viernes, 21 de febrero de 2020

Contar para existir


Sin duda la vocación más antigua es la memoria, ejercida con el primigenio arte de contar historias. Aún antes de que el hombre lo hiciera en el interior de una caverna, o alrededor del fuego recién descubierto, las historias se forman cuando esa voz (inexistente dicen los psicólogos), dentro de nuestra cabeza nos la cuenta. Es una desesperada lucha contra el peor de los cataclismos, el olvido; es la necesidad de recordar, no precisamente lo que somos, sino lo que hemos vivido.


Ese arrojo es la materia prima de En esta parte del mundo del narrador tulense Carlos Ramos, quien extiende ante los ojos del lector diez historias sobre el amor y la muerte, sobre los afectos y sus abismos, sobre la esperanza y sus naufragios. Historias que el autor vierte sobre el papel como quien grita en silencio lo que merece ser salvado de las llamas de la desmemoria, mostrando un estilo literario cada vez más conciso y entregado al más puro placer de contar historias.

La segunda vocación más antigua es entonces, la de escuchar; la de recrearnos en lo que han vivido otros —sobre este libro mejor será decir: lo que han “muerto” otros—, la de minimizar nuestras propias desgracias con las desventuras que nos cuentan, la de conmovernos en cualquier dirección posible en la cartografía universal de la experiencia humana.

En este su tercer libro, Carlos Ramos no oculta su configuración de pensamiento (filósofo de formación), por el contrario, oculta entre líneas de cada historia un análisis profundo del vivir, único requisito necesario para devenir en la muerte. Desde el sitio del mundo que le ha tocado habitar, tiende una serie de aristas selladas por su particular visión del mundo que muestra cada vez más los prematuros achaques de un siglo convulso de vocación.

Ramos logra esmerilar la estructura tradicional del cuento, aparentemente sencilla pero quisquillosamente compleja, atrapando al lector desde la primera frase para, una vez bien sujeto, sacudirlo hasta encararlo a un final sorpresivo que lo envuelve en el cristalino afluente de la reflexión. Cada historia es un pretexto para diseccionar nuestro personal cúmulo de creencias y ni el lector más inocente logra sustraerse a ello.

Al final, el narrador nos cede el paso a la tercera vocación más antigua, la de considerar lo que nos rodea, meditando lenta o velozmente sobre lo que cada historia nos siembra, como un camino de migajas de pan, único camino posible para volver al hogar, a la posibilidad de también vivir en la piel de los otros que habitan en el iracundo encierro de la literatura.

El autor fecha sus historias para hacer del libro una especia de diario de viaje, donde cada anotación, entrada dirían los blogueros, señala las coordenadas precisas donde la realidad y la imaginación se encuentran para darle forma al atisbo encerrado en el recuerdo. Es entonces cuando la vida y la muerte avanzan entrelazadas como una enredadera que lo cubre todo a su paso ocultando su forma original para darle la forma de quien las ejerce con pasión y desconcierto, con resignación y tacto. Somos nosotros, los partidarios del vivir, aquellos que nos entregamos sin reservas al gozo que nos ofrecen estas páginas. Al fin y al cabo, ya lo había dicho Juan Villoro, “Vivir mata”.

Paso cebra
Este libro, como algunos otros que han aparecido en los últimos años tanto de Carlos Ramos como de otros autores, son el resultado de los trabajos del Círculo de Narrativa Tolteca, iniciativa del periodista, escritor y promotor cultural Hugo Santiago Sánchez, que ha agrupado a un puñado de jóvenes escritores que se están labrando un camino dentro de la literatura hidalguense. Resulta interesante que, los movimientos más interesantes literariamente hablando florezcan en el suroeste del estado; Tepeji del Rio ha albergado múltiples actividades para fomentar y difundir la literatura desde hace más de veinticinco años gracias al tesón de Toño Zambrano y Octavio Jiménez. Habrá que mantener la mirada enfocada en esa dirección.

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