Foto: Cuartoscuro
Yo quería hoy, hablar de amor. Pero tal vez se habla de amor
cuando se habla contra el odio. El odio que no solamente se expresa con un
insulto en los labios y un cuchillo en la mano, también el que se siembra la
irrespetuosa manía del morbo y en la lastimera obsesión de eludir aquello que
incomoda a lo políticamente correcto, aunque lo políticamente correcto es
completamente alejado de la realidad que vivimos.
El feminicidio de Ingrid Escamilla ha cimbrado a la sociedad
mexicana hasta el tuétano. Los hechos narrados con frialdad por el marido
perpetrador son de una crudeza apenas comparada con la más sanguinaria de las
películas snuff; la mató, por unos celos incontrolables según su dicho, para
después, enfrentado a la dimensión de lo que acababa de cometer, mutilar el
cuerpo para tratar de deshacerse de él, todo frente a los ojos de su hijo
autista adolescente. Por supuesto que al leerlo resulta increíble e
inimaginable, sin embargo, la realidad supera, como siempre, la más perversa de
las imaginaciones.
Pero lo peor de todo es que la brutalidad del caso no
sorprende, por el contrario, es una constante que se va agravando en cada
feminicidio; la saña que el asesino infringe a su acto implica una absoluta
falta de humanidad y por ende ejemplifica la complejidad extrema en la nueva
convivencia entre géneros la cual por momentos parece imposible de armonizarse.
Los hechos posteriores que han rodeado el feminicidio de
Ingrid Escamilla son parte medular del mismo odio que muestra su asesinato. Por
un lado, la publicación irresponsable de imágenes del cuerpo de la víctima
desollado desde las mejillas hasta los tobillos, la cual se atribuye a uno de
los peritos o servidores públicos que acudieron primeramente al lugar de los
hechos. Estas fotografías, imposibles de olvidar una vez que se miran, desatan
nuevamente la polémica de hasta dónde deben llegar los medios de comunicación
en su afán y misión de informar, pero también pone sobre la mesa la ética que
debería prevalecer en el uso de las redes sociales por parte de usuarios
comunes que fueron, al fin de cuentas, quienes viralizaron y hasta se mofaron
de la estampa dantesca. ¿Deben los medios de comunicación evitar mostrar la
realidad cruda de un hecho como este? ¿Sirve apenas una descripción escrita
para que la opinión pública realmente pueda imaginarse la rusticidad de lo
acontecido? ¿Contribuye a su erradicación mostrar un feminicidio de esta
manera? Evidentemente no. Muchas expertas han coincidido que la exhibición
espectacular de los casos de feminicidio sólo ayuda a trivializar el hecho,
incluso, diría yo, a vulgarizarlo.
Pero por otro lado, lo que más lastima es la ligereza con
que la autoridad, la máxima autoridad responsable de la seguridad y el
bienestar de los ciudadanos, trata de minimizar el caso. Si bien, para hacer
honor a la verdad, el mandatario mexicano no dijo textualmente que no “quería
que los feminicidios opacaran la rifa del avión”, sin embargo su frase esconde
un cierto desprecio hacia un hecho que vulnera con total impunidad el derecho
de las mujeres a vivir tranquilas: “Miren, no quiero que el tema sea nada más
lo del feminicidio; ya está muy claro. Se ha manipulado mucho sobre este asunto
en los medios…”. Cierto, el tema no es solamente el feminicidio de Ingrid
Escamilla, el tema es también los 10 casos diarios de mujeres asesinadas a
manos de machos recalcitrantes que no logran resolver el galimatías de su nuevo
rol masculino, el tema es también que no importa si están en la calle, en el
trabajo o en su propia casa (como lo estaba Ingrid) para que su vida corra
peligro, el tema es que la autoridad no parece hacer nada para evitar que estos
crímenes sigan ocurriendo, el tema es que cuando algo así ocurre, por la
gravedad de su significado, todo, todo, pasa a segundo término. Pero, ¿acaso los
hombres en este país estamos haciendo algo para que las mujeres dejen de ser
asesinadas por el simple hecho de serlo? ¿O es que también lo estamos
soslayando?
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