viernes, 17 de agosto de 2018

Lecturas de tienda departamental


Para empezar, en mi defensa diré, que el título de hoy no esconde ironía. Es a todas luces una frase honesta, cristalina; escuetamente descriptiva. Y es que hace un par de meses algunos amigos, tres o cuatro de ellos tal vez, compartieron con sorpresa en facebook el hallazgo de un buen libro en los anaqueles de las tiendas departamentales donde Mamá Lucha presume de abatir, con espectaculares llaves, los precios altos. Ese tesoro literario a precio de remate lo había encontrado yo a finales del año pasado y por su voluminoso grosor el precio parecía ridículo; 49 pesos por más de 700 páginas en un tamaño “de bolsillo” (escúchese aquí, ahora sí, un eco irónico).

Pero esto no es nuevo. Recuerdo haber comprado en el Aurrera de Tulipanes varios libros cuyos autores o títulos los hacían interesantes, pero cuyo precio los hacia irresistibles. El primero de ellos, comprado tal vez en 2013, fue Infancia, el primer tomo de memorias del nobel sudafricano J. M. Coetzee. ¿Un libro de tal sensibilidad en el mismo pasillo donde se encuentran los cuadernos con insufribles estrellas pop en la portada? Ver para creer. ¿El libro de un premio Nobel en el mismo carrito donde se ha depositado los artículos de limpieza? Pulcritud para los baños y para el alma.

Debo destacar que este oasis de intelectualidad esta ubicado en un lugar privilegiado dentro del amplio desierto de docenas de marcas conocidas; un mundanal de productos de lastimosa primera necesidad. Uno va en el último pasillo hacia la zona de cajas y aparece, disimuladamente en la rivera derecha. Los más distraídos pasan de largo. Otros, un poco más curiosos, se detienen preguntándose: ¿libros en el súper? O tal vez no. Tal vez la tendencia de Walmart, de tener una amplia sección de librerías Gandhi en su interior (aunque llena de títulos comerciales y sin nada que realmente valga la pena), ya ha permeado y ya no resulte tan extraño una “librería” en una cadena departamental enfocada a otra clase social, tal vez la más alejada de la lectura.

Por esto último se destaca, en este caso, el tipo de libros, la variedad que se ofrece; lo mismo un par de títulos de autoayuda, algunos infantiles, novelas rosas infumables, recomendaciones para bajar de peso y libros sobre personajes políticos a la postre en desgracia versus aquellos victoriosos en la última elección. Todo esto, conviviendo con garbanzos de a libra de la literatura contemporánea.

Algunas otras joyas que he podido conseguir en este “autlet” libresco han sido: la divertidísima novela de Jordi Soler sobre Antonin Artaud, Diles que son cadáveres; la cautivante novela de Joakim Zander, El nadador, la cual por cierto renueva el género de intriga internacional; también los maravillosos Ensayos completos de Paul Auster (el tesoro que presumían mis amigos lectores-escritores en el feis); o la hilarante Nuestra pandilla del recordado Philip Roth; incluso una Gramática escolar de la RAE. Ahora mismo estoy leyendo la reciente adquisición departamental: La isla del padre de Fernando Marías, Premio Biblioteca Breve 2015, una conmovedora historia. Todos a cuarenta y nueve noventa.

Desde hace un par de años, este departamento de libros, aunque por el tamaño debería de compararse con un departamento de interés social, se encuentra a espaldas del anaquel de los focos; ¿luminosa poética del caos del autoservicio?, ¿o simple capricho del gerente en turno? Vaya uste’a saber.

Paso cebra
¿No sería bueno hacer lo mismo con los libros de autores hidalguenses? Un acierto sería que pudiera concretarse un convenio con la tienda departamental en cuestión para que en todos los Aurreras del estado se distribuyeran los libros producidos por la Secretaría de Cultura de Hidalgo (recientes y no tan recientes), de tal manera que quien hace el “súper” tuviera la oportunidad de agenciarse uno o varios títulos a precios igual de “competitivos” que los hasta ahora encontrados. Variedad, hay; calidad, sin dudarlo. Mejor encausar la producción editorial local a estos canales ya comprobados que mantenerlos en las bodegas. Con suerte alguno de nuestros libros es arrojado al carrito junto a las chuletas ahumadas y el aromatizante ambiental.  Ojalá se les ocurra pronto.

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