lunes, 25 de abril de 2011

La salvación

Gonzalo Rojas


-


Me enamoré de ti cuando llorabas


a tu novio, molido por la muerte,


y eras como la estrella del terror


que iluminaba al mundo.


-


Oh cuánto me arrepiento


de haber perdido aquella noche, bajo los árboles,


mientras sonaba el mar entre la niebla


y tú estabas eléctrica y llorosa


bajo la tempestad, oh cuánto me arrepiento


de haberme conformado con tu rostro,


con tu voz y tus dedos,


de no haberte excitado, de no haberte


tomado y poseído,


oh cuánto me arrepiento de no haberte


besado.


-


Algo más que tus ojos azules, algo más


que tu piel de canela,


algo más que tu voz enriquecida


de llamar a los muertos, algo más que el fulgor


fatídico de tu alma,


se ha encarnado en mi ser, como animal


que roe mis espaldas con sus dientes.


-


Fácil me hubiera sido morderte entre las flores


como a las campesinas,


darte un beso en la nuca, en las orejas,


y ponerte mi mancha en lo más hondo


de tu herida.


-


Pero fui delicado,


y lo que vino a ser una obsesión


habría sido apenas un vestido rasgado,


unas piernas cansadas de correr y correr


detrás del instantáneo frenesí, y el sudor


de una joven y un joven, libres ya de la muerte.


-


Oh agujero sin fin, por donde sale y entra


el mar interminable


oh deseo terrible que me hace oler tu olor


a muchacha lasciva y enlutada


detrás de los vestidos de todas las mujeres.


-


¿Por qué no fui feroz, por qué no te salvé


de lo turbio y perverso que exhalan los difuntos?


¿Por qué no te preñé como varón


aquella oscura noche de tormenta?

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