Lo primero que disfrute de Pachuca cuando llegue a ella, hace ya 18 años, fue caminar por sus calles. Recién desempacado del DF, resultaba una revelación para mi poder andar sin aglomeraciones de gente, puestos ambulantes, trafico excesivo, avenidas exigentes de una carrera para poder cruzarlas, etc. Esas primeras caminatas por el centro me permitieron conocerle y rápidamente adecuarme a esta airosa y soleada ciudad. Al paso de algunos años, me di cuenta de que mi proceso de adaptación había surtido total efecto cuando empecé a desesperarme y sentir nostalgia por aquella calma y tranquilidad encontrada entonces: el aumento del tránsito vehicular de la ciudad, las largas colas para entrar al cine, la espera para obtener una mesa en el restaurante, los tiempos para trasladarse por las calles habían aumentado.
Sin embargo, el hombre es un animal de costumbres y el hombre actual rápidamente se acostumbra a lo que la modernidad le exige. Ya para los pachuqueños (de nacimiento o adoptados), el frenesí de la gran ciudad en la que se ha convertido Pachuca es ya parte de la vida. Nunca con los extremos que se viven en el Distrito Federal, pero ya nos vemos enfrascados, de vez en vez, en un embotellamiento, una marcha de rijosos nos hace llegar tarde a nuestro destino y un puñado de sucesos que nos recuerdan el crecimiento de nuestra urbe; incluyendo por supuesto la infraestructura de puentes, avenidas, distribuidores y vericuetos laberinticos varios que en otros momentos de fortuna nos benefician y nos alegran por vivir en una ciudad en franco progreso.
En este diminuto ensayo del caos, se han añadido nuevos personajes urbanos. En las equinas o en los semáforos, inclusive en los topes de muchas calles, además de encontrar a los voceadores cargando media docena de periódicos distintos y algunos vendedores de chicles; podemos disfrutar de un espectáculo breve pero intenso de un payaso, un malabarista que lanza por los aires pelotas diurnas o antorchas nocturnas o un osado traga fuego; un limpiador displicente por liberar su auto del polvo acumulado en la carrocería, un vendedor de rosas o de productos varios que cambian según la época y el horario: juguetes a pilas, mascaras, artículos de belleza, formulas mágicas para adelgazar y hasta libros de frases y adivinanzas para niños. Como todo evento callejero, en ocasiones también desdibuja el dolor humano como el más lucrativo de los espectáculos, es así que a los semáforos pachuqueñas también se han endosado enfermos que con receta en mano y zonda colgante piden una limosna, madres de apariencia indígena que carga una tercia de pequeños sucios y mal nutridos, o solamente niños que han aprendido de memoria la lastimosa pregunta: “¿No me regala para un pan?”
Hay que decir que hace aproximadamente cinco años que los infantes trabajadores o limosneros comenzaron a aparecer en la ciudad, las autoridades del DIF crearon programas para rescatarlos de las calles y otorgarles un trato digno y esperanzador; programas que por cierto continúan y se expanden constantemente. ¿No será entonces que estos nuevos personajes de semáforo son recién llegados que buscan una manera de sustento con el único recurso que la gran megalópolis del centro les ofrecía? ¿O es que algunos de ellos sólo pueden acceder al oficio de la limosna por sus propias limitaciones físicas o intelectuales? ¿Tendrán de otra? Lo cierto es que por ahora los automovilistas deberán debatirse entre otorgar la moneda anhelada por ellos o dar una verdadera ayuda que puede expresarse de tantas maneras como la imaginación lo permita.
Será con seguridad un rasgo más que otorgará identidad a este apacible laberinto diario lleno de “minotauros” y “Teseos”; ¿en cuál de ellos nos convertiremos?
Me mudé de una ciudad grande a una de tamaño mediano. Aunque aquí tienen congestión de tráfico, delincuencia, pobreza, etc. no es al grado exagerado de una ciudad como Los Angeles. Trato de encontrar un equilibrio entre los aspectos positivos y negativos de vivir en una ciudad de tamaño mediano. Pero a veces, las horas de ciertos establecimientos me dan dolor de cabeza (bibliotecas que se abren a las doce y cantinas que cierran a las nueve).
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