No son fanfarronadas: /leo incluso la lava /y
hojeo las cenizas.
Es imposible leer
a Wislawa Szymborska y quedarse callado. Menos aún, cuando el libro que se lee,
es el último de su pluma. El punto final. Al que nunca seguirán “dos puntos
suspensivos”, si cabe la referencia sabinera.
Yo encontré a
Szymborska en medio de las páginas de un diario. Mejor dicho en el medio de la
sección cultural de un diario, “La Jornada semanal”, hace ya, muchos años;
agonizaba el siglo XX. Aquel número, un especial sobre poesía polaca
contemporánea, la enlistaba con un puñado de escritores con nombre
impronunciable. Pero ella saltaba a la vista. La sencillez de sus versos
cautivaba.
Es la austeridad
su principal característica, no solamente de forma, pues su poesía carece de
toda parafernalia rimbombante, sin que esto impida usar el lenguaje (el natural
y el poético), en forma llana, libre. El poema no sorprende por ser poema, por
la habilidad escritural del poeta depositada en él, no. Sorprende por lo que
encierra, su asombro está en lo que contiene.
Aquí todo es pequeño, cercano y accesible. /Puedo
con el filo de la uña aplastar los volcanes, /acariciar los polos sin gruesos
guantes; /puedo con una mirada /abarcar cualquier desierto (…)
La austeridad habita
también en el fondo. La poesía de Wislawa es precisa, como un elemento olvidado
en una fotografía, rescata un momento, un suceso simple, para convertirlo en
una bocanada donde se encierra el aliento absoluto de la vida.
Añadamos a la imagen un detalle más: /nuestras
mucho más largas /y menos visibles cadenas /gracias a los cuales podemos pasar
de largo tranquilamente.
Pero no es una
sencillez banal. Por el contrario, esta nutrida, como por cientos de venas
pequeñas, de una mirada crítica, pertinaz, que no teme, usar la belleza para
nombrar el horror, la decadencia.
Y ojalá de vez en cuando /odio al odio. /Porque a
fin de cuentas /lo que hay es ignorancia de la ignorancia /y manos ocupadas en
lavarse las manos.
Szymborska nació
en un pequeño pueblo polaco llamado Kórnik en 1923. A partir de los 8 años
vivió en Cracovia donde estudió filología polaca y sociología en la Universidad
Jaguellónica. Comenzó a publicar en 1945 y trabajó para el semanario Zycie
Literackie entre 1953 y 1981, donde escribía la columna sobre poesía titulada “Lecturas
no obligatorias”. En total, publicó 13 poemarios: “Por eso vivimos” (1952); “Preguntas
de mí misma” (1954); “Llamando al Yeti” (1957), libro que llamó profundamente
la atención de la crítica especializada; “Sal” (1962); “Mil alegrías, un
encanto” (1967); “Si acaso” (1972); “El gran número” (1976); “Gente en el
puente” (1986); “Fin y principio” (1993); “Instante” (2002); “Dos puntos”
(2005); “Aquí” (2009) y “Y hasta aquí”, libro póstumo que apareció en 2012.
Los premios que
recibió fueron solo consecuencia de su quehacer poético. En 1991 ganó el Goethe,
en el 95 el premio Herder, hasta el galardón más prestigiado, el Nobel de
Literatura en 1996. Wislawa murió el primero de febrero de 2012.
Mucho se ha
discutido si los versos de la Nobel pierden fuerza, identidad, al ser
traicionados, perdón, traducidos. Sin embargo, en su poesía se encierra ese
aire de humanidad, el cual soporta cualquier idioma y sobre todo, en este libro
“Y hasta aquí” la mejor muestra de lo que digo.
Este poemario nos
llega a través de una coedición de la Universidad de Sinaloa y Posdata
Editores. La pulcritud del volumen salta a la vista y con elegancia contiene 14
poemas en polaco con su reciproca versión en español. Son destellos de luz,
irrepetibles, pero confiados en iluminar lo que se proponen. La traducción de
Abel Murcia y Gerardo Beltrán conserva el eco de la voz de la poeta; su
insistencia en que el mundo contienen mil mundos, millones de mundos que suenan
aun sin emitir sonido, que vibran sin hacer aspavientos, que surgen conteniendo
en sí mismo más mundos.
En estos últimos
poemas Szymborska sostiene el poder de su poesía, no sólo con la lucidez que
asomaba en sus primeros libros, sino acrecentado por una experiencia pulida con
el tiempo, en el que se dedicó a describir y escribir la vida. Al leer estos
últimos poemas se entiende el título del libro “Y hasta aquí”, no como una
sentencia de conclusión, no como decir “esto ha terminado”; por lo contrario,
como un aliento, una esperanza, como decir “aún en la otra orilla, vale la pena
decir la vida”.
Puedes optar por utilizar una cuarta salida;
/desaparecer no escrito /ronroneando satisfecho algo para tus adentros.
Conmovedor
resulta encontrar el último poema, titulado “Poema sin terminar”, en facsímil,
en puño y letra de la autora y solamente en polaco. Sobrevive en esas imágenes,
adheridas al papel por la presión de la rotativa, su letra, versos tersos que
avanzan con cadencia, sin dificultad, de pronto un tachón, la punta de la pluma
rabiosa por borrar lo mal escritor, lo que no conjuga con el versó anterior,
peor, que no deja que el verso futuro se suceda. Líneas que llevan de esos
versos rayoneados a las palabras correctas, escondidas a veces en el reverso de
la página.
Un libro póstumo
que hace honor a toda una vida, la de la poeta Wislawa Szymborska, dedicada al
maravilloso oficio de escribir, al arte irremediable de vivir.
Su poema “El
espejo” concluye:
Y así, como todo objeto bien hecho, /funcionaba
sin reproche, /con una profesional falta de asombro.
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