José Manuel Solá
Naturalmente, es evidente que plagio parcialmente la célebre frase del poema de Benedetti, "Usted preguntará por qué cantamos", trastocándola un poco, pero con la mayor ternura y reverencia hacia el gran poeta uruguayo.
Hace cerca de un año un joven estudiante me hizo la siguiente pregunta sincera y evidentemente sin ánimo de controversia y que no obstante me sacudió y sobresaltó por un instante: "¿Para qué sirve la poesía?"
Con la misma sencillez y naturalidad le pedí que mirara a su alrededor, que contemplara todo. Estábamos en un parque de Buenos Aires. Lo dejé mirar por un buen rato en silencio. Finalmente se volvió a mi y con una media sonrisa me dijo tímidamente: "Ya. ¿Y bien?"
Entonces le pregunté: ¿Para qué sirven las flores? ¿Para qué sirven la brisa, la lluvia, los pájaros, los matices del alba, las orugas, la corteza de los árboles... para qué sirven las palabras, las velas y los mástiles de los veleros, las redes de los pescadores, el bastón de los ancianos, para qué sirve la vida misma...? y otras cosas más que ahora no recuerdo. Como si fuese una asignación escolar o una lección de química, me fue enumerando la utilidad de cada cosa. "Pues todo eso se encuentra en la poesía", le dije finalmente mientras él me miraba algo extrañado.
Sin embargo, la pregunta sincera y sencilla de aquel muchacho me ha perseguido por mucho tiempo. ¿Para qué sirve la poesía? Más terrible que eso: ¿para qué diablos servimos los poetas? Y ha habido ocasiones en que he llegado a responderme, dudando, claro: la poesía, para todo; los poetas... para nada.
A través del tiempo en que vine escribiendo y a medida en que iba conociendo a otros autores, iba abriendo los ojos y descubriendo lo egoístas, lo centrados en sí mismos, que son la mayor parte de los poetas y los artistas. No todos, naturalmente, pues he visto también que cuanto mejor es un artista o un poeta, mayor es su generosidad y su capacidad para ser solidario. Pero, esos son los menos. Obviamente, lo que opté en un momento dado fue dejar de mirar en dirección a los primeros, porque... ¿para qué?, ¿para entristecerme al conocer la miseria de sus espíritus pequeños?
Pero llegó un momento en que dejé de escribir poesía. No puedo precisar el día exacto en que se dio la epifanía que me llevó a ese abandono. Tal vez fueron varios los factores que incidieron en mi ánimo y tal vez hubo uno que actuó como agente catalítico en una decisión que probablemente había tomado hacía tiempo y que sencillamente aún no había descubierto porque se encontraba agazapada en el subconsciente.
Pero veo cuanto ocurre a mi alrededor, es decir, en el planeta y me digo: "y sin embargo, siguen cantando los poetas". Es decir, siguen, sí, cantando, danzando enajenados, enamorados de sí mismos, enamoradísimos -enchulados- de sus propias angustias existenciales a las que morbosamente cantan en noches de plenilunio, en aquelarres vanguardistas o posmodernistas -según sea el caso- mientras se ungen con especias orientales... y cantan para sí mismos porque su propósito no es llegar al corazón o a la sensibilidad del otro sino que se les admire por la genialidad de su incomprensible discurso seudo lírico. Su único compromiso es con sí mismos.
Y el mundo sigue igual. No, no, igual no, perdóneme. Peor. ¡Y me pregunta usted por qué no canto!
Naturalmente, es evidente que plagio parcialmente la célebre frase del poema de Benedetti, "Usted preguntará por qué cantamos", trastocándola un poco, pero con la mayor ternura y reverencia hacia el gran poeta uruguayo.
Hace cerca de un año un joven estudiante me hizo la siguiente pregunta sincera y evidentemente sin ánimo de controversia y que no obstante me sacudió y sobresaltó por un instante: "¿Para qué sirve la poesía?"
Con la misma sencillez y naturalidad le pedí que mirara a su alrededor, que contemplara todo. Estábamos en un parque de Buenos Aires. Lo dejé mirar por un buen rato en silencio. Finalmente se volvió a mi y con una media sonrisa me dijo tímidamente: "Ya. ¿Y bien?"
Entonces le pregunté: ¿Para qué sirven las flores? ¿Para qué sirven la brisa, la lluvia, los pájaros, los matices del alba, las orugas, la corteza de los árboles... para qué sirven las palabras, las velas y los mástiles de los veleros, las redes de los pescadores, el bastón de los ancianos, para qué sirve la vida misma...? y otras cosas más que ahora no recuerdo. Como si fuese una asignación escolar o una lección de química, me fue enumerando la utilidad de cada cosa. "Pues todo eso se encuentra en la poesía", le dije finalmente mientras él me miraba algo extrañado.
Sin embargo, la pregunta sincera y sencilla de aquel muchacho me ha perseguido por mucho tiempo. ¿Para qué sirve la poesía? Más terrible que eso: ¿para qué diablos servimos los poetas? Y ha habido ocasiones en que he llegado a responderme, dudando, claro: la poesía, para todo; los poetas... para nada.
A través del tiempo en que vine escribiendo y a medida en que iba conociendo a otros autores, iba abriendo los ojos y descubriendo lo egoístas, lo centrados en sí mismos, que son la mayor parte de los poetas y los artistas. No todos, naturalmente, pues he visto también que cuanto mejor es un artista o un poeta, mayor es su generosidad y su capacidad para ser solidario. Pero, esos son los menos. Obviamente, lo que opté en un momento dado fue dejar de mirar en dirección a los primeros, porque... ¿para qué?, ¿para entristecerme al conocer la miseria de sus espíritus pequeños?
Pero llegó un momento en que dejé de escribir poesía. No puedo precisar el día exacto en que se dio la epifanía que me llevó a ese abandono. Tal vez fueron varios los factores que incidieron en mi ánimo y tal vez hubo uno que actuó como agente catalítico en una decisión que probablemente había tomado hacía tiempo y que sencillamente aún no había descubierto porque se encontraba agazapada en el subconsciente.
Pero veo cuanto ocurre a mi alrededor, es decir, en el planeta y me digo: "y sin embargo, siguen cantando los poetas". Es decir, siguen, sí, cantando, danzando enajenados, enamorados de sí mismos, enamoradísimos -enchulados- de sus propias angustias existenciales a las que morbosamente cantan en noches de plenilunio, en aquelarres vanguardistas o posmodernistas -según sea el caso- mientras se ungen con especias orientales... y cantan para sí mismos porque su propósito no es llegar al corazón o a la sensibilidad del otro sino que se les admire por la genialidad de su incomprensible discurso seudo lírico. Su único compromiso es con sí mismos.
Y el mundo sigue igual. No, no, igual no, perdóneme. Peor. ¡Y me pregunta usted por qué no canto!
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