaleza humana, sino también su
naturaleza mágica: un jardinero que flota un palmo sobre el suelo, un dibujante
de cómic que se convierte en un superhéroe (dibujado por él mismo), una recién
nacida que marca con erupciones cutáneas a los impuros o una mujer que
atraviesa el corazón de los abusadores con rayos que salen de la yema de sus
dedos. Ambos ejércitos lograran batallas donde el desorden y el sufrimiento
estará a la orden del día para resalar la esperanza y el anhelo de la paz,
permitiéndole al novelista abordar temas recurrentes en su obra, como la fe, el
implacable juicio de la historia y el deterioro plausible de los valores
humanos.
Rushdie utiliza
la metáfora de estos seres que son humo sin fuego, fuego sin humo, viento, luz,
como metáfora para exhibir las más aberrantes actitudes que en nuestros días
van siendo más comunes y por ello aparentemente intrascendentes, pero que van
marcando los tiempos con signos de barbarie y caos. La guerra que la humanidad
libra contra los yinnis en estas páginas no es otra cosa que el reflejo de la
batalla que libramos con el corazón humano, el combate contra las realidades y
las abstracciones que nos atormentan en lo individual y en lo colectivo, y que
libramos, cotidiana e incesantemente para erradicar de dentro.
Salman no ha
perdido su estilo febril e intenso, adquiriendo con los años un toque de
grandilocuencia que se ha ganado y que le ha permitido la reinvención de sí
mismo y la consolidación de una literatura libre de toda atadura y todo temor.
En esta novela se
mezclan la historia, la tradición, la mitología con el amor, la amistad y la
solidaridad para mostrarnos que los monstruos se despiertan dentro de nosotros
cuando nuestra razón es vencida por el odio, el fanatismo y la vanidad; rasgos
que lamentablemente encontramos con artera facilidad en lo que somos hoy en
día.
Todo esto nos
lleva a una conclusión más que comprometedora. ¿Qué pensaremos de nosotros
mismos dentro de mil años? Salman Rushdie lo ha dicho bien: Un milenio es mucho tiempo para que
sobreviva una reputación.
Antes de terminar
lo invito a compartir juntos más recomendaciones literarias, acompáñeme el
próximo sábado en punto de las 18:30 horas en el programa de radio “Bibliófono,
literatura para escuchar”, que se trasmite por Bella Airosa Radio, 98.1 de
frecuencia modulada. Hasta entonces.
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