El pasado miércoles 28 de agosto se presentó en la FUL 37 la novela “Hablan despiertos” del escritor mexicano Ricardo Stern (RS); los comentarios corrieron a cargo del escritor hidalguense Rogelio Perusquía (RP) y quien esto escribe (ACh). A continuación la primera parte del condensado de esa charla.
ACh: Quisiera empezar por decir que tu novela “Hablan despiertos” me parece muy visual. Es entendible por tu oficio de hacer jardines. En ese sentido, la novela inicia con la descripción detallada delas habitaciones de un departamento. ¿Para ti, que peso tienen en la historia de una novela, los ambientes donde se sucede?
RS:Aparte de que estudié arquitectura del paisaje, porque efectivamente me gusta crear ambientes, a veces no solo en los libros, sino también en la realidad, esta novela nació en un ambiente específico, en un momento no muy bueno hace once años; como que después de una temporada en que me estaba yendo muy bien de pronto por una enfermedad se acabó todo eso y tuve que irme a vivir a un lugar horrible, donde además no cabían mis cosas y tuve que meterlas en un pequeño todas amontonadas. En ese habiente deprimente fue que comencé a escribir esta historia. Efectivamente la novela empieza con la descripción de un ambiente como en el que yo vivía y un personaje que de pronto aparece en este ambiente…
ACh: Que también está desordenado…
RS: Exacto, que también está desordenado y la novela es la idea de como va a ir buscando reducir ese desorden.
RP: De hecho, sobre esta historia, que es un entramado muy profundo donde la menor clave altera el destino del lector y de la historia, Ricardo se da algunas licencias para, a través de sus personajes, discutir sobre algunos temas interesantes. Por ejemplo, hay en este libro una discusión que me parece brillante sobre la violencia en la voz de un personaje:
“Otra variable, inservible y cerril, de la maldad es la violencia. Y mientras menos sangrienta, peor. Es decir, si se ha de ser violento, que sea hasta el fin, hasta lo más remoto. Dar unos grititos o usar palabras soeces y ofensivas es más bien ridículo. Pero he llegado a comprender que hasta el asesinato, incluso si se arrastrare el cuerpo de la víctima por toda la ciudad, en ese nivel de cólera antigua y noble del pelida Aquiles, es poca cosa. No deja de ser común, casi ordinario, eso de estar matando personas. Me habría gustado descubrirlo inmediatamente después de mi primer asesinato, pero no fue así. Tarde vine a comprenderlo. Me parecía, entonces, como cree la gente, que el homicidio es la culminación de la maldad. Primero, como todo novato, intentaba justificarlo, bien que fuera sólo estéticamente. No es tema nuevo el homicidio como acto bello, si se le despoja de todo elemento moral y se deja sólo la sangre, la escena en su conjunto, la mirada de la víctima, la solemnidad del momento, el tiempo que parece detenerse –y se detiene, de hecho–, el suspenso, y qué sé yo. Süskind encuentra una justificación interesante: preservar el aroma. Vale la pena matar a una mujer hermosa para preservar su perfume. Es hermoso, y, sin embargo, en cierta forma es tan genuina la justificación que de pronto desaparece la maldad del acto. Desde el punto de vista literario, es genial haber creado un personaje malo que no lo pareciese, pero, paradójicamente, al empañarse su mal- dad, comienza a parecerme menos interesante para la vida real. Pues si Grenuille buscaba el perfume puro, la esencia misma, yo también busco un acto de maldad pura. Pero con refinamiento.”
ACh: Esto que acaba de leer Rogelio, me lleva a otra cuestión que también me salto a la vista en tu novela. Este personaje que parece todo inofensivo está empeñado en escribir una historia sobre la maldad.
RS: La idea original ea escribir una novela sobre un personaje que se vuelve malo y que se dedica a justificar esa maldad, porque le pasan muchas cosas malas con chicas con las que intenta salir hasta que dice “como que la vida es para los malos y yo me voy a volver malo”. Así que quería crear un personaje que fuera malo, pero desidioso, inepto para la maldad; sí hacía cosas malas, pero al final acababa dándole flojera, porque para hacer el mal necesitas tener cierta iniciativa…
RP: incluso hay un momento en la novela donde el personaje ya no puede ser peor porque ya le da hastío, dice “yo quería ser malo, pero ya no puedo…"
RS: Exactamente, porque necesitas mucha determinación y ni eso tiene. La idea original era hacer una novela sobre ese personaje y de repente me di cuenta de que se me empezaba a complicar y además, como les decía, estaba en un mal momento, en una enfermedad que me llevo a un bloqueo creativo y pues no lograba concluir esta novela. Entonces poco a poco fue surgiendo una nueva idea: que pasa si hago una novela de como un escritor quiere escribir esa novela, pero no puede (dije, eso va a ser más fácil porque por lo menos es lo que me está pasando y solo tengo que describirlo) y en efecto nunca se concluyó la novela del personaje malo, pero si la otra, es decir, la de como se escribió la novela del personaje malo. Esta novela que quedó, que es “Hablan despiertos” contiene los fragmentos que ya había escritor de la otra y lo que empezó a hacerse interesante fue la vida del personaje que la estaba escribiendo: un escritor que también está enfermo (obviamente tiene rasgos autobiográficos) y que ha sufrido una pérdida, su novia desapareció, y eso lo lleva a una crisis tal que empieza a hablar con los muertos y nunca sabes si son alucinaciones o no.
RP: Precisamente es una de las partes más interesantes que quería comentar, lo bueno es que Ricardo solito comenzó a hablarles de gente loca que habla sola:
“ –No. La incompatibilidad absoluta entre ambos mundos se nota en que si la poesía suena a terapia es mala, malísima, espeluznante. Y si la terapia suena a poesía, el terapeuta no tardará mucho en acabar también viviendo en una vecindad pobre, usando siempre el mismo saco y bebiendo William Lawsońs para aliviar un poco las penurias de la pobreza y la locura. La terapia ama los conceptos vacíos como “crítica constructiva”, “superación personal”, “cultivar sueños”, “pensamiento positivo”, “la fuerza interior”. El poeta, en cambio, sufre un colapso nervioso cada vez que oye este tipo de léxico, y comienza a echar espuma por la boca y decir palabras pesadas como piedras para reemplazar aquellos infames vocablos. Grita, como poseso: “guerra, náusea, asco, volar, ¡volar!, el rayo sangriento de la luna, ¡pecado!, brillo que a consolar no alcanza, los muertos aún mendigan, quiero escarbar la tierra con los dientes / quiero apartar la tierra parte a parte / a dentelladas secas y calientes...” El terapeuta, querida señora Paredes Faber, hace lo posible por no ofenderte. El poeta agarra con su propia mano tu pus y te la embarra en la cara. Sí, el poeta es un poseso, un delirante alienado desvariado excéntrico disparatado imprudente degenerado ridículo, que exorciza. El terapeuta es un hombre bueno, sano y normal que, simplemente, puede acabar por enfermarte el alma si duras lo suficiente acudiendo a las sesiones.”
Aquí me saltan dos conceptos que creo que vale la pena recordar y que Ricardo señala como “términos vacíos”: “crítica constructiva”, “superación personal”, “cultivar sueños”, “pensamiento positivo” y “fuerza interior”; términos absolutamente vacíos.
RS: Esto es un diálogo entre el escritor y un personaje de la novela que está escribiendo, como parte de estas alucinaciones que comentaba antes. Este personaje es una señora, básicamente insoportable, a quien el otro personaje, el malo que no es tan malo, asesina; dice, dentro de lo malo de ser malo voy a escoger por lo menos gente insoportable, no voy a matar a cualquiera. La señora es una persona que tiene mucho dinero, todo le sale bien y para esa gente todo es positivo y todo es fácil: “yo nomás decreto y gano dinero”. Esta discusión que tienen el escritor, que se llama Andrés, y la señora Paredes Fabre, que por cierto está inspirada en una clienta real que tuve cuando hacía jardines. La discusión se pone cada vez más apasionada, más acalorada sobre lo que el escritor llama “la terapia” versus “la poesía”. No digo que no haya que ir a terapia o que la terapia es mala, se refiere a cierto concepto de esa filosofía positiva, esa es la crítica. Hay que ir a terapia con un profesional no con un charlatán de esos que mezclan nociones científicas de “decretar”.
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