La literatura es un cúmulo de coincidencias y asombros. En su construcción, como estructura ideológica y cultural, involucran sus afanes muchas plumas, muchas manos, muchas mentes. A la usanza del cadáver exquisito cada autor o cada autora urde su propia obra en la soledad de la catarsis más íntima y pocas veces, se indaga en el quehacer de colegas cercanos. ¿El resultado? Un babel multifónico, un vitral multicolor que filtra la realidad y transforma su horripilante faz en un goce estético que no siempre tiene que ver con la belleza.
Durante los últimos años, la literatura hidalguense se ha nutrido de un diversidad de propuestas que dan cuenta de interesantes aristas que habitan lo mismo en el ensayo que en el cuento, en la poesía que en la narrativa, en la crónica y en la dramaturgia. En este nuevo panorama las mujeres han insuflado una vitalidad inmarcesible. Las escritoras hidalguenses se han transformado en una marea que espabila el arrecife literario masculino, y bañan la cultura local con una literatura que va más allá de lo emergente; sus letras son contundentes y su lectura se vuelve imprescindible para entendernos en la postmodernidad.
Hoy inició una pequeña serie sobre cuatro autoras hidalguenses que me conmueven. Inicio con Aidée Cervantes Chapa (periodista y poeta pachuqueña), compartiendo un texto que aparecer a manera de prólogo en su más reciente poemario, “Destierro”, el cual espero, vea la luz en las siguientes semanas:
Fernando Pessoa escribió: “Llega el momento en que es necesario abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares”. Hablaba de la travesía, de avanzar para no quedarnos al borde del camino cuando el camino somos nosotros mismos. Porque no hay nada peor que mirarnos pasar de largo dejando de ser lo que somos.
Destierro, este breve poemario que tiene usted en las manos es la travesía de su autora quien ha dejado la comodidad del ropaje y el andar automático hacia el futuro que le han impuesto su condición de salud. Sobreviviente de un holocausto ocurrido en los linderos de su cerebro ha decidido luchar por recuperar el albedrío sobre su mente y su cuerpo enarbolando el filo que conoce más cegador: la palabra, mejor decir, la poesía.
Escribí “breve” pero tengo que agregar “profundo” y “poderoso”. Los versos con los que Aidée construye estos poemas están forjados en el abrazador encuentro con la muerte, en el reconocimiento absoluto de que en los detalles radica la belleza inconmensurable de la vida.
Se sabe rota, clausurada para la libertad de movimiento y de palabra, nunca para la del pensamiento y la esperanza. La poeta ha vertido sobre el papel toda su desventura y su frustración transformándolas en hermosos instantes donde la pulsión de un corazón resquebrajado pero feroz no cesa. “La fiera pugnando por mantenerse fiera” dice Guillermo Arriaga. Aidée avienta dentelladas, se aferra con las garras de la palabra a las más puras e inefables raíces del anhelo.
En cada verso la poeta se muestra fustigada, azotada dentro de un cuerpo maltrecho, pero nunca vencida. El viento le ha jugado en contra pero sabe que el fuego de su espíritu y su alma no han sido extinto, por el contrario, la adversidad lo ha azuzado y la llama en su interior crece con descaro y valentía. Estos poemas son muestra de ello.
Nadie que pase por estas páginas puede quedar impávido. Aquí se desborda el amor, por los amigos, por el hombre elegido, por la vida a toda costa. Aidée asegura que pronto estará de regreso a esa mujer que solía ser y yo estoy seguro que lo hará distinta, consolidada como una poeta maciza, labrada en el destello del dolor.
Este poemario que está usted a punto de empezar a leer se le quedará en la memoria y en el corazón, al fin y al cabo, son el mismo paraíso.
Aidée ha consolidado un estilo propio, forjado a fuego, donde la palabra es el martillo y la llama, el filo y la coraza. De ahí la necesidad de su palabra.
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