Omar Roldan pertenece a una generación de
escritores a la que también pertenece un grupo de autores que fueron conocidos
como “La diáspora”; escritores que nacidos en la década de los 50’s migraron en
los 70’s de Hidalgo hacia la ciudad de México llevados por la necesidad de la
formación académica, donde comenzaron a desarrollar sus carreras literarias,
para terminar, en la mayoría de los casos por quedarse allá lejos sin dejar de
pertenecer acá cerca. Omar nació en lo que podemos considerar el ultimo año de
esa generación, pero no se fue, él decidió quedarse y en esa decisión de vida
permitió que su literatura se forjara en el crisol del terruño, de la
provincia. Su presencia en las letras hidalguenses toma una particular
importancia entre la creencia de que “no se puede hacer literatura en Hidalgo”
y la convicción de que la literatura hidalguense podía consolidarse a partir de
esa generación. Así que Omar se quedó a padecer no solamente el agrio quehacer
de la escritura, sino también el penoso recorrido hacia la publicación, el cual
le ha cedido cuatro poemarios en los cuales es claro el oficio que posee y el
cual se muestra en todo su esplendor en “Éxodo hacia ninguna parte”, poemario
editado por el CONACULTA y el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de
Hidalgo en el 2014.
El libro abre, a manera de prólogo, con tres
notas dirigidas al poeta de la pluma de Juan Galván Paulín. Galván Paulín ha
sido maestro de muchos de nosotros en Hidalgo, sin embargo, la relación que ha
establecido con Omar trasciende al lindero de la complicidad, de la compañía
fraterna, casi paternal, en el devenir literario, siempre intrincado y
doloroso. En estas notas, el maestro “Paulín” no solo hacen un breve recuento
de las coincidencias en los días de su taller literario en Tulancingo, además
deja constancia no solamente de la cercanía con el autor sino también con su
poesía, se reconoce emocionado por leer lo que Roldan va produciendo y reconoce
en ello un crecimiento del que no puede, aunque quisiera, sentirse ajeno, por
el contrario se regocija al grado del orgullo. Pero no me refiero al orgullo
del alfarero que ha determinado la forma y el destino de la vasija, sino al
orgullo del escritor que mira como germinan las letras de un hermano, sabedor
de haber sido parte de ese esfuerzo.
Por si ser testigos de este maravilloso encuentro
en el tiempo y en la literatura no fuera suficiente, Antonia Cuevas Naranjo,
otra importante narradora y poeta tulancinguense, esboza unas líneas para introducirnos
en el poemario que estamos a punto de leer y exalta de él dos características
importantes: la ausencia de pretensiones y la sutileza con que sus versos nos
atacarán. Cuevas hace hincapié en el sobrecogimiento del que seremos víctimas,
irremediables, ante la forma con que Roldan aborda un tema tocado por otros
poetas, pero nunca resignificado de tal manera como ahora.
“Éxodo hacia ninguna parte” se divide en dos
tiempos, cada uno de ellos independiente pero complementario del otro, como dos
poemas de largo aliento que pudieran respirar por separado pero que juntos dan
un hálito a la visión que el poeta quiere compartir con nosotros en este
momento. El primero de ellos “Mi destino” deviene en una colección de poemas
íntimos y arteros, mostrándonos la parte
más mística del poeta; son una suerte de larga alegoría metafísica, una oración
pertinaz al creador, al universo, pero también a la mujer perdida, a los amigos
traicionados, a uno mismo. En ellos encontramos imágenes misteriosas,
bizantinas, que van deshilando lo más profundo del alma del poeta: “más de una
vez me has arrojado /en busca de mi mismo /al hueco inexorable que me habita”;
y es precisamente en esas entrañas donde comienza el éxodo del autor, recorrido
imperante para la búsqueda de lo que lo forma. Desde ese principio los versos
son los pasos de esa viaje interior, son el rastro de una búsqueda abyecta,
donde el descubrimiento no es el objetivo, es el éxodo en si mismo; el poeta no
pretende encontrar nada, solo pretende buscarlo: “es un vaivén constante /este
mi andar a tientes tus designios / buscando algo de mi que nunca encuentro”. El
éxodo interior es pues, el más intenso y persistente.
El segundo tiempo “Mi casa”, es el éxodo
exterior, la búsqueda que el poeta hace de si mismo en lo que lo rodea, le
pertenezca o no, lo va formando también; el espejo denudo, el ceño fruncido,
una bicicleta bajo la lluvia, un son sin partitura, un indulto. Es aquí donde
el poeta nos muestra la parte más luminoa del libro, llena de cadencias que
rayan en el gozo, en la alegría de saber que el éxodo no termina, aún, cuando
se crea que se ha llegado a un sitio: “Mi casa un manantial de rio cangrejos
/una estación de tren un día de nieve
/parábola de heno y de ahuehuete /tendero de besos y trebejos.” Roldán nos
confirma que el poeta es un errante condenado, una vigía permanente de lo que
acontece (ya desde un libro anterior, “El viento y la mirada”, lo sugería), un
desfachatado voyeur del mundo todo, bello o pestilente, da igual.
“Éxodo hacia ninguna parte” confirma a Omar
Roldan como un poeta sin falsas poses pero que ha alcanzado una estatura raras
veces encontrada en la literatura de estos tiempos, en un poeta que sabe
esgrimir su pluma para decir lo que quiere; corte preciso, dolor abundante, la sangre
como trofeo. Éste poeta que leemos ahora, en el que se ha transformado Omar
Roldan, es de aquellos en los que, por tradición, descansa el peso de la
literatura de un país y en el caso del país nuestro, descansa la poesía en las
letras de un poeta que sabe que el único éxodo posible es aquel que no tienen
destino, pues es el destino en sí mismo.
Texto leído en la Biblioteca Sor Juana Inés de la
Cruz
de la ciudad de Tulancingo, el miércoles 11 de febrero de 2015,
durante la
presentación del libro.
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