viernes, 9 de noviembre de 2018

Entre Zapata y Nahui Olin


La fotografía liberó a la pintura de su obligación como reproductora fiel de la realidad. De paso, apuntaló la memoria. Ese es el espíritu que se respira en las páginas del libro “Antonio Garduño. Fotografía y periodismo en los inicios del siglo XX” de Laura Castañeda García y Daniel Escorza Rodríguez.
Ambos investigadores encaminaron con sus pesquisas históricas a la figura del mismo fotógrafo, Escorza en las bóvedas de la Fototeca, donde identificó trabajos de Garduño dentro del fondo Casasola; Castañeda en los estudios de la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM, donde encontró algunos trabajos de Garduño que databan de entre 1903 y 1907, cuando la escuela era la Academia de San Carlos. Ambos investigadores se encontraron en algunas oportunidades y al ver la coincidencia de sus trabajos, comenzaron a darle forma a un catálogo-artículo que se fue dimensionando hasta terminar en un libro.
El personaje, Antonio Garduño, llegó a la ciudad de México desde Guadalajara con sus dos hermanos, para estudiar en San Carlos. Al terminar sus estudios, consiguió un trabajo en la misma escuela como fotógrafo y comenzó a registrar lo mismo las clases de dibujo con modelos desnudos y vestidos, que arquitectura.
Durante el levantamiento armado, enfiló la lente de su cámara a registrar la vida cotidiana del conflicto y a sus protagonistas. De Garduño conservamos dos de las imágenes icónicas de la Revolución: la primera, un retrato de Zapata, quien viste una casaca gris, sin sombrero y tiene un semblante de tranquilidad, el personaje aparece apenas girado a su izquierda mirando a la cámara.

La segunda imagen, es aquella que se conoce como “Villa en la Silla Presidencial”. Antes se creía que durante esa toma, realizada el 6 de diciembre de 1914, la única cámara en los salones de Palacio Nacional era la de Víctor Casasola, sin embargo las variantes, en ocasiones apenas perceptibles, en varios negativos determinaron no solamente un concepto por demás interesante en la fotografía, la “multi-autoría” de una imagen, sino que también llevaron a la identificación de versiones distintas de la misma imagen, realizadas en ese mismo momento por Antonio Ramos, Sabino Osuna y Garduño.

Al terminar la Revolución Mexicana, Garduño regresó a la comodidad de su estudio y comenzó a ser conocido como el “fotógrafo de las novias”, realizando imágenes individuales y trípticos fotográficos de vida familiar y eventos sociales.
Sin embargo, la parte más estética de su trabajo radica en los retratos que hizo de Nahui Olin, destacada pintora y poetisa de la época, cuyo nombre verdadero era Carmen Mondragón (hija de un general porfirista, Manuel Mondragón, pernicioso responsable de la Decena Trágica) y quien era parte de un grupo de intelectuales y artistas destacados de la época como Frida Kahlo, Diego Rivera y Roberto Montenegro.
Las imágenes logradas por Garduño a la figura de Nahui Olin son de una belleza difícil de describir. Son el resultado del entrenamiento que el ojo del fotógrafo obtuvo en la Academia veinte años antes.
Sus dotes de gran retratista le permiten alcanzar el preciosismo de la imagen, la estilización absoluta no sólo sobre el rostro de la artista, también la brillantez de su piel, el sombreado del maquillaje, el fulgor de las pelucas y el sopor de los atuendos; son retratos de una factura espectacular.

Pero merece una mención aparte los desnudos que Garduño le realizó a Nahui en las playas de Nautla: imágenes por demás eróticas donde conviven la candidez de la modelo, la voluptuosidad de sus formas con el jugueteo de la espuma del oleaje. El volumen cierra con una serie digna de ser considerada entre las imágenes más cachondas (diríamos los mexicanos), de la historia de la fotografía mundial.

El libro, editado por la UAM- Xochimilco, es una delicia para los interesados en la historia de la fotografía, su formato cuadrado permite el disfrute lo mismo de los encuadres horizontales que de los verticales, logrando un equilibro con el texto de la investigación.

La aproximación a la vida y obra de Antonio Garduño es también un acercamiento a una manera de hacer fotografía en un México que fue y que se ha transformado tanto o más rápido que el salto que hemos dado del nitrato de plata a los pixeles.

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