Qué agradable es despertar
en un país menos dolido, menos ambiguo. Al menos una mañana del año esta
sensación de esperanza se hace presente con el canto de los pájaros y resulta
ser en un amanecer de asueto. El buen sabor de boca que dejó el «nuevo» modo
del Grito de Independencia se podía notar en el rostro de las personas con las
que te encontrabas en la calle ya rayando el medio día (en México es cercano al
pecado el atrevimiento de despertar temprano y sobrio el 16 de septiembre). Ceremonia
sencilla, pareja presidencial solitaria, arengas de más pero bien
fundamentadas, el zócalo lleno (¿Tanto como en los mítines electorales?) y la
inevitable sensación de que las cosas verdaderamente pueden y están cambiando.
Lo que es innegable es
que las cosas en este país son distintas. El ascenso de la izquierda al
gobierno de la República ha resultado un paradigma abigarrado y polimorfo, en
el que, estemos de acuerdo o no, vale la pena ahondar. La forma de hacer
política ha cambiado y por ende la forma de entender el ejercicio del poder y
del servicio, sea público o no. Aunque muchos no estemos de acuerdo con los
programas sociales dispendiosos (¿Una Beca sigue siéndolo cuando pierde la esencia
de reconocer el esfuerzo y la dedicación como características de distinción?) o
con las “mañaneras” que no representan un verdadero análisis de los problemas
que se enfrentan y que sí arriman a la ligereza el discurso político que
comienza a ser repetitivo y, lastimosamente, falso en ocasiones.
Pero también ha cambiado
la perspectiva de Nación en asuntos relacionados con las heridas que
históricamente no han sido cerradas. En ese sendero el paisaje promete para
muchos ser menos hostil y les asegura encontrar la verdad al final del
arcoíris. Particularmente en el caso de las desapariciones forzadas la
expectativa es muy alta y seguramente que si no se logra el objetivo prometido
(no nos distraigamos en si era posible resolverlo al minuto siguiente de
iniciar el periodo presidencial, con que se resuelva es suficiente) la caída
será estrepitosamente histórica. Ojalá que la gran oportunidad de la izquierda
en México no sea tirada al inodoro. Por el bien de todos, ojalá.
Pero qué bueno sería,
para efectos de practicidad, tener en México un “libro secreto”, a la usanza de
la leyenda urbano-política norteamericana; dicen que los gringos tienen un
libro presidencial donde están develados todos los misterios de su historia reciente
–quién fue el verdadero asesino de Kennedy, ¿Sí llegaron a la luna?, dónde
están escondidos los ovnis, etc.–. Imagine usted, estimado lector, un libro que
contenga el nombre de quién dio la orden de disparar en la Plaza de las Tres
Culturas, la cifra exacta de muertos en el terremoto del 85, el nombre del
dueño del dedo que jaló el gatillo (los gatillos) contra Colosio, el autor
intelectual de Acteal, el número de zapatistas muertos en la primera ofensiva
del ejército en aquel temprano 1994, las cuentas que pagaba Calderón en
licores, la cifra verdadera de muertos en la guerra contra el narco, la
ubicación precisa de los 43 y la identidad de sus asesinos.
Cabe decir que ese libro,
que va de presidente en presidente, no es para organizar un círculo de lectura
nacional, sino para que quien ejerce el poder en los Estados Unidos sepa que ya
es cómplice al momento de compartir esos secretos. La idea es que acá, donde
también hay tantas cuentas históricas pendientes (tal vez más) el libro no
fuera para mantener los secretos, sino para no olvidarlos, como una lista de
tareas por hacer, de pendientes para dar respuesta; respuestas que se esperan,
en algunos casos, desde hace más de cincuenta años. Qué bueno sería que un
libro así fuera posible. Y entonces, el presidente podría ir dando solución a
una incógnita cada vez que fuera necesario el alivio popular ante la
desesperación que generan los pesares cotidianos o como un obsequio para
despertar el 16 de septiembre y mantener esas sonrisas y ánimos de esperanzas
que notamos el lunes pasado. Y mire usted que me acabo de dar cuenta de que
además, era lunes.
Paso
cebra
Y en el parte
meteorológico: hasta la tormenta trae su nombre. El clima apuntala la memoria. Carajo.
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