viernes, 6 de febrero de 2015

De mojados y de ausencia…

Emiliano Páramo

Cuando Felipe Calderón se encontraba en campaña, se anunció que nuestros vecinos del norte planeaban construir un muro a todo lo largo de nuestra frontera común. Felipe, mostrenco y badulaque como lo conocimos en su paso por los pinos, dijo en uno de sus actos proselitistas, creyendo sonar nacionalista y atinado: yo le digo desde aquí a los americanos, que no gasten tontamente su dinero en muros, que de todos modos los vamos a seguir brincando… Y sus seguidores aplaudieron, sin meditar lo que este señor había propuesto emocionado: brincar el muro era la solución que ofrecía para el problema fronterizo y el rezago en materia de empleo en todos los rincones de esta patria que tanto dolor nos ha hecho almacenar desde su historia reciente.

Yo nací en el Valle del Mezquital, una de las zonas que más brazos exporta para el gabacho. Mis hermanos, que son muchos, pues mi padre fue pródigo en sus quereres, casi en su totalidad han sido todos migrantes. De Colorado a Wisconsin, mis carnales han encontrado algún lugar para alquilarse y ayudar a que la historia familiar se cuente con menos necesidades económicas, con menos apuros, pero eso sí, con mucha ausencia.

La pobreza que le tocó ver a mis ojos de niño, en aquella lejana década de los setentas, hoy ha cambiado de rostro: si ustedes se dan una vuelta por las calles mi tierra, verán que en algunas manos, los billetes van y vienen de un modo hasta insultante para estos tiempos arrodillados, desde los que con la esperanza dolarizada, nos crece soterrada la andancia vil de una pobreza con cara de “falta de madre”, porque la necesidad ahora también la cargamos en el alma, y habita la casa donde escasea papá, mamá, hermano y los besos que la partida puso en calidad de pendientes no cumplidos.

Hablar de los que se van, es siempre una aproximación a la tristeza, y digo tristeza porque ¿quién podría decir que la migración está sostenida en pilares de oro y plata? La migración le ha alterado la imagen a nuestros pueblos a punta de remesas, y es actualmente la segunda entrada más importante de divisas a nuestro país, apenas debajo del petróleo, pero como los hidrocarburos nacionales se han puesto en oferta, tal vez algún día la migración se convertirá en la base nacional que sostendrá sobre la ausencia, la triste realidad de un México donde sus hombres y mujeres tienen que salir a buscar en el norte, la mano de un padre los desconoce en medio del desahucio.

Ayer, dice mi vecina, se fue m’hijo, ayer… Y qué importa la fecha… Todos los días en que alguien se va, son el mismo; son un día como ahorita, porque hoy también nos duele la necesidad que se sacia cuando la panza y el corazón se encuentran en la santa paz del que come a sus horas, y del que tiene para amar cuando hace menester el hambre que habita los territorios de lo humano.

La desmemoria es a un tiempo síntoma y enfermedad de los que desconocen, como desconoce el perro de la casa cuando muerde la mano del que lo ha cuidado, porque entre las raíces y las alas, los apetitos nos fundaron falta de espejos, en pos de ventanas abiertas a la deshora de no saber cómo llamarnos. El olvido es la impronta de la muerte, de la caída desde la que nuestros muertos encuentran la mesa vacía, cuando vienen a nombrarnos, y nosotros ya no podemos reconocer la invocación, porque hoy decimos yes, jelou, y fokin la puta moder, cuando nos adosamos al relego.

En estos tiempos que tanto se habla de los migrantes, no basta sólo con calentarse la boca en el tema, no es suficiente con hacer canciones, nunca alcanzarán los libros para fundar la patria, si no nos ocupamos de levantar en las comunidades, motivos para el regreso, razones para cancelar la partida y la escupida al cielo. Hoy, hablar de la migración, es a un tiempo una epopeya de abandono y desamparo, donde parece no haber más norte que aquel donde los ángeles son verdes.

De tragedia, en México, estamos hasta la madre, por eso queremos la medida de nuestros mejores sueños como sino para el primer surco de la milpa de nuestros pasos, para que los demás sigan el trazo de una vida que se parezca mucho más a lo que nuestros ojos miran, cuando miran con fe, la mesa de mañana. Nuestro papel, como hijos de esta tierra que reclama puños en alto, deberá estar en nuestros corazones y en el trabajo diario por construir una patria donde sus hijos nunca tengan que irse a caminar con dolor caminos extraños.

Desde aquí, me permito creer que juntos vamos a cambiar la vida a golpes de amor, porque eso es lo mejor que podemos hacer. Hoy que nos faltan mucho más que 43, y en el campo lo sabemos muy bien, ya no es hora ni de caudillos ni de mártires, quizá ha llegado la hora de que todos seamos consuelo y dignidad para todos, y que cada cual cultive apasionadamente su milpa y florezca, y avise a los demás que no deben abrumarse, que esto entre todos lo vamos a cambiar.

Ojalá que nada nos haga renunciar a nuestro ombligo, que la migración sea sólo la ocasión de abrir las ventanas, pero que siempre mantengamos un pie en nuestra matria, haciendo tierra y recordando el polvo del que estamos hechos, y que ahí en ese polvo, siempre seamos capaces de reconocer un espejo donde el que aparezca, se parezca siempre al que un día nació bajo el signo de estos cielos inmensos del campo mexicano. A los señores de arriba, sólo les digo que no pasarán, porque en nuestra canasta básica podrá faltar la carne, pero sobran los huevos…
Jamädi…

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