Paco Ignacio Taibo I
Es un alto honor recibir este Premio Nacional de Periodismo por trayectoria, hoy fuera de manos oficiales, sobre todo, por el hecho de que lo otorga un jurado de pares, compañeros de un noble oficio que hacen a un lado rivalidades y envidias posibles para reconocer a sus colegas. Me enorgullece pertenecer a este gremio y felicito desde el fondo de mi corazón a todos los premiados.
Empecé a ser periodista sobre un par de ruedas, como cronista de ciclismo en los años cincuenta y hoy, tanto tiempo después, como podrán ver, sigo sobre ellas. Tal vez un poco más cómodo y con un poco más de ayuda.
Permítanme una breve disquisición acerca del oficio periodístico y de su vertiente cultural, a la que he dedicado gran parte de mi vida y de la que no me arrepiento ni un ápice después de más de 60 años de ejercicio continuo.
Estoy convencido que el ser periodista no es más que convertirse en una extensión de los ojos que no están allí para ver, los oídos que no están allí para escuchar y en algunas honrosas ocasiones, en la voz de los que no pueden hablar tan alto como quisieran para ser escuchados.
Un oficio gratificante, sí, y en ocasiones terrible, porque ser la voz de otros te pone en la mira de los más oscuros intereses y en blanco del poder y sus acechanzas. Un oficio que paga mal y que en ocasiones se cobra con la propia vida como bien saben dos de las premiadas, que no están aquí para recibir nuestro homenaje: Teresa Bautista y Felicitas Martínez de la radio comunitaria de San Juan Copala, Oaxaca. Un oficio donde, si nos permitimos olvidar, estaremos condenados, una y otra vez a repetir el oprobio, la vergüenza y la desazón.
Un oficio gratificante, sí, y en ocasiones terrible, porque ser la voz de otros te pone en la mira de los más oscuros intereses y en blanco del poder y sus acechanzas. Un oficio que paga mal y que en ocasiones se cobra con la propia vida como bien saben dos de las premiadas, que no están aquí para recibir nuestro homenaje: Teresa Bautista y Felicitas Martínez de la radio comunitaria de San Juan Copala, Oaxaca. Un oficio donde, si nos permitimos olvidar, estaremos condenados, una y otra vez a repetir el oprobio, la vergüenza y la desazón.
Un oficio en el que, si nos callamos una sola vez, nos quitarán para siempre la voz y la palabra.
Un oficio en el que la única credencial válida es la propia palabra.
La moral, contra la siniestra lógica de un oscuro personaje de nuestro México, no es ese árbol que da moras. Es más bien, un almohada, no siempre mullida que nos permite dormir por las noches y dar de comer a nuestros hijos sin una pizca de remordimiento, haciendo lo que sabemos hacer. Ética significa no estar a la venta, estética es simplemente ponerse guapo a la hora de plantar la renuncia sobre la mesa.
Muchas generaciones de periodistas estuvieron a mi lado: algunos dicen que aprendieron mucho de mí y yo digo que todos los días aprendí algo de cada uno de ellos; mis hijos en broma me llamaron en alguna época “El Dr. Frankenstein” porque decían que creaba monstruos y luego no sabía que hacer con ellos.
Lo que puedo decir es que aprendimos juntos y que la escuela, la verdadera escuela de periodistas es la calle y la redacción, las noches en vela buscando las palabras correctas, las largas caminatas buscando información y las cientos de negativas a las que uno se enfrenta a lo largo de la vida.
Aprovecho hoy que tengo la voz y la palabra, y este público cautivo y generoso para exigir el regreso de las secciones culturales a nuestros periódicos, que avasallados por la televisión, la radio y el Internet, quieren parecerse a ellos sin saber que son únicos y especiales y que si acaso, sólo deben parecerse a si mismos.
Hoy, esas secciones culturales, o desaparecieron, con honrosas excepciones que marcan la tendencia, o están arrinconadas entre bodas, bautizos o espectáculos. Parece ser que la cultura no vende, o eso me dijeron. Y la cultura, lamento informarles, no está hecha para vender sino, acaso, para congraciarnos con el mundo, con la inteligencia, con lo mejor de nosotros mismos.
Sí no están allí las secciones culturales, ¿como sabremos quiénes son los jóvenes poetas?, ¿donde se estrenan las obras de incipientes dramaturgos?, ¿como es de bello el giro que hace en el aire esa pequeña bailarina que apenas comienza? Priva el escándalo, muy de boga en nuestro tiempo.
Para algunos siempre es más importante el saber cuanto cuesta el festival que lo que este significa para todos aquellos que puedan disfrutarlo. Los museos no existen a menos que un temblor los derrumbe desde sus cimientos. Los poetas no están presentes a menos que haya que escribir sus obituarios. Hoy, hay un nuevo género periodístico llamado transparencia, peticiones de información administrativa que ni a mí ni a los lectores nos están contando todo lo que verdaderamente queremos saber.
Sí no están allí las secciones culturales, ¿como sabremos quiénes son los jóvenes poetas?, ¿donde se estrenan las obras de incipientes dramaturgos?, ¿como es de bello el giro que hace en el aire esa pequeña bailarina que apenas comienza? Priva el escándalo, muy de boga en nuestro tiempo.
Para algunos siempre es más importante el saber cuanto cuesta el festival que lo que este significa para todos aquellos que puedan disfrutarlo. Los museos no existen a menos que un temblor los derrumbe desde sus cimientos. Los poetas no están presentes a menos que haya que escribir sus obituarios. Hoy, hay un nuevo género periodístico llamado transparencia, peticiones de información administrativa que ni a mí ni a los lectores nos están contando todo lo que verdaderamente queremos saber.
Me parece imprescindible que el acceso a la información sea expedito e irrestricto y que las instituciones den cuenta clara y puntual de sus actos y sus pagos. Pero también me parece imprescindible que los periodistas culturales cuenten lo que queremos todos que nos cuenten, que no es más que lo que ven, lo que escuchan, lo que viven. Hay que quitarnos de encima la carga de pertenecer a esa entelequia llamada “opinión pública” para empezar a preocuparnos de una vez por todas de “la opinión del público”, ese que está al otro lado de las páginas del diario queriendo saber todos los días más.
¿En que momento perdimos la brújula, el rumbo, la generosidad para ser los ojos, los oídos y a veces la voz de los más?
¿En que momento perdimos la brújula, el rumbo, la generosidad para ser los ojos, los oídos y a veces la voz de los más?
Abramos nuestras páginas a cronistas, críticos, moneros, observadores puntuales de nuestro acontecer cultural y creadores ellos mismos. Apostemos al caballo de la inteligencia y veámoslo correr, sólo hacia la meta.
Recibo este premio con enorme placer y lo comparto por merecimientos propios con Maricarmen, que siempre ha estado a mi lado, desde el inicio de los tiempos, desde que tengo memoria. Sigo sobre ruedas, viviendo la maravillosa vida que me toco vivir.
Para finalizar solamente, permítanme terminar con una frase de un gran amigo que me acompañó un largo trecho en esta aventura: El gato culto, que si estuviera aquí seguramente diría:
“LOS PREMIOS NO ME IMPORTAN, EXCEPTO CUANDO ME LOS DAN A MÍ”.
Muchas gracias.
*En 2007, el jurado del Premio Nacional de Periodismo concedió a Paco Ignacio Taibo I el galardón a la Trayectoria Periodística. A continuación reproducimos su discurso al recibirlo.
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