martes, 29 de diciembre de 2015

Aguantar sin caminar hasta el final



Comencé a correr hace seis meses, como regalo personal para mi propio cumpleaños. A partir de entonces no solo he ido descubriendo las sorpresas que encierra esta actividad deportiva, también he ido adentrándome en un mundo lleno de peculiaridades y perfectamente bien organizado, incluso diría yo, identificado en exceso. Hoy en día una gran mayoría de personas son runners, yo prefiero llamarlos “corredores” aunque la hispanización del termino no demerita en lo absoluto la actividad, por el contrario. Lo que por momentos incomoda, para ser sinceros, es que  muchas de las personas que son corredores, se definen por correr, antes que tomar el footing como una pieza más del rompecabezas que seguramente es su personalidad. Otras personas, que también son corredores, mantienen esta actividad precisamente así, como un objeto dentro de la caja de Pandora que seguramente es su corazón. En estos tiempos de redes sociales, cada una de la variantes de la especie es fácilmente identificable y unos más que otros tenemos la facilidad de parecer odiosos.

Una de esos corredores que viven apasionadamente el correr sin que esto apabulle su vida es el escritor japonés Haruki Murakami, quien lo deja claro en su libro “De qué hablo cuando hablo de correr”, publicado por Tusquets en 2007. 

El libro es una especie de diario de carrera, unas “memorias” como prefiere describirlas el autor, sin embargo, se constituye como un ensayo sobre el correr… pero también sobre el escribir novelas. Muarakami siempre afable e interesante, nos deja entrar en un mundo desconocido para muchos de sus lectores (los cuales nos contamos por miles en todo el mundo), donde el novelista viste tenis, pantaloncillos y camiseta de tirantes y salé a recorrer al menos 10 kilómetros cada día. Los lectores nos metemos pues, como ocurre cada que abrimos un libro del autor, lentamente, como el agua que ya conoce el camino secreto en el tejado para apoltronarse como una mancha en el cielo raso de una habitación; observamos entonces las reflexiones de un hombre que comenzó a correr a los 33 años, apenas 3 años después de haber publicado su primera novela, y como ha convertido, a lo largo de casi 30 años, la carrera no solo como una actividad para mantenerse en forma, sino como una metáfora de su actividad como contador de historias, una metáfora de la propia vida.

En nueve capítulos y un epílogo, Haruki Murakami enlista a partir de su propia experiencia, las característica de todo buen corredor, el talento (sí, el talento), la constancia (reflejada en el golpeteo constante de los pies sobre el asfalto, como “el golpeteo de un herrero” lo describe el autor), y la capacidad de concentración (tal como hacia Raymond Chandler, que se sentaba todos los días al escritorio aunque no tuviera nada que escribir, sólo para ejercitar la concentración). Todas ellas, características imprescindibles en un novelista.

La carrera cotidiana llevó al autor no solo a mejorar su salud y condición física, sino a competir en al menos 26 maratones (al terminar de escribir este libro), y media docena de triatlones, momentos estos últimos donde también se reflexiona sobre nadar en el mar y montar en bicicleta.

“De qué hablo cuando hablo de correr”, cuyo título por cierto Murakami tomo con permiso de su admirado Raymond Carver (De qué hablamos cuando hablamos de amor), no es un libro para corredores, ni siquiera para aspirantes a novelistas, es un libro para aquellos que viven la vida con entrega y con pasión, los que independientemente de la tarea que realicen, siente el pecho henchido al terminar una tarea, tal vez, la de vivir.

¿Se corre para vivir más? Murakami opina que no, ni siquiera para vivir mejor, sino solamente para vivir. ¿Se escribe novelas porque se sea mejor persona? Murakami vuelve a opinar que no, a lo sumo, se escriben también para vivir. Yo diría, correr y escribir, para sentirse vivo.

El humor de este afamado autor japonés también reluce a lo largo de todo el libro, opinando por ejemplo que “a menudo, las cosas verdaderamente valiosa son aquellas que sólo se consiguen mediante tareas y actividades de escasa utilidad. Tal vez sean tareas y actividades vanas, pero jamás estúpidas.” Siendo por supuesto una tarea vana aguantar el dolor y el cansancio sin claudicar en una carrera, pero obteniendo a cambio algo sin duda valioso e íntimo: el triunfo sobre uno mismo. Murakami remata deseando que un su epitafio se incluya la frase “Al menos aguantó sin caminar hasta el final”.



Para compartir más recomendaciones literarias acompáñeme el próximo domingo en punto de las 18:30 horas en el programa “Bibliófono, literatura para escuchar”, que se trasmite por Bella Airosa Radio, 98.1 de frecuencia modulada. Aprovecho también para desearle, estimado lector, los más sinceros parabienes en este año que comienza, agradeciendo en todo lo que vale su lectura durante este, casi extinto, 2015. Deseo de todo corazón que nos encontremos en estas páginas durante 2016. Hasta entonces.

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