viernes, 30 de octubre de 2020

Un filme aporofóbico

 

Aporofobia. Término acuñado por la filósofa Adela Cortina a finales del siglo pasado. La Real Academia de la Lengua Española lo incluyó en su Diccionario apenas en 2010. Significa el miedo a la pobreza. Cortina explica que esta fobia se basa a la proyección de vernos en la circunstancia de la precariedad; la repelemos, la simple idea de la pobreza nos desquicia, la detestamos.

En esa idea, alojada en el lóbulo más picapedrestre de nuestro cerebro, se basa el nuevo filme del Michel Franco, “Nuevo orden”. La película propone ser una distopia sobre lo que pasaría si la clase baja de este país se emancipara violentamente contra aquellos que todo lo tienen, contra el sector de la población mexicana donde esta alojada la mayoría de la riqueza económica. Sin embargo, la historia se queda en la superficie din llegar analizar las causas y las consecuencias del principal problema de nuestro país: la desigualdad.

El filme inicia con una secuencia de imágenes y sonidos, donde el color, la luz, la pulcritud contrastan con flashes de cadáveres amontonados, con una maría verdes que desciende las escaleras, con habitaciones lúgubres y una mujer desnuda, bajo la lluvia con el mismo color verde que escurría enredado en el cuello. Esos primeros minutos prometen una propuesta visual atractiva y llena de simbolismos, al más puro estilo de Fellini o de Peter Greenaway, donde la historia será contada, además de los personajes, por las atmosferas y los objetos. Pero no es así. Con una cadencia aún rescatable la película se desinfla sin remedio.

La historia ocurre en una mansión del Pedregal, donde una familia acomodada departe su felicidad con un ciento de invitados impecablemente ataviados para la boda que se celebra. Alrededor, extraños sucesos inquietan a aquellos invitados que recién llegan, comenzando a imperar un ambiente de incertidumbre. Hasta ahí, la habilidad del joven y galardonado director parece sostenerse con firmeza hacia un devenir dramático propositivo.

Durante la celebración, los personajes se van delimitando nítidamente, marcando dos bandos que conviven, aparentemente, en paz; por un lado, la familia millonaria, los Novello con sus intereses económicos con un alto funcionario del gobierno y por otro, la servidumbre que mira con desprecio y envidia los excesos y el despilfarro. De pronto, la sensación de que algo pasa en la ciudad transciende las calles aledañas y se presenta dentro de la propiedad en la persona de individuos que en primera instancia amedrentan, dando paso inmediato de la amenaza, al asesinato y al saqueo. Brillan en sus rostros morenos, la sonrisa de la venganza, el desquite de siglos de sobajamiento al fin lavados en el acto de sustraer las joyas, el dinero de la caja fuerte; de sorrajarle un tiro en la nuca a la patrona. Sobra decir que las escenas son difíciles de soportar.

Tras el asalto a la mansión nos damos cuenta de que lo mismo ha pasado por toda la ciudad. Por vericuetos del destino sobrevive el padre con dos tiros, el hijo mayor que ha perdido asesinada a su esposa embarazada y la hija casadera que ha salido del domicilio justo antes de que las fieras entraran a arrasarlo todo. Sin embargo, ella, Marianne, se refugia en la casa de los miembros de la servidumbre y al día siguiente es secuestrada por las fuerzas militares cuando aparentemente van a ayudarle a volver a su casa.

A partir de ese momento la historia naufraga y se centra en los intentos pasivos de su familia que mueve todas las influencias necesarias para tratar de rescatarla de sus captores, sin saber que son las mismas fuerzas del orden las que han establecido una prisión oculta donde ocurren todo tipo de vejaciones a prisioneros “güeros” y de ropas finas. El circo dantesco termina con el triunfo de la hegemonía económica que justicia publica y sumariamente, a la clase popular, como una victoria más del verdadero mándalas en México: el dinero.

La película termina siendo apenas un panfleto, una alegoría que grita a los cuatro vientos el terror que nos provocan los pobres, sin la mínima intención de analizar sus consecuencias y sus posibles soluciones; los ricos y los pobres son dos especies que aparentan convivir en armonía, unos sirviéndose de los otros y nunca viceversa, pero con la convicción de que en cualquier momento el equilibrio puede romperse estableciendo un nuevo orden donde, por supuesto, seguirán mandando los de siempre.

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