Desde que ganó el premio Alfaguara de Novela por su libro Diablo Guardián, Xavier Velasco es uno de los escritores más leídos y comentados de la escena literaria nacional. En la gira de promoción de aquel libro tuvimos la oportunidad de tener la siguiente charla, la cual fue originalmente una entrevista para televisión.
¿Cómo te acercaste a la literatura? ¿Cuál fue el primer momento de tu vida en que dijiste esto es lo que tengo que hacer?
Pues mira, realmente yo no dije nada, creo que la que dijo fue la literatura. No es una elección que uno haga, al menos no la fue en mi caso. Yo me acerqué a la literatura como muchos otros, tomándola como un juguete, de niño. Yo era un niño apestado, con pocos amigos, entonces descubrí que para sentarme a escribir historias no necesitaba cómplices, no necesitaba que nadie me eligiera en su equipo. No necesitaba, nada de hecho. Entonces, empecé a practicarlo como un vicio secreto, nocturno; como un juego, básicamente como un juego. Yo me inventaba personajes y vivía a través de ellos como cualquier niño. La única diferencia es que mis cuadernos se iban llenando de garrapatitas donde escribía mis cosas y siempre pensé que era un hobie; y un buen día descubrí que el hobie era todo lo demás. Que esto no era pasatiempo, que esto era lo único serio y lo demás era una vacilada.
En alguna ocasión hablaste de este trabajar en el periodismo y la publicidad como un camino que no te llevaba a ninguna parte ¿Cómo sobrellevabas eso?
Mira el periodismo nunca me hizo tanta sombra en realidad. Porque era una manera de conservar el oficio, de mantener el cayo, ¿no? Aunque uno no siempre escribe lo que quiere, no siempre te publican como quieres, de hecho casi nunca te sucede así. Pero de alguna manera te estas moviendo, estas publicando, estas jugando en una cancha reglamentaria. En el caso de la publicidad era lo contrario, porque la publicidad tiene que ver con ir y convencer a un cliente, de comprar un anuncio con el cual tú pretendes convencer a los consumidores. Es decir, tú estas escribiendo para otros, para lo que vayan a pensar otros, para tratar de que otros tomen una decisión a partir de lo que tú escribiste. Y necesitas que alguien te autorice eso, que es el cliente. La literatura es lo contrario. Es el reino de la libertad. La publicidad te enseña muchas mañas, muchas mañas, algunas de ellas muy sucias, que eventualmente a la literatura le son de una enorme utilidad. Entonces creo que uno para formarse como escritor o como cualquier cosa necesita desempeñar una serie de labores, que no solamente no le gustan sino que le fastidian. Yo digo que si, si me costaron mucho trabajo este tipo de empleos, sobre todo la publicidad. Llegué a odiarla profundamente, pero es un odio ingrato porque también le debo mucho, porque ahí aprendí que yo no era el rey de nada, por el hecho de ponerme a escribir. Uno a veces de niño piensa que es como un rey o como un dios que gobierna sobre todo en una historia. Y no es cierto, eres un secretario de los personajes, que te hacen como quieren y eso lo vas aprendiendo. Lo vas aprendiendo pero te enseña mucho más cuando tienes que trabajar en un trabajo que odias, haciendo cosas que odias, pero por disciplina las haces. Si eres capas de hacer eso y de sacarlas, eres capas de hacer cualquier cosa.
Después de tus dos primeros libros ¿Cómo decides brincarle a la novela?
Mira es al revés. Lo que pasa es que esta novela, que terminó llamándose Diablo Guardián, la traigo arrastrando por años. Más de quince años arrastrando esa historia. Entonces siempre que me aventaba con otro proyecto era un poco por cobardía, porque el grande me daba miedo, me intimidaba. Siempre me estuvo intimidando el grande, fue como el grandullón abusivo. Por que no me sentía listo para escribir esta historia. En absoluto, escribí de rock porque no sentía que tuviera las armas necesarias para hacer una novela. Después hice un libro de los Caifanes por la misma razón y como que dije “bueno voy a tratar de irme por los suburbios de la literatura”, porque este asunto de la novela me intimida muchísimo y no se como matar a este león; para hablar en lenguaje de Heminway. Eventualmente cuando se me cerraron todas las demás puertas y cuando me di cuenta de que tenía que quemar las naves, dije pues ni hablar me voy a encerrar con el león y haber quien sale vivo. Afortunadamente, pues medio vivo, pero salí, ¿no?
Violetta, el personaje de tu novela dice que a ella no la conocen, a ella la contraen. ¿Tú, cómo la contrajiste?
Pues mira, yo he contraído mujeres desde muy niño. Yo me recuerdo enamorado a los cuatro, cinco años, lo cual era un absurdo, pero yo estaba así, yo sentía esto. Entonces tengo una tendencia a contraer a las mujeres. Es decir, a creerles todo lo que me dicen, si yo fuera mujer ya estaría llena de hijos, afortunadamente soy hombre. Pero entonces, imagínate cuando andas buscando un personaje y de pronto encuentras mujeres que de alguna manera entienden ese personaje, o se parecen, o tienen algo de ese personaje. Entonces, que puedes hacer sino contraerlas. Yo creo que el trabajo del escritor está en contraer, en agarrar todos los posibles bichos que vea por ahí y preferentemente contraer el virus, preferentemente contagiarse, no quedarse inmune. Yo creo en el escritor que se contagia.
Hablando del amor, de estoa abatares del amor, ¿en que columpio viste por primera ves los calzones de una niña?
(Risas, arruga la boca mientras piensa). ¿Sabes? Yo de niño era muy tonto, yo no les veía los calzones a las niñas, me daba mucha vergüenza, sentía que era muy romántico. Entonces de niño nunca jugué al doctor, desperdicié mi infancia vilmente porque no sabía jugar fútbol, pero aparte no jugaba al doctor con las niñas. Las idealizaba y las volvía heroínas de las historias. Entonces por supuesto sus calzones no entraban ahí. Yo empecé a atreverme a ver los calzones, de frente como tales, a los diez, once años; porque yo estaba en una escuela de hombres, no había a nadie a quien verle los calzones, pero los de las maestras, créeme que me los aprendí de memoria.
El personaje de tu novela puede resultar una heroína para muchas chicas, para muchas jóvenes sobre todo. ¿Qué opinión te merece esto?
Me parece que es heroína pero en el sentido “amapólico” de la palabra. A Violetta efectivamente la contraes, como una adicción. Yo no creo que tenga que ser necesariamente una heroína. Yo quiero creer que es un personaje a cuyo coche te subes y te das una vuelta con él. Yo no espero a que sea heroína y mucho menos a que sea ejemplo de nadie. Yo creo que más que nada es un personaje que vive una vida excesiva y uno como lector, pues le gusta vivir más vidas de las que le toco vivir. Por lo tanto, en eses sentido, Violetta es una opción, pero heroína no por favor. En mi caso, cuando Violetta se convirtió en una heroína en mi vida, otro poco y me la acabo inyectando; así que no la aconsejaría.
También Violetta dice que uno le pone nombres a las cosas para hacerlas propias. ¿Tú cómo llamas a la literatura cuando te pones a escribir?
Mi vicio. Normalmente le llamo mi vicio. Antes le decía mis cosas. Siempre hablo de la literatura con una suerte de timidez, porque siempre me he sentido muy chiquito frente al texto, muy chiquito frente a las palabras. Trato de hacerles lo que puedo, y de jugar con ellas y de bravuconear. Pero al final uno, siempre que escribe, es muy chiquito. Desde el que jamás escribió novela, pero escribió cartas de amor y se avergonzó hasta las lágrimas después de haberlas leído y decir –Esto lo escribí yo-. A uno como escritor le sigue pasando siempre, siempre. Entonces yo a la literatura, te digo, la veo como una cosa más grande que yo, como alguien con quien no debí haberme metido, pero no puedo evitarlo, porque siempre es más fuerte que yo. Entonces tiendo a llamarle así, mis cosas, mis mugres, mi basura. Tratando de minimizarla, porque si le doy mucho interés, se crece y me come, y me patea; entonces tengo que mantenerla medio a raya, medio hablarle con una suerte de respetillo ahí.
¿Hay algún rito especial cuando te sientas a escribir?
Pues el rito de la desesperación siempre, porque me cuesta mucho trabajo conseguirlo. Cargar la pluma fuente de tita; escribo a mano. Literatura escribo a mano, el periodismo lo hago directamente en la maquina. Cargar la pluma fuente, poner algo de música y entrar en el sentimiento que necesitas entrar. En el mood que le llaman.
A veces cuando uno va empezando a escribir piensa que todos los premios están vendidos. ¿Qué pasa cuando una gana un premio de esta magnitud?
Mira, yo he participado en mi vida en cuatro, cinco cosas de estas y te voy a decir los resultados. Siendo muy joven participe en el premio Grijalbo, en el que no paso nada, llevé una novela que luego ya nunca quise publicar por pulcritud. Después participe en un premio de cuento que lo gane; un premio pequeño de cuento de la universidad. Después participé en concursos para becas, no gané nada. Para cuando llegué al Premio Alfaguara yo tenía claro que uno no se ganaba nada en esas cosas, como no fuera el premio de la universidad. Pero dije, bueno, yo no soy de esos mexicanos que piensan –ay como nos ahoga el imperialismo-. Yo creo que en lugar de pensar si nos ahoga o no nos ahoga el imperialismo, pues si nos esta ahogando mayor razón para llegar ahí y moverte y encontrar que vuelta le sacas. Entonces, mi plan era publicar en Alfaguara, yo quería publicar ahí, porque ahí estaban varios de lo autores que más me convencían. Entonces dije, voy a empezar por el premio Alfaguara, ya se que no voy a ganar, pero por ahí empiezo, y empiezo por dispararle al elefante más grandote, quien quita que se cae. Y pues, se cayó.
Diablo Guardián empieza con la frase “No lo puedo creer.” ¿Tú lo puedes creer?
Cuando hice el libro de Caifanes empezaba diciendo -¿Dónde comienzo?-. Siempre cuando empiezo me hago muchas bolas y no se como comenzar. Entonces cuando tenia esto de “No lo puedo creer”, me gusto la idea, me gusto decir –no lo puedo creer-; porque cuando empiezas a leer algo que es real o algo que es ficticio la frase “No lo puedo creer” te meta a la historia, te saca de la realidad. Yo quería usar “No lo puedo creer”, porque una vez que dices –no lo puedo creer-, lo que viene es cualquier cosa. Se esta tomando una gran cantidad de licencias. Pues en mi caso si, cuando sucedió esto del premio, pues no lo pude creer y lo que vino es un año que ni siquiera se si viví yo. Según yo si viví yo, pero estuve un poco como de testigo. Estuve viéndome a mi mismo haciendo una gran cantidad de cosas que no tenía costumbre de hacer y creo que efectivamente la literatura es lo que pasa a partir de la frase: “No lo puedo creer”.
¿Cómo te acercaste a la literatura? ¿Cuál fue el primer momento de tu vida en que dijiste esto es lo que tengo que hacer?
Pues mira, realmente yo no dije nada, creo que la que dijo fue la literatura. No es una elección que uno haga, al menos no la fue en mi caso. Yo me acerqué a la literatura como muchos otros, tomándola como un juguete, de niño. Yo era un niño apestado, con pocos amigos, entonces descubrí que para sentarme a escribir historias no necesitaba cómplices, no necesitaba que nadie me eligiera en su equipo. No necesitaba, nada de hecho. Entonces, empecé a practicarlo como un vicio secreto, nocturno; como un juego, básicamente como un juego. Yo me inventaba personajes y vivía a través de ellos como cualquier niño. La única diferencia es que mis cuadernos se iban llenando de garrapatitas donde escribía mis cosas y siempre pensé que era un hobie; y un buen día descubrí que el hobie era todo lo demás. Que esto no era pasatiempo, que esto era lo único serio y lo demás era una vacilada.
En alguna ocasión hablaste de este trabajar en el periodismo y la publicidad como un camino que no te llevaba a ninguna parte ¿Cómo sobrellevabas eso?
Mira el periodismo nunca me hizo tanta sombra en realidad. Porque era una manera de conservar el oficio, de mantener el cayo, ¿no? Aunque uno no siempre escribe lo que quiere, no siempre te publican como quieres, de hecho casi nunca te sucede así. Pero de alguna manera te estas moviendo, estas publicando, estas jugando en una cancha reglamentaria. En el caso de la publicidad era lo contrario, porque la publicidad tiene que ver con ir y convencer a un cliente, de comprar un anuncio con el cual tú pretendes convencer a los consumidores. Es decir, tú estas escribiendo para otros, para lo que vayan a pensar otros, para tratar de que otros tomen una decisión a partir de lo que tú escribiste. Y necesitas que alguien te autorice eso, que es el cliente. La literatura es lo contrario. Es el reino de la libertad. La publicidad te enseña muchas mañas, muchas mañas, algunas de ellas muy sucias, que eventualmente a la literatura le son de una enorme utilidad. Entonces creo que uno para formarse como escritor o como cualquier cosa necesita desempeñar una serie de labores, que no solamente no le gustan sino que le fastidian. Yo digo que si, si me costaron mucho trabajo este tipo de empleos, sobre todo la publicidad. Llegué a odiarla profundamente, pero es un odio ingrato porque también le debo mucho, porque ahí aprendí que yo no era el rey de nada, por el hecho de ponerme a escribir. Uno a veces de niño piensa que es como un rey o como un dios que gobierna sobre todo en una historia. Y no es cierto, eres un secretario de los personajes, que te hacen como quieren y eso lo vas aprendiendo. Lo vas aprendiendo pero te enseña mucho más cuando tienes que trabajar en un trabajo que odias, haciendo cosas que odias, pero por disciplina las haces. Si eres capas de hacer eso y de sacarlas, eres capas de hacer cualquier cosa.
Después de tus dos primeros libros ¿Cómo decides brincarle a la novela?
Mira es al revés. Lo que pasa es que esta novela, que terminó llamándose Diablo Guardián, la traigo arrastrando por años. Más de quince años arrastrando esa historia. Entonces siempre que me aventaba con otro proyecto era un poco por cobardía, porque el grande me daba miedo, me intimidaba. Siempre me estuvo intimidando el grande, fue como el grandullón abusivo. Por que no me sentía listo para escribir esta historia. En absoluto, escribí de rock porque no sentía que tuviera las armas necesarias para hacer una novela. Después hice un libro de los Caifanes por la misma razón y como que dije “bueno voy a tratar de irme por los suburbios de la literatura”, porque este asunto de la novela me intimida muchísimo y no se como matar a este león; para hablar en lenguaje de Heminway. Eventualmente cuando se me cerraron todas las demás puertas y cuando me di cuenta de que tenía que quemar las naves, dije pues ni hablar me voy a encerrar con el león y haber quien sale vivo. Afortunadamente, pues medio vivo, pero salí, ¿no?
Violetta, el personaje de tu novela dice que a ella no la conocen, a ella la contraen. ¿Tú, cómo la contrajiste?
Pues mira, yo he contraído mujeres desde muy niño. Yo me recuerdo enamorado a los cuatro, cinco años, lo cual era un absurdo, pero yo estaba así, yo sentía esto. Entonces tengo una tendencia a contraer a las mujeres. Es decir, a creerles todo lo que me dicen, si yo fuera mujer ya estaría llena de hijos, afortunadamente soy hombre. Pero entonces, imagínate cuando andas buscando un personaje y de pronto encuentras mujeres que de alguna manera entienden ese personaje, o se parecen, o tienen algo de ese personaje. Entonces, que puedes hacer sino contraerlas. Yo creo que el trabajo del escritor está en contraer, en agarrar todos los posibles bichos que vea por ahí y preferentemente contraer el virus, preferentemente contagiarse, no quedarse inmune. Yo creo en el escritor que se contagia.
Hablando del amor, de estoa abatares del amor, ¿en que columpio viste por primera ves los calzones de una niña?
(Risas, arruga la boca mientras piensa). ¿Sabes? Yo de niño era muy tonto, yo no les veía los calzones a las niñas, me daba mucha vergüenza, sentía que era muy romántico. Entonces de niño nunca jugué al doctor, desperdicié mi infancia vilmente porque no sabía jugar fútbol, pero aparte no jugaba al doctor con las niñas. Las idealizaba y las volvía heroínas de las historias. Entonces por supuesto sus calzones no entraban ahí. Yo empecé a atreverme a ver los calzones, de frente como tales, a los diez, once años; porque yo estaba en una escuela de hombres, no había a nadie a quien verle los calzones, pero los de las maestras, créeme que me los aprendí de memoria.
El personaje de tu novela puede resultar una heroína para muchas chicas, para muchas jóvenes sobre todo. ¿Qué opinión te merece esto?
Me parece que es heroína pero en el sentido “amapólico” de la palabra. A Violetta efectivamente la contraes, como una adicción. Yo no creo que tenga que ser necesariamente una heroína. Yo quiero creer que es un personaje a cuyo coche te subes y te das una vuelta con él. Yo no espero a que sea heroína y mucho menos a que sea ejemplo de nadie. Yo creo que más que nada es un personaje que vive una vida excesiva y uno como lector, pues le gusta vivir más vidas de las que le toco vivir. Por lo tanto, en eses sentido, Violetta es una opción, pero heroína no por favor. En mi caso, cuando Violetta se convirtió en una heroína en mi vida, otro poco y me la acabo inyectando; así que no la aconsejaría.
También Violetta dice que uno le pone nombres a las cosas para hacerlas propias. ¿Tú cómo llamas a la literatura cuando te pones a escribir?
Mi vicio. Normalmente le llamo mi vicio. Antes le decía mis cosas. Siempre hablo de la literatura con una suerte de timidez, porque siempre me he sentido muy chiquito frente al texto, muy chiquito frente a las palabras. Trato de hacerles lo que puedo, y de jugar con ellas y de bravuconear. Pero al final uno, siempre que escribe, es muy chiquito. Desde el que jamás escribió novela, pero escribió cartas de amor y se avergonzó hasta las lágrimas después de haberlas leído y decir –Esto lo escribí yo-. A uno como escritor le sigue pasando siempre, siempre. Entonces yo a la literatura, te digo, la veo como una cosa más grande que yo, como alguien con quien no debí haberme metido, pero no puedo evitarlo, porque siempre es más fuerte que yo. Entonces tiendo a llamarle así, mis cosas, mis mugres, mi basura. Tratando de minimizarla, porque si le doy mucho interés, se crece y me come, y me patea; entonces tengo que mantenerla medio a raya, medio hablarle con una suerte de respetillo ahí.
¿Hay algún rito especial cuando te sientas a escribir?
Pues el rito de la desesperación siempre, porque me cuesta mucho trabajo conseguirlo. Cargar la pluma fuente de tita; escribo a mano. Literatura escribo a mano, el periodismo lo hago directamente en la maquina. Cargar la pluma fuente, poner algo de música y entrar en el sentimiento que necesitas entrar. En el mood que le llaman.
A veces cuando uno va empezando a escribir piensa que todos los premios están vendidos. ¿Qué pasa cuando una gana un premio de esta magnitud?
Mira, yo he participado en mi vida en cuatro, cinco cosas de estas y te voy a decir los resultados. Siendo muy joven participe en el premio Grijalbo, en el que no paso nada, llevé una novela que luego ya nunca quise publicar por pulcritud. Después participe en un premio de cuento que lo gane; un premio pequeño de cuento de la universidad. Después participé en concursos para becas, no gané nada. Para cuando llegué al Premio Alfaguara yo tenía claro que uno no se ganaba nada en esas cosas, como no fuera el premio de la universidad. Pero dije, bueno, yo no soy de esos mexicanos que piensan –ay como nos ahoga el imperialismo-. Yo creo que en lugar de pensar si nos ahoga o no nos ahoga el imperialismo, pues si nos esta ahogando mayor razón para llegar ahí y moverte y encontrar que vuelta le sacas. Entonces, mi plan era publicar en Alfaguara, yo quería publicar ahí, porque ahí estaban varios de lo autores que más me convencían. Entonces dije, voy a empezar por el premio Alfaguara, ya se que no voy a ganar, pero por ahí empiezo, y empiezo por dispararle al elefante más grandote, quien quita que se cae. Y pues, se cayó.
Diablo Guardián empieza con la frase “No lo puedo creer.” ¿Tú lo puedes creer?
Cuando hice el libro de Caifanes empezaba diciendo -¿Dónde comienzo?-. Siempre cuando empiezo me hago muchas bolas y no se como comenzar. Entonces cuando tenia esto de “No lo puedo creer”, me gusto la idea, me gusto decir –no lo puedo creer-; porque cuando empiezas a leer algo que es real o algo que es ficticio la frase “No lo puedo creer” te meta a la historia, te saca de la realidad. Yo quería usar “No lo puedo creer”, porque una vez que dices –no lo puedo creer-, lo que viene es cualquier cosa. Se esta tomando una gran cantidad de licencias. Pues en mi caso si, cuando sucedió esto del premio, pues no lo pude creer y lo que vino es un año que ni siquiera se si viví yo. Según yo si viví yo, pero estuve un poco como de testigo. Estuve viéndome a mi mismo haciendo una gran cantidad de cosas que no tenía costumbre de hacer y creo que efectivamente la literatura es lo que pasa a partir de la frase: “No lo puedo creer”.
Fotos: Internet
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