viernes, 3 de mayo de 2024

Paul Auster o el acto de la supervivencia


Revisando materiales para escribir este texto descubrí una macabra coincidencia. El primer libro que leí de Paul Auster lo terminé el 30 de abril de 2018, es decir, exactamente seis años antes de la muerte del autor ocurrida hace tres días. 

Seguramente el lector ha visto navegar por la red durante las últimas setenta y dos horas, numerosas reseñas, semblanzas y opiniones sobre la obra del autor norteamericano como para citar aquí nuevamente su biografía. Lo cierto es que el autor, nacido en Nueva Jersey el tres de febrero de mil novecientos cuarenta y siete.

Era considerado uno de los autores vivos más importantes de la literatura norteamericana. El más europeo de los escritores neoyorkinos abordando de una manera totalmente distinta el existencialismo francés. Sus obras, profundamente humanas exploraban la existencia en sus más recónditas aflicciones, obsesiones y querencias.

El libro que refiero al inicio de esta columna se titula “Ensayos completos”. Lo adquirí en un supermercado por la módica cantidad de cincuenta pesos y pasé dos semanas embebido en él. Lo curioso del volumen, una excelente manera de entrar de lleno a las reflexiones más insondables de Auster, es que está compuesto por libros que son consideradas por los lectores y la crítica como novelas y que sin embargo, al leerlas en el conjunto de la obra del autor, constituyen la estructura total de su propuesta literaria. En esas páginas encontré a un hombre que se asume en el acto más placentero que conocía.

(…) somos profunda y convincentemente humanos cuando hacemos algo por el puro placer de hacerlo (…)

Para Auster escribir es dar, es darse por completo en una empresa que aún vale la pena porque aún existen personas interesadas en los libros. Encontrando en el acto de escribir el verdadero fin de la literatura. En una entrevista otorgada al periodista Michael Wood para The Paris Review dijo:

No me interesa solo los resultados de la escritura, sino el proceso, el acto de poner palabras sobre la página.

Inició escribiendo poesía y publicándola por primera vez en 1970, con la que alcanzaría un lugar destacado en las esferas literarias de Nueva York. En ella, comienza a tratar las líneas de su exploración a la existencia, las cimas y las simas, los lugares donde quería que sus palabras habitaran

Despojados de todo artificio, reducidos a su esencia desnuda, los poemas surgen como una especia de retórica, un sistema de razonamiento pero que funciona al estilo de la música.

También fue guionista, director de cine, traductor y profesor universitario. Su obra, y su persona, fueron reconocidos con numerosos premios entre ellos el Príncipe de Asturias a las Letras en 2006.

La última de las dieciocho novelas que publicó fue Baumgartner, aparecida apenas el año pasado después de anunciar que enfrentaba un cáncer de pulmón. Su estilo, musical y siempre en la búsqueda de la identidad de sus personajes, permite que sus libros se devoren con deleite y que al terminarlos se añoren. Era un autor que escribía para estar vivo.

Para mí escribir no es una cuestión de libre albedrío, es un acto de supervivencia.

En una carta dirigida a su amigo J.M. Coetzee y fechada el siete de abril de dos mil diez, Auster reflexiona sobre los motivos de su oficio.

Todo autor se juzga a sí mismo –con severidad la mayoría de las veces–, lo que probablemente es la causa de que los escritores sigan escribiendo: con la vana esperanza de que lo harán mejor la próxima vez.

Tal vez esa severidad sobre sí mismo lo llevó a trazar una obra admirada por miles de lectores que han dado un adiós multitudinario en las redes. Incluso, la admiración que se siente por él le arrebató a su esposa, la también novelista Siri Hustvedt, la oportunidad de comunicar la noticia de su muerte a familiares y amigos. Siri escribió en su cuenta de Instagram: Fui inocente, pero había imaginado que yo sería la persona que comunicaría la muerte de mi esposo, Paul Auster. Él murió en casa, en una habitación que amaba, la biblioteca, con libros en todas las paredes de piso a techo, pero también con ventanas que la iluminaban.

Ha muerto un gran escritor y a quienes le admirábamos nos que da el consuelo de su voz, esa que le pertenecía y que ha dejado de ser suya en las páginas de sus libros.

He llegado lejos 

por ti: la voz 

cuyo eco resuena en mi 

ya no es la mía.

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