En la mitología egipcia, Apofis representa las fuerzas maléficas que habitan el inframundo; la encarnación del caos. Los astrónomos decidieron bautizar con este nombre, Apophis, al Asteroide 99942 que se acerca velozmente a la Tierra y que la rosará en año 2029. En un tiovivo interplanetario, regresará a su asedio en 2036 y 2068. ¿La amenaza es verdadera? La comunidad astronómica no lo ha confirmado pero han pedido estricta observación de la roca viajera que se ha dejado venir como vacacionista en tobogán. La alberca de destino parece ser nuestro planeta.
Algo similar ocurre en la trama de Don’t look up (No mirar arriba), la película estelar de Netflix en la temporada de fin de año y que lleva semanas causando revuelo en público y crítica.
La trama, ya conocida por la gran mayoría, implica a dos científicos dedicados y afectos a la semioscuridad de sus laboratorios quienes, por curiosidad científica (valga aquí la redundancia conceptual) descubren un objeto que viene en línea recta y sin escalas a impactarse con la Tierra. Después del regocijo científico de confirmar los parámetros, entienden la dimensión del suceso y se dedican a advertirle a una sociedad, sumergida en la frivolidad, de su inminente destrucción.
La historia parece simple a botepronto, pero lo interesante de este filme es el tema, menospreciado inicialmente por los “expertos”; el hastío posmoderno. Para empezar la trama evidencia el defecto primordial de quienes habitamos en este momento dela historia humana: incapacidad de distinguir entre lo urgente y lo importante. Meryl Streep encarna a una presidente, muy al estilo Trump, embelesada con lo que ella misma considera importante soslayando lo que ocurre a su alrededor por más apremiante que sea; no es el ejercicio del poder entregado a lo “político”, se trata del poder obsesionado con el culto a quién lo ejerce, a quién traza, o cree trazar, el rumbo de los acontecimientos de la nación hegemónica por definición, y por ende, del mundo todo.
Como si el egoísmo individual de una presidenta no fuera suficiente, la trama nos involucra en una socialmedia enfocada en los trivial y burdo como combustible masivo de la mediocridad clasemediera, entregada a la adoración de dioses bien vestidos (o bien desnudados) de sonrisa perfecta y con vidas revestidas de oropeles inalcanzables. Es ahí donde los científicos protagonistas naufragan en su cruzada por hacerle ver al Mundo la fragilidad de su existencia.
Pero el golpe contundente del guión es la reacción social a la imparable posibilidad de la extinción: la negación. Multitudes vociferando que lo mejor es no mirara arriba, que lo mejor es ignorar lo evidente y que nada que cuestione o ponga en peligro el establishment es aceptado. “Si no lo veo, no existe”, dicen los psicólogos que es el raciocinio de la infancia. Es así. No mira arriba, si no veo la roca sideral enfilada, enfadada, con la Tierra, logro detenerla.No miro el caos, es una escala social inefable.
¿Pero no será que, a pesar que Apophis tardará en llegar unos siete años, cerramos los ojos a realidades que ocurren en lo cotidiano por el simple hecho de cuestionar nuestra “estabilidad?
El final del filme es lo mejor; ocurre lo que tiene que ocurrir, sin un Bruce Willis que lo detenga.
Paso cebra
Murió el poeta Eduardo Cerecedo. Me gustaría decir que lo conocí bien y que compartí con él diversidad de lecturas y presentaciones. Pero no fue así. Amigo reciente pero entrañable, intercambié con él un legajo de correspondencia electrónica y pude conocer su obra en un libro que me obsequió el día que bebimos en los portales de la Plaza Juárez pachuqueña, en compañía de otro colegas admirados, una cantidad de cervezas difícil de calcular. Mis más recientes poemas publicados, en el ya lejano 2020, fueron posibles gracias a Eduardo Cerecedo; con ello se hizo acreedor de toda mi admiración, respeto y cariño. Descanse en paz. Nos queda su poesía. Busquémosla.
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