martes, 28 de enero de 2014

Dulce como nombrarte

Emiliano Páramo

Hace unos días murió Juan Gelman. Todo lo que pueda decir hoy, sale sobrando. Eso publicó en su muro de Facebook, Benito Taibo. Jaime Sabines le escribió a su padre: Nunca frente a tu muerte nos paramos a pensar en la muerte, ni te hemos visto nunca sino como la fuerza y la alegría...

¿Qué se hace frente a la muerte de los imprescindibles? Durante estas dos semanas de ausencia en esta columna, queridos amigos, intenté escribir una y mil veces algo que no sobrara sobre Juan Gelman, sin conseguirlo. Yo creí que había leído poesía, hasta que lo leí. Había estado ciego antes de leer: …lo que hacemos en nuestra vida privada es cosa nuestra/dijeron/las Seis Enfermeras Locas del Pickapoon Hospital de Carolina/mientras movían sus pechos con una dulzura tan parecida a Dios/¿y si Dios fuera una mujer? alguno dijo/¿y si Dios fuera las Seis Enfermeras Locas de Pickapoon? dijo alguno/¿y si Dios moviera los pechos dulcemente? dijo/¿y si Dios fuera una mujer?

Ante esta escapada espada de la boca de Dios, lo único que puedo es nombrar a Juan desde el relato del entierro de mi padre, que ojalá sirva para decirle que nos va a hacer falta:

Anocheció temprano

Anocheció temprano/el día que te enterramos, papá./Trajimos en una caja de cartón/papel picado y cal en polvo,/para ahuyentar la culpa/del lecho de tu encierro.

Te pusimos entre nardos y cuero pitiado,/la congoja que nos consagró/el descuido.

Llegamos en manojo a socavar la tierra:/imposible matriz,/capullo,/vientre combo/de una madre que no quería reconocerte.

Regamos con tequila y sal/la orilla de la fosa. /Tus mujeres hicieron cruces con saliva/en los postigos del tronco/que es ahora tu caja.

Qué muerte más hermosa,/si no fuera la tuya.

Por las heridas de bala te manaba sahumerio/y el tufo herrumbroso de los besos/que un día/recogiste entre maizales./Te vestimos de charro/y te arrojamos puños de tierra/con sangre arrodillada.

¿Qué brotará, Señor,/del tepetate, después de esta vigilia?/¿Quién habrá de llenar/las noches de este pueblo,/del susto de un caballo negro/que sigue el rastro de una mujer/en pos de tus espuelas?

¿Dónde voy a encontrar tus ojos,/hoy que la muerte/canceló los astros que habitan la negrura?

Nunca aprendí a tirar manganas, papá. /No montaré tu dosalbo/en una cala de domingo. /No cerraré los desfiles como tú:/sobre azabache y torbellino/de banderas. /Nunca cantaré como lo hacías.

Nada de lo que queda se te parece; /sólo subsiste soledumbre/y el rescoldo de los odios de San Dios, /que se ha empozado como a la incuria, /sobre este pueblo/donde nos crece soterrada/la andancia del olvido.

Han venido desde más allá/donde alcanza la mirada, /a comprobar que es cierto; /nadie lo hubiera creído, /de no ser porque enterraron sus dedos/donde te dieron bala.

Me seguirás haciendo falta, señor:/arca de alianza entre mi madre y tus pupilas, /torre de amor desbarrancado/entre palomas, /águila negra que desciende/sobre el origen de este nombre/que me puso mi madre intentado detenerte.

Soy yo, el hijo que le hiciste a María; /párate, /abre los ojos, /te llamo/desde el hondo dolor/que apuran los cuchillos. /Sacúdete; /di que no es verdad/el tizón herrumbroso de estas horas, /di que la noche vendrá cantando/desde tu boca, /di que son mentira/estos nardos que ahogan la esperanza, /dime/que sólo estás/durmiendo la mona y la tristeza.

Urge la noche, papá. /Traigo insaciable codicia/del fuego de la calle.

Pero proclaman que el odio ronda, /que a mí también me cercarán/antes que caiga esta luna; /pero si toca, /qué más da, que sea como al destino. /Que venga la muerte abierta de las zancas; /que sea, /pero si es, /que manos de mujer me maten.

Mi amigo Alus Jota publicó esa mañana: El día de por sí era triste y frío, ahora el frío se hace de lado pero la tristeza se acumula: recibo una de esas malas noticias que espero el año no traiga más. Murió Juan Gelman. La eternidad ya era suya y no tengo palabras para despedirle de buen modo. Hasta siempre, Juan, hermoso viaje. Gracias por toda la belleza.

Conozco a la muerte, la he visto trabajar y llamar a mi puerta, pero a pesar de los años, nunca podré entender la muerte de los necesarios. Sé que muchos a su muerte se vuelven eternos, pero yo soy egoísta y los reclamo de cuerpo y conciencia presentes. Lo voy a extrañar, igual que muchos pero sólo como yo. Dice Gelman en “Anclado en París”: Lo extraño mucho verdaderamente,/sus ojos se llenaban a veces de desierto/pero sabía callar como un hermano/cuando emocionado, emocionado,/yo le hablaba de Garlitos Gardel… Falta tango esta noche.

Jamädi…

No hay comentarios.:

Publicar un comentario