Juan Galván Paulin
… la evocación, al recrear una realidad experimentada, acaso a la ligera o sabida contundente por las huellas con las que nos deja señalados, nos entrega aquellas certezas con las que construimos la memoria… instantes, rasgos, gestos en los que se incuba la emoción y los sentimientos se van tornando presencias, ciertas formas imaginativas de cuerpos sutiles para el abrazo onírico, delirante, desesperado, pesada sombra del anhelo: el material del poeta, de la palabra hechizada que no hace otra cosa que decantar lo cotidiano al hablar de éste, del asombro que nos acusa, de los distintos paisajes habitados en él por el hombre, de los que no debe desprenderse –no puede- porque una vez recorridos y padecidos un sonido, una música inolvidable del alma acompaña su nostalgia; esa música es un latigazo, rítmico, en la existencia de cualquiera que va guiando la vida hacia meandros intricados; y la palabra del poema, más que una voz, mirada, una interrogante que penetra plena en la incondicionalidad del tiempo para permitir su corporeidad como instantes fugaces o permanencia y como el anhelo de lo que deja su huella, quizá el tatuaje de una herida, pero que irrumpe en el presente y nos hace saber que somos eso, lo que ya fue vivido y sigue siendo, a pesar o para celebración de nuestra pena y nuestro gozo, la resonancia de nuestras más gratas pesadillas matizando lo que siempre suponemos ser en el ahora… esta es la substancia de la que se compone la savia del poema, alimento del poeta para la transmutación de lo real en imagen y de la metáfora en lo real para dirimirse de una vez –y siempre amnésica- en la soberbia o en la humildad de lo que suponemos alcanzar cuando se escribe al historiar nuestro brutal anonimato, esa mismidad desconocida y desconfiada con la que vamos iluminando nuestro camino y a ciegas encontramos las encrucijadas reveladoras de nuestra comunión con otros, o el divorcio… esta es la substancia sonora del poeta, y es también la substancia desconocida de todo hombre, cuando en el silencio de su habitación, en el retiro de un café o en el fragor del desierto escribe o habla de lo que lo obsesiona o desconoce o supone familiar y rutinario… eso, una rutina innovadora, la tarea de narrar la jornada diaria para asomarnos al estanque de Narciso y ver desde ahí qué de los otros hombres y mujeres compone los rictus del rostro, qué voces ajenas dibujan los labios, qué memorias componen nuestro yo con sus historias y la nuestra; ese es el espejo de Narciso: poema que atenaza la mano y guía la estilográfica o las teclas del ordenador para decir entonces, una vez y nunca, lo conocido cuyo olvido nos coloca de nuevo ante su misterio… estanque de Narciso el poema donde el ser abreva su identidad panhumana… hace doce o quince años conocí a Omar Roldán; esto no es una cifra, sino el continente de lo que dos vidas, al encontrarse, forman entre sí: lazos de amistad, inquisiciones, complicidades, distancia, aplazamientos… formó parte de ese taller literario que celebrábamos mes a mes, desde 1995 hasta 2003 o 2005, en una cafetería -¿dónde más?- ubicua en Tulancingo… si me extiendo sobre éste me queda claro que quienes asistíamos a él lo hacíamos deseosos de ser preñados con la savia del poema, de que nuestra caligrafía larvaria pudiera resonar contundente en su ontología en las ondas concéntricas del estanque de Narciso, y tornara poesía después de ser confrontada con ferocidad despiadada en el taller… quizá círculo iniciático en torno a un destino que brotaba también inclemente y que se hacía oficio, rigor en la escritura, catalejo en la mirada para intuir lo estelar, filtro de los sentidos para que la piel recobrara su sensualidad… así, porfiados en la irredenta cartografía de lo poiético aparecieron las voces: Ana Vázquez, Armando Gómez Pozos, Laura Lara, Marco Ísgar, Omar Roldán, Antonia Cuevas… no es poca cosecha para una ciudad tener en su genealogía literaria, además de los que ellos mismos han formado, una sexteta de creadores… pero, decía: conocí a Omar hace ya una vida… la poesía irrumpe en nosotros de esa forma violenta en que una amante trastoca para siempre lo que hasta ese instante agónico y revelador era para nosotros un mar sin borrascas tamaño aburrimiento-; en Omar no fue la excepción; y si bien lo poético en tanto experiencia religiosa nos abruma con su azar, no es menos cierto que lo invocamos; esto es lo que recuerdo y reconozco del Omar de aquellos tiempos de nuestro taller: su permanente invocar la palabra poética para tejer con ella la arpillera de su propio estanque, para convocar la presencia del entorno y así permitir la advocación de lo real en versos donde pudiera reconocer esos dolores que nos dan medida, esas alegrías con las que también nos confirmamos; sí, un poeta sólo puede confirmar su destino cuando el poema le revela la hondura de su propio abismo, la oscuridad y el secreto sentido de la luz de su alma… y Omar lo ha venido haciendo a lo largo de este tiempo en sus poemas publicados, en los poemas a los que regresa una y otra vez y en aquellos que seguramente ha destruido: un poeta tiende un fino hilo entre su primer verso y aquel que lo aguarda en el futuro; y no hay distancia, el verso es el mismo pronunciado de diferente manera, acariciado por las olas o fugaz en el tráfago urbano… añoranza de los orígenes, el fogón del hogar familiar, el desayuno en la casa de la abuela, el descubrimiento de los aromas entrañables en la infancia, su advenimiento al mirar una fachada, una puerta, una ventana; el paisaje urbano; Tulancingo conquistada para la memoria y lo poiético; calles como geografía del sentimiento, rincones, plazas, atardeceres que se vienen encima con sus naranjas y púrpuras, con su oro que destella antes de la noche, huecos furtivos en los zaguanes o cuartos de hotel para el pathos amatorio; esto compone el ámbito poético donde se desplazan voz y sentidos de Omar Roldán, su palabra de cara a la verdad de la existencia, irrevocable aunque no se quiera… en la simple descripción del aroma de un pan surge preciso, por mediación del verso, el regazo nutricio, los días tutelados por el amor familiar, y también el dolor por la ausencia en que han quedado al paso de los años ante la peculiar indolencia en que vamos convirtiendo el milagro del recuerdo… de pronto, entre los versos de Omar atisbamos también nubarrones que anuncian lluvia sobre las calles de su ciudad, y se desata la tormenta, pero ésta es la de dos cuerpos que se abrasan, la de dos amantes que se acercan o rechazan… hasta este momento he podido entender la poesía de Omar Roldán como un cónclave de imágenes de la nostalgia –me pregunto qué otra cosa es la poesía sino eso-, nostalgia que asume la cualidad del paisaje urbano de Tulancingo –las calles de toda ciudad-, sí, ese que escapa a la mirada para poder describir lo que habita en su alma… ahora… sale de un puerto para arribar a otro muelle, el mismo, navega el verso en las latitudes del Viento y la Mirada, una poesía carnal, olfativa donde la añoranza es la urdimbre del tiempo y el espacio de la dicha, y también ese oleaje del abrazo y del adiós de los amantes; incisiva no por afilada sino porque penetra metáfora a imagen a decantada descripción de la experiencia vital el corazón de la conciencia y del alma, y hace de la palabra el lugar posible de la aparición del silencio, justa al revelar la intimidad del poeta, la evocación que hacemos de nuestros propios pasos… así leemos las obsesiones de Omar, la calidez y los aromas de la infancia en su asombro: Siete de la mañana/ y ya saltaba/ del raído camastro y del ensueño/ a respirar el agua de las fuentes… su internarse en el laberinto de lo sórdido: la adolescencia/ amistad traicionada,/ los prohibidos burdeles/ las cantinas/…/ un profundo vacío de todo y nada… el encuentro con la ciudad extraviado en el cíngulo inclemente del poema que anula la ceguera: Fatídico animal/ de anchas caderas/ y enormes senos/ de hierro y de concreto/…/ Cuando al fin duerme/ un poco/ es un barco fantasma… su habitar el tiempo a fuerza de recuerdos, táctiles, aciagos en las huellas dejadas al cuerpo: Noviembre es esqueleto cempazúchitl/ oráculo y zahúrda del año que termina/ Espiraesperma el viaje/ sobre este colchón que es mi barcaza…/…/ Decantada poesía los cuerpos tibios/ que abrazados cruzaron sin retorno/ el puente de la noche/ para ajustar los sexos… y su poesía alcanza también otros continentes, el bestiario de otros poetas que desde sus balcones, ahítos de vino y carne amada, recibían la mañana desnudos para iluminar a gritos y revelaciones las calles de su ciudad: La Alejandría de Durrell/ la de Cavafis./ Un viento suave y fresco/ se ha llevado la tarde… monólogo, el del poeta es una conversación desde su estanque de Narciso, paradoja en la que se incuba infernal para nacer luminoso y sonoro… breves los poemas y el aliento largo como la respiración de un dragón milenario, el del ritual de nombrar las cosas para que su existencia pueble de sentido al mundo, los cuerpos, del Viento y la Mirada de Omar Roldán… me detengo, no quiero definirlo y, sin embargo, es inminente la adjetivación… es un autorretrato, el de los sentimientos siempre confrontados ¿qué otra cosa puede ocurrir con ellos sino eso? Ser expuestos al azar de la existencia para que en ella alcancen cualquier dimensión, se cubran de heridas, se resabien o rediman a quien invistan con su gracia: /…/ el cúmulo de horas que soy/ pequeño si se compara/ digamos con el mar./…/febrero es miel que libera tu ponzoña/ y bálsamo que cura las heridas/ por tus labios dejadas en mi piel… lo cotidiano pendiente de la ausencia, ritmo cíclico, recta espiral donde agoniza el poeta de dolor y sí, anestesiado por los días, los años que lo separan de las evidencias que le gritan que está vivo, a pesar… ahora, en este momento del poemario publicado, el apartado Murmullos es declaración y testamento, conciencia brutal y lúcida de lo que el estanque de Narciso por fin revela: como me aflige la ausencia de mis padres,/ de mi hermano, de mi amigo/…/ como duele saberse descubierto de un íntimo secreto… sí, el poeta como sacerdote y como hombre incinerado: voz que es ámbito y ámbito que transmuta su materia ¿en qué? Eso sólo lo saben los poetas… sí, siempre y de cualquier modo lo cotidiano como savia del poema, sacralidad rutinaria donde la vida y la muerte pueden ser historiadas en ese espejo del Viento y la Mirada…
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*El siguiente texto fue leído durante la presentación del poemario "del Viento y la Mirada", de Omar Roldán, en la Feria del Libro Hidalgo 2010.
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