Hace mucho que la designación de un premio Nobel de literatura lograba hacer coincidir tantas alegrías. En este año, el concierto de beneplácito se debe a diversos motivos. Por principio de cuentas Mario Vargas Llosa ha sido siempre reconocido como uno de los escritores latinoamericanos con una pluma inteligente y analítica, dejando ver entre las líneas de sus novelas una postura crítica ante el abuso del poder en América Latina; su obra bien merece tal distinción. Pero también resulta ser un premio a la literatura escrita en español y particularmente a las letras latinoamericanas cuyo último nobel había caído en la persona de Octavio Paz hace ya veinte años.
La deuda no era solamente con Vargas Llosa, considerado ya “eterno candidato” o “eterno finalista” al máximo galardón que pude recibir un escritor; sino que también la deuda con la literatura peruana esta saldad. Tal vez el único efecto criticable de esta designación será que a partir del pasado jueves Vargas Llosa se convertirá en el “escritor favorito” de un montón de gente que nunca ha leído ninguno de sus libros. Sin embargo, sus verdaderos lectores, cosechados a lo largo de cincuenta años de trabajo literario, pueden incrementar sus huestes al ser el Nobel un imán para nuevos públicos. Mejor comenzar a leer al Vargas Llosa en esta oportunidad, que hacerse pasar por experto de su obra.
Tomando en cuenta que ya no aplica aquella regla supuesta que decía que la Academia sueca iba rolando los premios tratando de premiar a un escritor de cada continente hasta cubrir los cinco del orbe; o aquella otra –más compleja- en la que supuestamente año con año se premia a distintos escritores según la lengua en que escriben; no será sorpresa que en los siguientes años podamos disfrutar de otro premio para la literatura hecha en español, tal vez por qué no, en la persona de otro escritor mexicano. ¡Salve Vargas Llosa!
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*Publicado el Sábado 9 de Octubre de 2010, en el preiódico Síntesis de Hidalgo.
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