La miraba mientras hablaba. La escuchaba también, quiero decir, pero sobre todo la miraba. Como si entre nosotros se hubiera levantado un muro transparente de silencio y el leerle los labios fuera mi única posibilidad de saber lo que con tanto interés me decía. De la boca, mis ojos viajaban de vez en vez a sus ojos, expresivos y oscuros, que se abrían un poco más cuando la emoción de su historia la desbordaba. Esa horriblemente hermosa soledad, me decía, ¿nunca la has sentido? Sus manos también papeloneaban después de abandonar el cigarro a la suerte de consumirse por sí mismo en el cenicero. Tal vez sea la necesidad de pertenecer. ¿Y no es eso lo que te ata a ese recuerdo tan tormentoso?, Pregunté con cierto temor de herir sus sentimientos. Sí. Tienes razón. Sus ojos humedecidos se clavaron en mí como si fuese la primera vez que la mirara. En la verdadera primera ocasión que la miré me pareció una mujer hermosa, en este momento nunca creí poder verla más hermosa.
Has salvado varias vidas. Río, sí, tal vez tengas razón. Incluyendo la mía, le dije.
Has salvado varias vidas. Río, sí, tal vez tengas razón. Incluyendo la mía, le dije.
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