Desasosiego, por decir lo
menos, ha causado entre la comunidad cultural e intelectual mexicana la
disminución propuesta por el nuevo gobierno de la República al presupuesto
correspondiente al rubro cultural para 2019. La disminución, inmediatamente
pública gracias a la vertiginosidad de las redes sociales, mostraba un 6% menos
del referente de de 2018, para situarse en un monto de 12 mil 394.10 millones
de pesos. Tal vez parezca una consecuencia de la austeridad republicana que fue
enarbolada durante la campaña, pero aparentemente se trató de un mal calculo
que “alguien” realizó.
Lo cierto es que los números
plantean un panorama desalentador para el desarrollo cultural de nuestro país.
Sobre todo, si consideramos la expectativa que se genera con las propuestas de
la izquierda por tradición plantea entre creadores, promotores culturales e
intelectuales. Parecería que el cambio de rumbo político que enfila sus afanes
a los más necesitados es acompañado por un espíritu de utilizar la cultura como
una forma de fortalecer la identidad y hasta de elevar la sensación de
bienestar social incrementando en el sentido re-creativo el nivel de vida de
los ciudadanos. Entonces el desencanto es profundo, la esperanza de elevar el
porcentaje del PIB que se destina a la creación y promoción de la cultura se
desvanece.
¿Toda la culpa es del
presidente? Tal vez, sin embargo, es evidente que López Obrador es culto.
Mencionar al poeta tabasqueño Carlos Pellicer en su discurso de agradecimiento
en la noche del triunfo electoral es un gesto emblemático; a Pellicer lo
conoció cuando entró a trabajar en el Centro Coordinador Indigenista Chontal en
77 y fue su amigo cercano. Quienes le rodean lo refieren como un lector ávido,
con autores de cabecera, cercano y amigo de intelectuales (Poniatowska,
Monsiváis, los Pérez Gay) cuando fue Jefe de Gobierno, incluso autor riguroso
según los editores de sus libros.
En el documental que
revisa su vida dice de la cultura: “(…) es la que nos ha permitido resistir
todas las calamidades; somos lo que somos, no nos hemos desintegrado por
nuestras culturas, por eso hemos resistido epidemias, terremotos, malos
gobiernos, por nuestra cultura”.
¿Dónde entonces la puerca
torció el rabo? Por un lado, legisladores ajenos al rubro insertos en la
comisión de cultura del Congreso; no es lo mismo dedicarse al entretenimiento
como “artista” consentido de una televisora, que enfrentarse a la carencia y el
rechazo con que los promotores culturales de este país trabajan todos los días.
“Pero el presupuesto lo planteó hacienda” pensará usted, pero lo cierto es que,
si no se saben armar los proyectos culturales, si no se saben defender, la
autoridad financiera no los auspicia por desconfianza. Ahora el diputado Sergio
Mayer pretende ser el superhéroe de la comunidad artística prometiéndoles
rescatar lo perdido, sin embargo, sus limitaciones, su carácter prepotente
denunciado ya por empleados cercanos y sobre todo su inexperiencia cultural,
son malas señales. Es muy probable que nada pueda hacerse, al menos desde la
tribuna más alta de la Nación.
Tal vez, un elemento que
no hemos considerado, y que puede agravar el panorama es saber si Andrés Manuel
es un “Consumidor de Cultura”, es decir, si el presidente ha considerado
proyectar la cultura como una industria de bienestar que vaya más allá de lo
“recreativo” para convertirse en un espacio donde los mexicanos podamos re-crearnos
(volver a crearnos) y enfrentar los problemas cotidianos que tienen que ver con
la violencia e incluso con la economía. Plantear un ejercicio cultural que no
solamente sea admirado desde el exterior, sino que genere públicos hacia dentro
de nuestro territorio y vaya forjando una conciencia del consumo cultural (y
por ende de públicos) como forma de impulsar la constancia de la creación
artística.
Ya el presidente dijo, el
martes pasado en el municipio de Francisco I Madero, que la disminución al
presupuesto de universidades publicas había sido un error que se corregiría,
¿sucederá lo mismo con el presupuesto para cultura? Ojalá.