lunes, 25 de abril de 2016

Chernóbil, un enemigo incomprensible



El próximo 26 de abril se cumplirán treinta años del peor accidente tecnológico de la historia de la humanidad: el accidente nuclear de Chernóbil. En los primeros minutos de aquel sábado de abril de 1986, el reactor número cuatro voló por aires cuando el ensayo de un nuevo sistema de seguridad provocó una reacción en cadena. A partir de aquel momento fueron arrojadas a la atmosfera una cantidad incalculable de partículas radioactivas que no solamente contaminaron los territorios cercanos a la Central, sino que viajaron en una nube radioactiva sobre Europa, los primeros días y se calcula que por cada rincón del planeta en los siguientes años.

El impacto sobre la población asentada al sur de Ucrania (lugar en la que se ubica Chernóbil) y al norte de Bielorrusia, resultaron altamente afectadas por la radioactividad que cayó sobre sus pueblos, sus sembradíos, sus bosques, sus ríos. El impacto que tuvo el accidente ha generado una gran cantidad de documentales, análisis periodísticos y ensayos; “Voces de Chernóbil / Crónica del futuro” es tal vez el testimonio más crudo y profundo de todos ellos. Su autora, la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, comenzó a darle forma al contemplar, una década después del accidente, el impacto que la radiación había tenido en la población de su país no solo físicamente, también espiritual, ideológica y hasta filosóficamente. Y es que por irónico que parezca, aunque Chernóbil no está en Bielorrusia, fue en esa entonces república soviética donde fue vertido el setenta por ciento del veneno radioactivo.

Alexiévich comenzó a realizar entonces una serie de entrevistas, lo mismo a habitantes de las zonas contaminadas, viudas de los héroes que murieron combatiendo los residuos radioactivos, los soldados que vigilaron las evacuaciones y controlaron el acceso a las zonas de exclusión, científicos que investigaron el accidente y sus consecuencias, artistas, escritores, médicos: todos convertidos en mujeres y hombres de Chernóbil.

Tras una nota histórica para contextualizar al lector menos avezado, una primera historia de amor interrumpida por la radioactividad de accidente y una auto entrevista de la propia Svetlana, el libro se estructura en tres capítulos: “La tierra de los muertos”, “La corona de la creación” y “La admiración de la tristeza”; cada uno establecido como una tragedia griega donde a partir de monólogos los personajes (en este caso, no ficticios) describen de viva voz su dolor y su angustia, sus recuerdos y sus esperanzas, de vez en vez un coro irrumpe en la lectura para mostrar que el dolor y la confusión se convirtieron rápidamente en un legado colectivo que transformó la personalidad y el devenir de todo un pueblo. Mujeres, hombres, niños, ancianos, se transforman en voces que narran lo ocurrido como para quien busca respuestas en el futuro, como quien sabe que el pasado ha determinado nuestro destino sin consultarnos. 

En más de una ocasión, durante la lectura de “Voces de Chernóbil…” uno debe detenerse, para reflexionar en el mejor de los casos, para llorar en el más honesto de ellos. La desgracia humana que describe se ha convertido en una vergonzosa enseñanza para la raza humana y su “poderío” de creación. Hasta el día de hoy, casi treinta años después, las causas son conocidas, las consecuencias no; Chernóbil es aún un muerto que respira, un enemigo indescifrable. Lo más parecido a la eternidad.

No es extraño que el libro tenga en sus extremos —al principio y al final— historias narradas por esposas de hombres que murieron por consecuencia de Chernóbil (uno de los primeros bomberos en llegar al lugar a apagar el incendio inicial provocado por la explosión y el otro, un “liquidador””, nombre asignado a los hombres enviados a “liquidar” el accidente y que recibieron dosis letales de radiación); porque a pesar de todo el reclamo, el miedo, el terror que contiene, es un libro que habla de amor.

Este libro forma parte de una breve, pero contundente obra que la Academia Sueca premió con el Nobel de Literatura en el 2015, confirmando en la persona de Svetlana Alexiévich que el periodismo, ejercido con pasión, se transforma en un verdadero y hermoso género literario.

Antes de terminar lo invito a compartir juntos más recomendaciones literarias, acompáñeme el próximo sábado en punto de las 18:30 horas en el programa de radio “Bibliófono, literatura para escuchar”, que se trasmite por Bella Airosa Radio, 98.1 de frecuencia modulada. Hasta entonces.

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