Sin duda la vocación más antigua es la memoria, ejercida con
el primigenio arte de contar historias. Aún antes de que el hombre lo hiciera
en el interior de una caverna, o alrededor del fuego recién descubierto, las
historias se forman cuando esa voz (inexistente dicen los psicólogos), dentro
de nuestra cabeza nos la cuenta. Es una desesperada lucha contra el peor de los
cataclismos, el olvido; es la necesidad de recordar, no precisamente lo que
somos, sino lo que hemos vivido.
Ese arrojo es la materia prima de En esta parte del mundo del narrador tulense Carlos Ramos, quien
extiende ante los ojos del lector diez historias sobre el amor y la muerte,
sobre los afectos y sus abismos, sobre la esperanza y sus naufragios. Historias
que el autor vierte sobre el papel como quien grita en silencio lo que merece
ser salvado de las llamas de la desmemoria, mostrando un estilo literario cada
vez más conciso y entregado al más puro placer de contar historias.
La segunda vocación más antigua es entonces, la de escuchar;
la de recrearnos en lo que han vivido otros —sobre este libro mejor será decir:
lo que han “muerto” otros—, la de minimizar nuestras propias desgracias con las
desventuras que nos cuentan, la de conmovernos en cualquier dirección posible
en la cartografía universal de la experiencia humana.
En este su tercer libro, Carlos Ramos no oculta su configuración
de pensamiento (filósofo de formación), por el contrario, oculta entre líneas
de cada historia un análisis profundo del vivir, único requisito necesario para
devenir en la muerte. Desde el sitio del mundo que le ha tocado habitar, tiende
una serie de aristas selladas por su particular visión del mundo que muestra
cada vez más los prematuros achaques de un siglo convulso de vocación.
Ramos logra esmerilar la estructura tradicional del cuento,
aparentemente sencilla pero quisquillosamente compleja, atrapando al lector
desde la primera frase para, una vez bien sujeto, sacudirlo hasta encararlo a
un final sorpresivo que lo envuelve en el cristalino afluente de la reflexión.
Cada historia es un pretexto para diseccionar nuestro personal cúmulo de
creencias y ni el lector más inocente logra sustraerse a ello.
Al final, el narrador nos cede el paso a la tercera vocación
más antigua, la de considerar lo que nos rodea, meditando lenta o velozmente
sobre lo que cada historia nos siembra, como un camino de migajas de pan, único
camino posible para volver al hogar, a la posibilidad de también vivir en la
piel de los otros que habitan en el iracundo encierro de la literatura.
El autor fecha sus historias para hacer del libro una
especia de diario de viaje, donde cada anotación, entrada dirían los blogueros,
señala las coordenadas precisas donde la realidad y la imaginación se
encuentran para darle forma al atisbo encerrado en el recuerdo. Es entonces
cuando la vida y la muerte avanzan entrelazadas como una enredadera que lo
cubre todo a su paso ocultando su forma original para darle la forma de quien
las ejerce con pasión y desconcierto, con resignación y tacto. Somos nosotros,
los partidarios del vivir, aquellos que nos entregamos sin reservas al gozo que
nos ofrecen estas páginas. Al fin y al cabo, ya lo había dicho Juan Villoro,
“Vivir mata”.
Paso cebra
Este libro, como algunos otros que han aparecido en los
últimos años tanto de Carlos Ramos como de otros autores, son el resultado de
los trabajos del Círculo de Narrativa Tolteca, iniciativa del periodista,
escritor y promotor cultural Hugo Santiago Sánchez, que ha agrupado a un puñado
de jóvenes escritores que se están labrando un camino dentro de la literatura
hidalguense. Resulta interesante que, los movimientos más interesantes
literariamente hablando florezcan en el suroeste del estado; Tepeji del Rio ha
albergado múltiples actividades para fomentar y difundir la literatura desde
hace más de veinticinco años gracias al tesón de Toño Zambrano y Octavio
Jiménez. Habrá que mantener la mirada enfocada en esa dirección.
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