lunes, 25 de octubre de 2010

Muerte del hombre

Alí Chumacero

-

Si acaso el ángel desplegara

la sábana final de mi agonía

y levantara el sueño que me diste, oh vida,

un sueño como ave perdida entre la niebla,

igual al pez que no comprende

la ola en que navega

o el peligro cercano con las redes;

si acaso el ángel frente a mi dijera

la ultima palabra,

la decisión mortal de mi destino

y plegando las alas junto a mi cuerpo hablara,

como cuando el rocío desciende lento hacia la rosa

al dar el primer paso la mañana,

ya miraría en mi sangre

el negro navegar, la noche incierta,

el pájaro que sufre sin sus alas

y la más grave lentitud: la muerte.

Aun cerca de la íntima agonía

estás, oh muerte, clara como espejo;

más abierta que el mar,

más segura que el aire que entró por la ventana,

más mía y más ajena

por mi sangre y mis brazos

en esta soledad.

Estás tan fértil como niño

que, angustiado, llora antes de ser,

entre la sangre siendo

y por la piel más vivo que la piel;

te llevo como árbol, tierra y cauce,

y eres la savia pura,

la flor, la espuma y la sonrisa,

eres el ser que por mi sangre es

como la estrella ultima del cielo.

-

Si acaso el ángel sigiloso

abriera la ventana

te miraría salir interminablemente

como un tiempo cansado

hacia su sombra vuelto,

como quien frente al mundo se pregunta:

"¿En qué lugar está mi soledad?"

-

Si acaso el ángel me mirara,

abierta ya la niebla de mi carne,

sin nubes, sin estrellas,

sin tiempo en que mecer la luz de mi agonía,

encontraría tan sólo a ti, oh muerte,

llevándome a tu lado, fiel;

te encontraría tan sola a ti, sin mí,

ya sin cuerpo ni voz,

sin angustia ni sueños,

te hallara entonces pura, oh muerte mía.

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