La novelista
francesa Delphine de Vigan dijo no hace mucho que “las épocas se resumen, en
nuestra memoria, en los lugares que las contienen”; muchas veces esos lugares,
son libros.
La memoria del
tizayuquence Federico Arana ha permitido que una época se resuma en un libro,
el cual acaba de tener una reedición (la quinta ya) el año pasado con auspicio
del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo: se trata de “Las
jiras".
La novela
apareció originalmente en 1973, tras haber ganado el Premio Xavier Villaurrutia
de ese año, dentro de la colección Nueva Narrativa Hispánica de la editorial
Joaquín Mortiz. A partir de allí tuvo tres ediciones más: en 1981 otra vez en
la misma editorial, en 1986 en la colección Lecturas Mexicanas editada por la
SEP y en 1997 bajo el sello Grijalbo.
“Las jiras” narra
las aventuras de los cinco integrantes de “Los hijos del ácido”, rocanrolera
agrupación que desilusionada por la falta de oportunidades para mostrar su
música y el negro panorama que ofrece el México sesentero ara los jóvenes,
deciden probar suerte en el norte de nuestro país para después dar el salto al
oro lado. La voz narrativa pertenece al Amarillo, el guitarrista de la banda
quien través de sus ojos nos permite conocer la personalidad de cada uno de sus
amigos, pero también el ambiente de una época marcada por la desilusión y el
pesimismo de una juventud que lucha por encontrar un lugar en un mundo que no
le ofrece ninguna oportunidad de pertenecer.
A la postre y
después de un par de “jiras” más caóticas que exitosas en los “yiunaites”, el
grupo será deportado y se desintegrará tras la más surrealista de sus tocadas;
cada uno de los integrantes encontrara su destinos, en particular el Amarillo,
quien no podrá evitar ser enviado a la guerra de Vietnam.
La novela está
escrita de forma ágil, irónica y sumamente divertida, hay páginas enteras que
le arrancan carcajadas plenas al lector, pues logra reproducir la forma de
hablar que la juventud de finales de los años 60 utilizaba, llena de un caló
basado en la agilidad mental y la diversidad lingüística. En sus páginas no
solamente encontrará el lector situaciones picarescas y chuscas, sino también
ingeniosas y albureras conversaciones que nos asoman a las costumbres sócales y
expresiones culturales de un México (particularmente del centro del país)
pintoresco y añorado.
Federico Arana
nació en 1942, biólogo de formación (con doctorado), es además escritor,
músico, pintor y caricaturista. En su faceta de músico, desde 1959 ha formado
parte de grupos como “Los sonámbulos”, “Los Sinners” y “Naftalina”, donde aún
rocanrolea. La amalgama de su cuatro facetas le ha permitido explorar la
literatura como escaparate de todas ellas, no solamente en “Las Jiras”, pues
Arana es también autor de “Guaraches de ante azul. Historia del rock mexicano”,
título considerado “la biblia” de los roqueros y un hito en la historiografía
de la música mexicana.
Esta nueva
edición es, como bien señala su cuarta de forros, un puente generacional para
que nuevos lectores conozcan la obra de Federico Arana, y para constatar que
las aspiraciones juveniles no han cambiado mucho con los años, lamentablemente
tampoco sus frustraciones. Resulta como una capsula del tiempo, que se abre
para permitir a sus nuevos lectores una asomada a una época que permanece
impoluta dentro de sus páginas.
“Las jiras”, en
esta edición que además busca celebrar su 40 aniversario, abre con una breve
pero sustanciosa entrevista que Elena Satibañez le realizó al autor en 2013;
ahí conocemos un poco más de lo que envuelve a la novela y la amanera en que su
autor ha convivido con ella. Sin embargo en estas nuevas “jiras” se extrañan
los dibujos realizados por el mismo Arana y que adornan –dotando de una
personalidad extravagante– la primera edición, sugiriéndonos los rostros del
Cerdo, el Foco, el Blondidudi (quien es el atormentado achichincle del grupo) y
del Tamal quien en algún momento de la historia le pregunta a su mejor amigo el
Amarillo “Por cierto, ¿Por qué escribes jiras con jota?” (pregunta que
seguramente usted también se está haciendo estimado lector), alzando una copa
el Amarillo responde “Pues por la etimología, salucita”
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