jueves, 3 de junio de 2010

Un año sin Benedetti


Llevaba todo el día caminado. Me faltaban escasos pasos para la última reunión de una larga lista que había programado para aquel día. Me detuve frente a la puerta y antes de oprimir el timbre, revisé el móvil que vibraba al recibir un mensaje. El remitente era una gran amiga mía, el mensaje: “Murió Mario”. Dos palabras que sólo se diferencian por una letra y un acento. Una oleada de sangre fría recorrió mi cuerpo. a partir de ese momento mi paso tomaría otro ritmo, así como el caminar de millones de lectores en decenas de países. La noticia recorrió el mundo rápidamente, no era para menos, Mario Benedetti era uno de los autores más conocidos y leídos de América Latina, navegó prácticamente por todos los género literarios y dejó una vasta obra que ha sido recuperada para las generaciones más jóvenes en múltiples reediciones.



Benedetti significó para mucha gente la entrada a la poesía, su sencillez lingüística contrastaba con su complicada estructura sin signos de puntuación ni mayúsculas; ambas características permitían el libre tránsito del lector por sus poemas. Casó inverso sucedía con sus ensayos; profundos y abigarrados ofrecieron una perspectiva nueva al tema que pesquisaban, sobre todo cuando eran literarios o políticos. Su teatro arrojó renovada sencillez a la forma e intensidad vivencial al contenido. La crítica fue feroz en la obra que el uruguayo urdió en estos géneros, pocos lo tomaron en serio como poeta y dramaturgo. Sin embargo, su obra narrativa dejó honda huella en la literatura latinoamericana a partir de la mitad del Siglo XX; “primavera con una esquina rota”, “Montevideanos” y “La Tregua” (entre muchas otras) fueron obras que retrataban una realidad que Mario tenía al alcance de la mano, y reflejaban una realidad que ocurría en todas las ciudades de nuestro continente hispano. Los lectores que lo prefirieron se cuentan por hordas y en este año pocos han sentido su ausencia, será porque su presencia se desborda en cada ejemplar de sus libros que alguien carga bajo el brazo, que otro lee a un amor ido, una voz que a tientas escudriña los silencios escondidos entre cada letra. El puñado de poemas por el que lo recordamos más sentidamente habita en la conciencia colectiva de tres generaciones, quienes crecimos y nos formamos con la inconfundible música de sus cuarenta teclas. Sus últimos libros, poco gustados entre su gran público, pero profundamente apreciados por sus lectores más fervientes, resultaron una ensayo sobre la reflexión de la muerte, un ensayo de la ida que se avecinaba.



Murió un domingo, como un susurro apenas audible. Pero él mismo sabía todas las cosas que nos dejaba, las lecciones que con sus versos aprendimos, la teoría del exilio que todos llevamos dentro: usted aprende / y usa lo aprendido / para volverse lentamente sabio / para saber que al fin el / mundo es esto / en su mejor momento una nostalgia / en su peor momento un desamparo / y siempre siempre / un lío // entonces / usted muere.

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