miércoles, 15 de enero de 2014

Siete reflexiones —más una—, sobre la muerte de Juan Gelman.

La muerte de Juan Gelman me ha consternado, como la promesa confirmada de que jamas volverá a llover en el desierto; la arena, a pesar de todo, está resignada.

Intenté entrevistarlo un par de veces. Me tragaré mis preguntas para siempre.

El primer poema que leí de él fue "Ausencia de amor". Todos los día, en algún momento del trajín, resuena en mi cabeza " Será ya como sea...". Tal vez porque vivo en un "país de pechos tan lejano".

Recuerdo leerlo febrilmente desde entonces. De releerlo a escondidas de mi mismo. De aspirar a su osadía poética.

El último libro que robé de una librería fue "Valer la pena" de Gelman. No me arrepiento ni un ápice. Ese libro lo robaría mil veces.

De ese libro tomé la epígrafe para un libro sobre mis abuelos muertos, que no me atrevo aún a empezar. Y es que yo "nunca tuve un mi abuelo que ganara una batalla" como decía León Felipe.

Gelman era mi abuelo que sí había ganado una batalla. Él no lo sabía, por supuesto. 

Me confieso triste. Aún con la corbata bien anudada de hoy. Triste. Simple, pero profundamente, triste.

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