La ciudad de los vientos me escupió recién la madrugada. La noche oscura, ennegrecida, se mostró vertiginosa por la ventanilla del autobús. El dolor en la garganta era intenso e insensato, ni siquiera la calma un aeropuerto cuyas tripas se mueven a toda hora. El vuelo sale en punto y las nubes son el camuflaje pulcro de la tierra que nos jala. El dolor en la garganta ha conquistado otros lares: los oídos. La paciencia se extingue entre los 30 y los 10 mil metros. Al fin el suelo firme, el corazón ya sabe que el dolor presente será suyo hasta que vuelva a su pecho. La ciudad blanca me recibe calida, reluciente. Al cabo de un par de horas, me consumo con la Messenger cruzada al pecho. Ella me falta.
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